CAPITULO 1: CICATRICES
Santi se miró al espejo por primera vez en meses. La herida del abdomen seguía ahí, mal cerrada, fea. Las otras no se veían, pero ardían más: el hueco en el pecho, la culpa, los gritos fantasmas que le taladraban el alma cada madrugada. —Tenés que comer —le dijo Sarah desde la cocina improvisada del refugio, un sótano abandonado en las afueras de la ciudad. —No tengo hambre. Ella no insistió. Sabía que era mentira, pero también entendía que el hambre de venganza podía ser más fuerte que la del estómago. Sarah tenía ojos que lo habían visto todo. Cicatrices que no preguntaban permiso. Había vivido en las calles desde los quince, escapando de una red de trata que la marcó para siempre. Ahora, se dedicaba a encontrar chicos como Santi. No para salvarlos, sino para darles lo único que el sistema ya no ofrecía: un propósito. —Hoy vas a empezar —dijo, dejándole una pistola sobre la mesa. No era nueva, ni limpia. Estaba usada, gastada, con la culata astillada y el cargador lleno. Santi la miró, luego a ella. —¿A quién? —Al primero que te la quitó. Tengo un nombre… y una dirección. Silencio. Santi respiró hondo. Por un momento, la imagen de su hermana sonriendo le cruzó la mente como una bala. Cerró los ojos. Apretó los puños. Y asintió. —Decímelo. Sarah se acercó con un cuaderno viejo. Lo abrió en una página marcada: una foto polaroid pegada con cinta y una palabra escrita con tinta roja. “El Tuerto”. —Trabaja para los Mendoza. Él estaba esa noche. Fue el que les abrió la puerta. Santi sintió cómo algo se quebraba dentro de él… y al mismo tiempo, algo nacía. Ya no era un chico. Era una sombra con nombre. Y esa noche, Danma City sentiría su primer estremecimiento. *CAPITULO 2: PRIMER INTENTO* Santi no dijo una palabra más. Tomó la pistola, se guardó una navaja en el bolsillo y salió del refugio como un espectro con rumbo fijo. Sarah lo llamó dos veces, pero él no se detuvo. Ella suspiró con rabia, sabiendo exactamente lo que iba a pasar. Danma City no perdona a los impulsivos. El Tuerto vivía en un taller mecánico abandonado en el distrito sur, zona controlada por los Mendoza. Las ventanas tapiadas, los grafitis de advertencia, las botellas rotas en la vereda… todo gritaba “trampa”. Pero Santi no lo escuchó. La rabia no deja espacio para el miedo. Entró rompiendo una puerta lateral, el arma temblándole en las manos. Adentro, el silencio era espeso. Las sombras parecían moverse solas. Avanzó entre autos oxidados y herramientas cubiertas de óxido. Hasta que una voz lo congeló. —Mirá vos… el muertito camina. Santi giró, apuntó, pero era tarde. Un tubo de acero le voló la pistola de las manos. Cayó al suelo con un gruñido de dolor, y ahí estaba él: El Tuerto. Gordo, tatuado, con una cicatriz que cruzaba su ojo izquierdo cerrado para siempre. El otro, vivo y maligno, brillaba con burla. Olía a cigarro barato y sudor rancio. Llevaba un machete en una mano y una botella de cerveza en la otra. —¿Venís sin plan? ¿Sin ayuda? ¿Sin huevos? —se rió, escupiendo al suelo—. Tu hermana gritaba más fuerte que vos, sabés… tenía una voz linda. Santi rugió y se lanzó. Lo único que logró fue que El Tuerto lo agarrara del cuello y lo estrellara contra un auto oxidado. El golpe le sacó el aire. Luego, una puñalada rápida en el costado le devolvió el ardor de sus viejas heridas. —No me olvido de esa noche… Tu vieja me suplicaba. ¿Te conté? Me pidió que no matara a tu hermana primero. Santi logró patearlo en la rodilla y soltarse. Corrió tambaleando, sangrando, desesperado. El Tuerto lo siguió unos metros, pero luego se detuvo, riéndose como un demonio. —¡Corré, pendejo! ¡Corré y rezá que no te cruce de nuevo! Santi se perdió entre callejones, medio ciego por la sangre y el dolor. Se arrastró hasta una fábrica abandonada, donde cayó desmayado junto a un contenedor de basura. Horas después, Sarah lo encontró. Lo había seguido de lejos, por si acaso. Cuando lo vio tan destrozado, no lo retó. Solo se arrodilló a su lado, le limpió la sangre y le susurró: —Te lo dije, idiota. Esto no es una película… Es Danma City. Y aquí, si no aprendés a matar bien… te matan mal.