El Palazzo di Giustizia se alzaba como una fortaleza de piedra contra el cielo plomizo de Roma.
Valeria descendió del vehículo blindado sintiendo cómo sus piernas amenazaban con doblarse bajo su propio peso. Dos agentes la flanqueaban, presencias sólidas en contraste con la fragilidad que sentía en cada músculo de su cuerpo. El frío romano le mordía las mejillas, pero era el hielo líquido en su estómago lo que realmente la paralizaba.
Ruiz caminaba a su lado, maletín en mano, con expresión de general antes de batalla.
—Respira. Solo dirás la verdad.
Valeria asintió, aunque su garganta estaba tan seca que las palabras se habían convertido en piedras atoradas contra su laringe. Los flashes de los fotógrafos explotaron como fuegos artificiales cuando cruzó la entrada, cada destello un pequeño golpe contra sus retinas.
Escuchó fragmentos de preguntas en italiano que no entendió
—"Chi è lei?" "Perché è qui?" "Conosce Strozzi?"— pero el tono era inconfundible: urgencia, curiosidad, cacer