La noche en Danma City estaba más fría de lo habitual. El refugio permanecía en silencio, roto únicamente por la respiración entrecortada de Luna. Su cuerpo, tendido sobre una de las camas, parecía librar una batalla invisible, cada inhalación era un esfuerzo, cada exhalación un suspiro de resistencia.
Santi estaba sentado junto a ella, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas. El golpe que Iván le había propinado a Luna no solo la había dejado gravemente herida, sino que había encendido dentro de él una furia implacable.
No podía apartar la vista de ella. Luna, siempre tan fuerte, tan decidida, ahora estaba pálida y sudorosa, con los labios resecos. La venda en su cabeza se teñía lentamente de rojo.
—No te vas a ir, Luna… —murmuró Santi, con voz grave y rota—. No después de todo lo que hemos pasado.
Sarah estaba en una esquina, preparando agua y toallas limpias. Sofía cuidaba de Alma, que lloraba de vez en cuando, como si presintiera la tensión que se respiraba