Valeria estaba en su suite del hotel, caminando de un lado a otro como animal enjaulado. Cada paso resonaba contra el mármol pulido, marcando el ritmo frenético de su ansiedad. Ruiz revisaba documentos en el sofá. Mónica observaba desde la ventana, con los brazos cruzados.
—Ruiz, por favor. ¿Ni siquiera un mensaje supervisado? —Valeria se pasó las manos por el cabello, tirando de las raíces hasta sentir dolor físico—. ¿Una llamada de treinta segundos?
Ruiz levantó la vista, sus ojos cansados pero compasivos.
—Lo intenté, Valeria. Esposito y yo lo solicitamos por razones humanitarias. Pero la respuesta fue tajante: el retiro de los cargos de homicidio es inminente, pero la seguridad de ambos sigue siendo vulnerable. Biagio puede tener sicarios activos. La policía teme una venganza de último minuto en el reencuentro. Deben mantenerse separados hasta que la liberación sea formal y puedan escoltarlos a un lugar seguro.
—Es una tortura. —Valeria se dejó caer en una silla, enterrando el ros