La sala de audiencias estaba abarrotada. Periodistas con cámaras, reporteros con libretas, espectadores apretados en los bancos como sardinas en lata. El aire vibraba con una electricidad casi visible, cargada de expectación y morbo.
Sophie Strozzi permanecía en primera fila, con la espalda tan rígida que dolía solo mirarla. Sus manos estaban entrelazadas con tanta fuerza que los nudillos habían perdido todo el color.
Alessandro observaba todo desde la pantalla en Regina Coeli. Su corazón martilleaba contra las costillas con golpes tan violentos que sentía el pulso en las sienes, en la garganta, en las muñecas.
Después de su testimonio de Valeria y sobre la identidad falsa, habían pasado tres días de silencio agónico. Tres días donde el mundo parecía contener la respiración, esperando el siguiente movimiento.
Ahora, el momento había llegado.
El juez Santini golpeó el mazo. El sonido atravesó la sala como un disparo. El murmullo se apagó instantáneamente, dejando solo el zumbido de l