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Capítulo 7: Nuevo proyecto

Los días siguientes fueron una partida de ajedrez silenciosa.

Valeria le hablaba a Noah solo cuando era estrictamente necesario y siempre con un tono que parecía medirlo de arriba abajo. Él, por su parte, no encontraba la forma de hacerla ceder; cada intento sutil por ganarle terreno se estrellaba contra una muralla de indiferencia.

Entre indirectas, comentarios secos y miradas que parecían cuchillas, la tensión se iba acumulando. Noah, en lugar de cansarse, sentía que la irritación se le asentaba en el pecho. Quería darle una lección. Quería verla bajar la cabeza y admitir que se había equivocado.

Valeria, en cambio, parecía disfrutarlo. Lo observaba trabajar con una calma satisfecha, como si verlo sudar con las manos llenas de polvo y el uniforme de obrero fuera un espectáculo privado. En su mente, ese era un trabajo para hombres con fuerza en los brazos… y él, aunque lo odiara, encajaba perfectamente.

Esa mañana, el taller estaba más relajado que de costumbre. Valeria charlaba con una de las diseñadoras junto a la mesa de trabajo, ambas con tazas de café en mano y un humor ligero.

Llevaba un pantalón ajustado color crema que delineaba la curva de sus caderas y una blusa verde oliva de tirantes finos, ligera y suelta, con un escote en V suave que dejaba entrever el principio de sus senos cada vez que se inclinaba hacia su compañera para reír. El tejido caía con naturalidad, fresco.

El cabello lo llevaba recogido en un moño bajo desordenado, con un par de mechones sueltos que le enmarcaban el rostro y suavizaban su expresión.

Noah se había acostumbrado a mirarla, aunque se odiara por ello. No era como las mujeres con las que estaba acostumbrado a tratar: no vestía con lujos ni buscaba impresionar con joyas o maquillaje exuberante. Era sencilla. Natural. Y, sin embargo, esa misma sencillez potenciaba cada curva, cada ángulo de su cuerpo.

Notó el movimiento sutil de su pecho al reír, la forma en que el pantalón moldeaba sus piernas, y una tensión incómoda le recorrió la espalda.

La observaba como si fuera un reto personal. Ella lo insultaba, lo despreciaba, lo ignoraba… y eso lo irritaba. No entendía cómo, pero la sensación crecía. No era atracción, se decía; era frustración pura. La necesitaba doblegada. Necesitaba verla reaccionar a él. Ninguna mujer había resistido tanto.

De pronto, un hombre alto, de barba prolija y buena postura, se acercó a ella con una carpeta en la mano y una sonrisa clara. Intercambiaron unas palabras, rieron, y antes de que Noah pudiera siquiera fruncir el ceño, el tipo se inclinó y la besó.

No un beso corto ni un saludo social. Un beso de pareja.

Noah se quedó inmóvil. Primero fue una sorpresa seca, como un golpe en el pecho. Luego… una rabia absurda.

Ese tipo no era más atractivo que él. En realidad, no lo era ni por asomo. Tenía algo de porte, sí, pero nada que destacara. Sin embargo, ahí estaba… besándola... tocándola.

¿Ese era su novio?

¿Ese era el hombre que ella había elegido… y a él siquiera volteó a mirarlo dos veces?

Un calor ácido le subió por la garganta. La pregunta que lo mordía no era “por qué estaba con ese tipo”, sino “por qué lo había despreciado a él”. ¿Qué veía en ese tipo que no tuviera él… multiplicado por diez?

Y lo peor: ¿por qué demonios le importaba?

No tendría que sentir ninguna puta emoción por eso.

____

Valeria salió del taller con la invitación de Emilio aún resonando en su cabeza. A pesar de que él acababa de llegar de viaje, ella tenía otros planes, cosas pendientes que adelantar… pero sabía que no podía decirle que no. Emilio había estado allí desde siempre, desde aquellos años torpes en los que ella intentaba pasar desapercibida. Se conocían desde la adolescencia, y su relación se intensificó cuando salieron de la universidad. Apenas hacía seis meses que comenzaron a salir en una relación formal. Él era amable, constante, un refugio seguro después de tanto daño.

          Después de todo, había pasado demasiado tiempo alejando a los hombres. No quería que ninguno pudiera aprovecharse de ella otra vez. No lo permitiría. Y con Emilio, se sentía segura.

          Ese pensamiento la llevó —de nuevo, inevitablemente— a Noah. ¿Por qué demonios pensaba tanto en él?

          Era un egocéntrico que no merecía su atención. Le molestaba la forma en que la había tratado cuando lo conoció, como si fuera inferior, como si su valor dependiera de cómo vestía. Como si él fuera el centro del universo y ella apenas polvo a su alrededor. Idiota. Odiaba a la gente como él. Arrogantes. Egocéntricos. Creídos. Y, sobre todo, peligrosos. Porque sabían que podían usar su encanto como un arma.

         Subió a la oficina principal. Tenía una junta con Víctor y el equipo directivo.

          Al entrar en la sala, el ambiente de trabajo no logró opacar la sonrisa amplia con la que Víctor, el dueño de la empresa, la recibió.

—Valeria, justo a tiempo —dijo, alzando una ceja con esa complicidad que solo él lograba mantener incluso en medio de la tensión laboral.

          Él siempre la había tratado con respeto y calidez. Había creído en ella desde el inicio, cuando era solo una joven insegura con una carpeta llena de bocetos. La había visto crecer, convertirse en diseñadora y luego en coordinadora, aunque ambos sabían que lo suyo, lo que le daba vida, era crear con las manos.

          Poco después, la puerta se abrió de nuevo y Camila, la hija de Víctor, apareció con su energía habitual. Saludo a todos cortésmente, pero vio a Valeria con un brillo en los ojos que le causo curiosidad.

—Tenemos un nuevo contrato con una clienta que quiere redecorar su negocio. Un local céntrico, muy visible, y con una propuesta interesante. Quiere algo moderno pero cálido, con identidad propia. Se trata de un café-galería, una mezcla entre arte y gastronomía. Está invirtiendo fuerte. Quiere que se note.

          Valeria asintió con atención, ya visualizando ideas. Víctor la observó unos segundos antes de continuar.

—Queremos que tú lideres el proyecto.

—Claro —respondió sin dudar—. ¿Tiene alguna línea estética definida o espera propuestas desde cero?

—Tiene una base, pero quiere explorar alternativas. Le gustó tu portafolio, sobre todo el de los espacios que combinan funcionalidad con piezas únicas.

          Camila se movió en su asiento y Víctor aprovechó.

—Y me gustaría que Camila te apoye en este proyecto. Está entusiasmada con el diseño. Tiene buen ojo, pero quiere saber si de verdad esto es lo suyo.

          Camila levantó la mano como si estuviera en clase.

—Prometo no estorbar. Solo quiero aprender.

          Valeria le dedicó una sonrisa genuina. Por eso estaba tan entusiasmada.

—No estorbarás. Podemos comenzar hoy mismo a revisar referencias y armar una primera propuesta conceptual. Hay una paleta que me viene rondando la cabeza desde que escuché "arte y gastronomía". Algo con materiales nobles, texturas vivas, y un punto de contraste que haga que el espacio respire.

          Víctor asintió, complacido.

—Eso suena exactamente como lo que necesitamos. ¿Podrás presentarme un primer planteamiento mañana?

—Esta tarde me encargo de reforzar las ideas.

          Víctor le sonrió con orgullo, como quien ve a alguien brillar en lo suyo.

—Por eso confío en ti.

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