Los días siguientes fueron una partida de ajedrez silenciosa.Valeria le hablaba a Noah solo cuando era estrictamente necesario y siempre con un tono que parecía medirlo de arriba abajo. Él, por su parte, no encontraba la forma de hacerla ceder; cada intento sutil por ganarle terreno se estrellaba contra una muralla de indiferencia.Entre indirectas, comentarios secos y miradas que parecían cuchillas, la tensión se iba acumulando. Noah, en lugar de cansarse, sentía que la irritación se le asentaba en el pecho. Quería darle una lección. Quería verla bajar la cabeza y admitir que se había equivocado.Valeria, en cambio, parecía disfrutarlo. Lo observaba trabajar con una calma satisfecha, como si verlo sudar con las manos llenas de polvo y el uniforme de obrero fuera un espectáculo privado. En su mente, ese era un trabajo para hombres con fuerza en los brazos… y él, aunque lo odiara, encajaba perfectamente.Esa mañana, el taller estaba más relajado que de costumbre. Valeria charlaba con
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