Inicio / Romance / Donde aprendí a quedarme / Capítulo 3: Dos semanas atrás
Capítulo 3: Dos semanas atrás

        Alessandro llego a su departamento muy malhumorado, era sencillo, no tenía más que una cama, una cocina, un baño y una pequeña sala de estar. Respiró profundamente, conteniéndose ante lo que tenía frente a él.

Entró directo al baño sin encender siquiera la luz del pasillo. El vapor fue lo único capaz de calmar un poco el hervidero de su mente. Pero apenas salió, la realidad lo golpeó de nuevo: Valeria. La maldita Valeria.

¿Cómo se podía a atrever a tratarlo así? Lo peor era que él no podía hacer nada, tenía las manos atadas. Pero él era un Strozzi. Tenía que enseñarle las consecuencias.

Se sentó en la cama. Volvió a maldecir. Vio su teléfono esperando alguna señal de su hermano. Nada aún. Se quedó observando el techo, aun incrédulo de lo que estaba pasando, la rabia mordiéndole las entrañas.

Observó su reflejo en la ventana. No quedaba rastro del hombre que, apenas dos semanas atrás, entraba al Palazzo Bravanti como si el mundo le perteneciera...

El salón principal del Palazzo Bravanti en Italia estaba bañado en luces doradas y murmullos de élite. Copas de champán cristalino brillaban en las manos de políticos, empresarios y herederos de apellidos que pesaban más que títulos. Una orquesta de cuerdas interpretaba un adagio sutil, apenas audible entre las carcajadas disimuladas y los saludos fingidamente afectuosos.

Alessandro hizo su entrada como si el salón le perteneciera. Con veintisiete años, su altura, cuerpo trabajado y rostro anguloso captaban miradas sin esfuerzo. Bajo su traje negro hecho a medida, los hombros anchos y los brazos definidos hablaban de disciplina y elegancia natural. El cabello, perfectamente peinado hacia atrás con un brillo discreto, y la barba corta, perfilada con precisión, completaban la imagen de un hombre que dominaba cada detalle de sí mismo. Y lo sabía.

Saludaba con cortesía a un grupo de caballeros en una esquina antes de dirigirse hacia sus padres, descendientes de una familia de renombre en los negocios, con años de generación.

—Mamá… — dijo con una sonrisa medida, besando sus manos con cortesía.

Había heredado sus ojos grises y piel blanca. Ella era solo un poco más baja pero muy elegante y con una figura esbelta que, a pesar de su edad, la hacía ver más joven. Lo observo con un brillo en los ojos, le sonrió de vuelta dándole un beso en la mejilla.

—Mi Ale querido… estás impecable. —Sophie acarició la solapa de su traje con ternura—. Me has hecho falta estas semanas.

—Las negociaciones en California se alargaron —respondió él, quitándole importancia con un gesto leve—. Solo estaré unos días.

—No deberías tener que seguir con eso —interrumpió su padre, Darío Strozzi, su voz grave y controlada—. Rincón Grazie está en su punto más sólido, y sigue siendo tu herencia.

Alessandro mantuvo la sonrisa.

—Y por eso quiero diversificarla —dijo, calmado—. Strozzi Technologies está creando algo que ni siquiera tú puedes anticipar.

—Típico —murmuró Darío, desviando la mirada, como si no valiera la pena discutir.

Sophie, siempre mediadora, acarició con delicadeza el brazo de su esposo, en un intento sutil de apagar el fuego antes de que comenzara.

—Si me disculpan —añadió Alessandro, ya dándose media vuelta—, voy por un trago. —Se alejo con elegancia.

—¡Alessandro! —Exclamó una voz femenina, apenas audible sobre la música.

Una mujer rubia, alta, con un vestido rojo escotado se acercó con una sonrisa de vitrina. Le tocó el brazo, exagerando el gesto.

—Claudia —dijo con una sonrisa que no tocó sus ojos—, siempre destacando...

Ella soltó una risa aguda, encantada.

—¿Te perdiste Milán el mes pasado?

Alessandro tomó una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba a su lado.

—Ocupado. Negocios, vuelos, compromisos... lo habitual —respondió, obviando el par de traseros con curvas perfectas que tuvo como compañía. Tomó un sorbo de su whisky.

Claudia soltó una risita, sin desaprovechar la oportunidad de mirarlo de forma sugerente. Pero él ya no la miraba. Su atención estaba en el escenario improvisado frente a la gran vidriera del fondo, donde un empresario suizo, un tal Van Weschler, hablaba en el escenario sobre “una nueva era de inversión ecológica con visión política”. Alessandro sabía que era solo fachada: empresas contaminantes buscando redención con etiquetas verdes. Pero allí estaba. Porque su empresa, Strozzi Technologies, había sido invitada como partner estratégico del proyecto europeo de digitalización energética.

Nada se movía sin política, ni siquiera los ideales.

Se apartó de Claudia con una sonrisa vacía y se dirigió a una zona más tranquila del salón, cerca de una escultura de vidrio que parecía flotar sobre una base de agua iluminada. El murmullo era más suave ahí. Revisó su teléfono. Dos correos nuevos. Uno de su asistente recordándole su vuelo a Japón al día siguiente. Otro con un archivo adjunto de un informe que aún no había leído.

Lo dejó. Ya había dejado todo en orden antes de salir y esa noche solo quería relajarse un poco, a pesar de haber llegado apenas el día anterior a la ciudad, con sus asistentes y sistemas tenía todo bajo control.

Cruzó el salón y pidió otro whisky solo. Su reflejo en la barra lo observó como si fuera otro. Alto, impecable, exitoso. Alessandro sabía perfectamente cómo verse bien. Dedicaba una hora diaria a su cuerpo y media más a su piel. No porque fuera vanidoso —al menos no lo admitía— sino porque el control de la imagen era importante para él.

La vio acercarse por el espejo: cabello negro ondulado, vestido dorado que se adhería como una segunda piel. Caminaba con la seguridad de quien nunca espera un no. Se sentó junto a él sin pedir permiso. Becca.

Alessandro la recorrió con una sola mirada. Ojos ámbar, labios carnosos, hombros desnudos.

Levantó una ceja.

—¿Tú otra vez? —dijo Alessandro, con una sonrisa ladeada.

—Qué coincidencia, ¿no? —respondió ella, bebiendo de su copa sin apartar la mirada.

—Interesante... —musitó él, provocando una sonrisa suya, mezcla de desafío y complicidad.

—¿Como aguantas este tipo de eventos? — preguntó, mirando hacia el salón en general— No soporto otro discurso más sobre “energía limpia”.

—¿Quieres ver algo más interesante? — ofreció él, sin necesidad de insistir.

Ella no dijo nada, pero sus ojos hablaron suficiente. Tomó su copa de vino antes de ponerse de pie.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP