Danma City es una ciudad corrupta, infestada de violencia, narcotráfico y poderosas mafias que controlan cada rincón desde las sombras. En este infierno urbano, Santi, un joven marcado por la tragedia, sobrevive a la masacre de su familia a manos de un cartel criminal. Rescatado por Sarah, una misteriosa mujer con su propio pasado oscuro, Santi se embarca en una sangrienta cruzada de venganza. Mientras el caos reina en las calles, Santi se convierte en una sombra para sus enemigos, enfrentando sicarios, traiciones y una red de crimen que parece interminable. Pero la venganza tiene un precio, y cuanto más se adentra en la oscuridad de Danma City, más difícil será para él salir con su alma intacta.
Leer másPRÓLOGO:
Dicen que cuando un barrio muere, no lo hace de golpe. Muere de a poco… calle por calle, alma por alma. Danma City fue tragada por su propia sombra. Primero desaparecieron las risas. Luego vinieron los rumores: casas tomadas por narcos, cuerpos encontrados sin ojos, niñas vendidas por comida. Después, llegaron los gritos, los disparos, las sirenas que ya no llegaban a tiempo… hasta que dejaron de llegar por completo. La gente empezó a vivir con miedo, y luego se acostumbró al miedo. Aprendieron a callar, a mirar al suelo, a sobrevivir. Los buenos se marcharon. Los que no podían huir, se pudrieron con el barrio. Los gobiernos hicieron promesas vacías. La policía vendió sus placas por un fajo de billetes. La justicia se volvió un chiste sin gracia. En Danma City solo mandan las mafias… y sus reglas se escriben con sangre. Entre el caos, entre las ruinas de lo que alguna vez fue un hogar, surgió alguien diferente. No un héroe. No un salvador. Un chico roto, un alma quemada por la pérdida, con las manos vacías y el corazón lleno de odio. Su nombre es Santi. Y esta no es su historia de redención… Es su historia de venganza. --- CAPITULO 0: LA ÚLTIMA NOCHE Danma City ya no era lo que solía ser. Las risas de los niños habían sido reemplazadas por los disparos nocturnos. Las calles que una vez olían a pan recién horneado ahora apestaban a pólvora, sangre y desesperación. Santi tenía diecisiete años cuando su mundo colapsó. Era un chico callado, amante de la música, que soñaba con salir del barrio y darle una vida mejor a su familia. Pero los sueños no sobreviven mucho tiempo en un lugar donde la ley ya no existe. Esa noche todo cambió. Una camioneta negra sin placas se detuvo frente a su casa. Cinco hombres armados bajaron sin decir palabra. Entraron rompiendo la puerta con una patada, gritando nombres, buscando algo... o a alguien. Santi y sus dos hermanos, Lucas y Adrián, apenas alcanzaron a levantarse cuando los encapuchados los tiraron al suelo a culatazos. Su padre, Don Ernesto, trató de defenderlos, pero solo consiguió que lo golpearan hasta quebrarle los dientes. Su madre y su hermana, Camila, fueron arrastradas por el cabello hasta la sala. Santi gritaba, lloraba, rogaba, pero lo único que recibió fue un puñetazo que casi lo deja inconsciente. Lo obligaron a mirar. Los gritos de su hermana aún lo despiertan en las noches. Los alaridos de su madre se le clavaron en el pecho como cuchillos ardientes. Los bastardos no tuvieron piedad, se turnaron para abusar de ellas, como animales. Luego las mataron, disparándoles en la cabeza con frialdad. A sus hermanos los torturaron lentamente, arrancándoles uñas, cortándoles los dedos. A su padre lo degollaron frente a todos. Y a Santi… lo apuñalaron tres veces y lo dieron por muerto. Pero no murió. Horas después, mientras los perros husmeaban entre los cuerpos, una joven pasó por el lugar. Sarah, una chica de veinte años, con cicatrices más profundas que las visibles. Ella también había perdido todo. Y cuando vio a Santi entre los cadáveres, sangrando pero con vida, lo cargó, lo curó y lo escondió. Pasaron semanas antes de que pudiera hablar. Meses antes de poder caminar sin dolor. Pero su mirada ya no era la misma. Lo que vivió lo rompió… pero también lo forjó. La rabia, el dolor, el deseo de justicia lo mantenían con vida. Ahora Danma City tendrá que temerle. Porque un chico que ya no tiene nada que perder es el arma más peligrosa de todas. Y Santi… está listo para hacer que todos paguen.El que no deja huellas:El sol apenas asomaba entre las nubes negras que parecían haberse vuelto eternas en Danma City. En la cima del edificio principal del refugio, donde el concreto se partía por la humedad y el óxido devoraba las barandas, Santiago observaba en silencio. A su lado, Luna limpiaba con esmero su rifle, como si hacerlo le calmara los pensamientos.—¿No dormiste nada? —preguntó ella, sin levantar la vista.Santi negó con un leve movimiento de cabeza. El viento agitaba su camiseta manchada de aceite y ceniza. Tenía ojeras profundas. No por cansancio físico… sino por lo otro. Por lo que venía.—No dejo de pensar en Iván —dijo finalmente—. En lo poco que sabemos. Y en lo que podría hacer con eso.Luna dejó de limpiar el arma. Lo miró en silencio, como si esperara que él dijera lo que ella también temía.—Iván Mendoza. El mayor. El que nunca salía en las noticias. El que nunca dejó un cuerpo a la vista —murmuró ella.—¿Lo conociste? —preguntó Santi.Luna se tensó. Miró hac
El león Blanco:La lluvia golpeaba el techo de chapa con un ritmo irregular, como si el cielo dudara entre llorar o gritar. Danma City, esa ruina de concreto, humo y sangre, amanecía en silencio. Era un silencio distinto, tenso, el tipo de silencio que precede a las guerras.En lo alto de una vieja fábrica reconvertida en refugio, Santiago observaba la ciudad con su hija en brazos. Apenas unos días de vida, frágil, pura, con los ojos cerrados como si el mundo aún no existiera para ella.—Se llama Alma —susurró Sarah desde atrás, apoyando su barbilla en su hombro—. Como la que nos dio fuerza para seguir.Santi asintió. Alma. Un nombre pequeño, pero con peso. El mismo que él cargaba cada día desde que se había convertido, sin quererlo, en el rostro de la resistencia.Desde la muerte de Roque y Victor Mendoza, la ciudad entró en una especie de limbo. Sin un liderazgo claro, muchos barrios habían jurado lealtad a Santi. Otros, simplemente lo toleraban. Y unos pocos... ya comenzaban a cons
Pasaron semanas desde la caída de Roque Mendoza. La ciudad, antes gris, manchada de sangre y fuego, comenzó a respirar. Al principio eran suspiros cortos, débiles. Pero eran reales. Lo suficiente para que los ojos de la gente se abrieran de nuevo. Para que los corazones, apretados por años de miedo, se atrevieran a latir más fuerte. Los rumores que hablaban de un joven que se enfrentó solo a los Mendoza se convirtieron en historias. Y las historias, en símbolo. “Santi”, decían algunos. “El que le disparó a Roque en la cara”, decían otros. Pero los que conocían la verdad sabían que no estaba solo. Que junto a él estuvieron Sarah, Luna, Sofía, Mateo —ahora recordado—, y muchos otros que eligieron pelear por algo más que sobrevivir. Las primeras semanas fueron dedicadas a limpiar heridas, a enterrar a los que ya no volverían, y a reforzar el refugio. Nadie sabía si la guerra realmente había terminado, pero la paz empezaba a sentirse en pequeños detalles: las noches eran más tranqui
La tarde caía lentamente sobre Villa Carranza. El sol se filtraba a través de los árboles resecos, pintando el mundo con tonos naranjas y ocres. En el refugio, el ambiente era más tranquilo, pero la tensión aún vivía en cada rincón. Santi necesitaba aire. Y Sarah, sin decir una palabra, lo acompañó. Se alejaron caminando por los caminos de tierra que rodeaban el lugar. Los dos sabían que el descanso era momentáneo, pero ese momento de calma era valioso. Tras unos minutos de silencio, llegaron a una vieja cabaña abandonada entre los árboles. El lugar estaba desgastado por el tiempo, pero ofrecía techo y paredes que los aislaban del mundo, al menos por un rato. Entraron sin hablar. El suelo crujía bajo sus pasos. Una ventana rota dejaba pasar la luz tibia del atardecer. Todo estaba cubierto de polvo, pero en esa soledad había algo sereno. Santi se sentó en el borde de una cama vieja con el colchón vencido, y Sarah se acercó lentamente. Lo observó en silencio. Santi tenía la mirada pe
Al principio fue solo un murmullo. Una voz escapando por los ladrillos agrietados de Villa Carranza, como una corriente de aire tibio en medio del crudo invierno. “Roque está muerto.” “Lo mató el chico… Santi.” En Danma City, donde el miedo había secado las gargantas durante años, las palabras eran piedras lanzadas al agua estancada. Y cada piedra creaba ondas. Primero pequeñas. Luego más grandes. Hasta que la ciudad entera comenzó a vibrar. --- En un edificio derrumbado del sector norte, dos ancianos que antes temblaban al oír el rugido de los motores de los Mendoza, escuchaban atentos a un joven mensajero de los túneles. —Lo vi con mis propios ojos —juró—. Cayó de rodillas. Santi lo enfrentó cara a cara. Roque disparó primero, pero no lo mató. Y cuando cayó, Santi fue quien lo mandó al infierno. —¿Estás seguro? —preguntó la mujer, con los ojos llenos de esperanza y miedo a la vez. —Tan seguro como de que todavía estamos vivos. --- En los pasillos de los mercados negros del
Roque Mendoza ya no era un hombre. Era una sombra arrastrándose por lo que quedaba de su imperio. Atrás habían quedado sus hombres, sus aliados, su control. La mansión había sido abandonada, y los que quedaban lo habían hecho por miedo o por rendición. Solo quedaba él. Y el odio. Gerardo había muerto con un disparo limpio en la cabeza, cortesía de Luna. El Flaco se había desangrado en el suelo tras recibir un disparo en el abdomen de Sofía. Su círculo de confianza había sido destrozado por el mismo fuego que él ayudó a encender. Roque no tenía plan. No tenía ejército. Solo una escopeta, dos pistolas viejas y una sed de venganza tan grande como el vacío que lo consumía. Cruzaba las calles como un animal salvaje, gritando su locura al viento. Su ropa estaba sucia, los ojos desorbitados. Su respiración era agitada. No hablaba con nadie, porque ya no quedaba nadie. Ni siquiera para traicionarlo. Y así llegó. Hasta Villa Carranza. Hasta el refugio. El grupo no lo esperaba. Después de
Último capítulo