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Capítulo 6: Mura Diseño Integral

El bus lo dejó a unas cuadras de la empresa. Noah caminó en silencio, con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido. Aún no podía creérselo. Cada paso en esas botas de seguridad era una declaración de guerra contra todo lo que alguna vez había sido.

La fachada de Mura Diseño Integral era muy moderna. Con cristales ahumados, detalles en concreto pulido y el logo grabado en acero cortado. El lugar parecía una mezcla entre galería artística y fábrica de precisión.

Apenas entró por la zona de taller, un hombre de unos cincuenta años, de barba entrecana y camisa arremangada, salió a su encuentro. Tenía el porte de alguien que no necesitaba imponer respeto, porque ya lo tenía.

—Noah —dijo con una sonrisa y palmada en el hombro—. Te estaba esperando. ¿Qué carajos hiciste para que te metieran en el taller?

Noah alzó una ceja con una sonrisa ladina.

—Nada. Solo abrí la boca en el momento equivocado. Supongo que no le caí bien a la jefa.

William soltó una risa áspera.

—¿Valeria?, te envíe con ella directamente porque era una entrada segura. Tienes que haber hecho algo muy mal amigo.

Recordó el ascensor. Ella se había ofendido solo porque él no la había ayudado a recoger un plano, pero eso era una tontería, no tenía por qué actuar así o decirle todo lo que le dijo.

—Supongo que sí. — Murmuró Noah mirando hacia otro lado, con la mandíbula apretada

—Yo pedí que te pusieran en administración. Algo tranquilo, de entrada. Pero mira, si haces las cosas bien puedes ir subiendo. El taller es exigente, pero te abre puertas. Además… —lo miró con complicidad— deberías tratar de llevarte bien con Valeria, ella es muy comprensiva, sé que lo reconsiderara.

Noah se río por lo bajo, sarcástico.

—¿Valeria? ¿Comprensiva?

William alzó ambas manos con una sonrisa.

—Créelo o no, sí. Tiene carácter, sí, y no se calla una. Pero también es justa. Y conoce a cada uno de estos tipos de memoria. Los ha ayudado a crecer. Aquí todos la respetan.

Noah bufó.

—No puedo imaginármela como una mujer comprensiva. Ni siquiera como una mujer, en realidad. Es más, como un misil teledirigido con piernas largas.

William rio y negó con la cabeza, dándole una palmada más.

—Ya verás. No la subestimes. Es la mano derecha de Víctor, y no es por influencias. Es porque es muy, muy buena en lo que hace. Es una mujer excepcional.

Noah volvió a reírse, más amargo que antes.

—Sí, claro. Excepcional.

Vamos, te diré cuales serán tus tareas.

Noah respiro hondo, pasando una mano por su cabello antes de seguirlo. La incomodidad se notaba en su cara.

Alrededor de las 10:30 a.m., Noah estaba limpiando y puliendo una estructura de madera para uno de los proyectos, cuando sintió que el ambiente del taller cambiaba sutilmente. Risas, saludos, una energía distinta.

Entonces la vio.

Valeria entró sin uniforme, como si el lugar le perteneciera. Llevaba unos pantalones color beige, sueltos, que flotaban con su caminar. Arriba, una blusa blanca de lino, sin mangas, ligeramente metida en la cintura, que delineaba sus curvas sin esfuerzo. El cabello suelto en ondas, como si no tuviera que intentar nada para verse así. Fresca, ligera, elegante sin quererlo.

Los obreros y diseñadoras la saludaban con cariño: “¡Vale!”, “¿Me trajiste eso?”, “¿Cómo amaneciste hoy?”. Ella respondía con sonrisas reales, pequeñas bromas, un par de palmadas en la espalda. Parecía conocer a todos por nombre y todos la querían.

Noah la observaba en silencio, con una mezcla inexplicable de rabia, ansiedad y algo más que no podía entender. Sentía los músculos tensos, la mandíbula apretada. Paso tanto tiempo pensando en ella con odio, que verla tan real, tan cerca, le provocó una sensación extraña en el estómago.

Y se veía bien. Jodidamente bien.

Aparto el pensamiento intrusivo, y trato de enfocarse en cómo podría hacer que se disculpara por todo. Quizás, si los problemas con su empresa terminaban pronto, sería más fácil… Mucho más fácil.

Ella lo miró entonces. Lo recorrió de arriba abajo, con ese gesto de reina que evaluaba a un bufón. Luego sonrió... no, no sonrió. Hizo un bufido apenas audible, un gesto entre la burla y la indiferencia.

Noah sintió un golpe seco en el estómago.

Una humillación eléctrica.

Se le subió la sangre a la cara y apretó los puños. Pero era más que rabia…  Un calor extraño. Como si verla así, tan segura, tan en su elemento, le despertara algo más, pero eso no podía ser.

¿Y si era atracción? —El pensamiento paso fugaz por su mente.

¿Y si ella actuaba así porque no podía evitarlo? ¿Porque no podía controlarlo? Eso si le había pasado mucho con otras mujeres.

Tal vez necesitaba acostarse con alguien para calmar su irritación.

Sonrió con arrogancia. Aunque no fuera así, podría ser una forma de dominarla, de hacerla rogar, de castigarla…

No pudo evitar pensar en su piel, en su boca, en el olor que parecía arrastrar consigo.

Se detuvo en seco por un momento frunciendo el ceño.

No... Él no se rebajaría a estar con alguien promedio. Esto sólo era algo temporal.

Todo se resolvería y él volvería a ser quien era. Un Strozzi.

Y Valeria… quedaría atrás como un mal chiste.

___

Valeria salió del taller y se dirigió a su oficina, no podía creer que se haya presentado realmente, pero sabía que tenía que aprender una lección.

Se repetía que había sido bueno que la viera como una simple obrera. Al menos así había mostrado su verdadera personalidad desde el inicio. Si la hubiera conocido como la coordinadora general, seguramente habría sido encantador, manipulador… y eso era aún peor. Ahora tenía una razón sólida para desconfiar de él.

          Y, sin embargo, ahí estaba otra vez, pensando en su maldita sonrisa torcida. En sus ojos grises. En cómo el uniforme de obrero, que debería haberle quitado el aire de superioridad, solo lo hacía parecer… mejor. Apretó la mandíbula con frustración.

—Estúpido uniforme —murmuró.

          Llegó al piso de su oficina y se topó con Anna.

—¿Vino? —preguntó la asistente, apenas disimulando la ansiedad.

          Valeria soltó una carcajada breve.

—Sí, vino. Y se puso el uniforme —añadió, como si aún le costara creerlo—. No sé cuánto dure, pero por lo menos cumplió el primer paso.

          Anna abrió los ojos con sorpresa.

—¡No lo creo! ¿Y cómo se veía?

          Valeria dudó. Frunció un poco el ceño

—Como un obrero. ¿De qué otra forma se veía?

          Anna se cruzó de brazos mirando a Valeria como si le estuviera tomando el pelo.

Valeria rodó los ojos

—Está bien, se veía como... el chico Junio en un calendario de verano sobre ocupaciones de hombres —confesó entre dientes—. Con sudor y todo.

          Ambas soltaron una carcajada, aunque Valeria se cruzó de brazos al instante, incómoda con la imagen que acababa de evocar.

—Pero seguía teniendo esa postura de “soy mejor que todos ustedes”. Esa mirada… como si ni el overol pudiera sacarle el ego. Igual se lo merece. A ver cuánto aguanta. Debería aprender la lección.

—Tal vez le toque aprender algo de humildad —comentó Anna, encogiéndose de hombros.

—Ojalá —respondió Valeria, aunque no sonó convencida.

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