La exagente Jaya Takur se ha casado y no precisamente por amor. Un terrible suceso en su niñez la arrastra hacia una peligrosa venganza. Adam Coney es un abogado ejemplar y también su expareja. Ella, queriendo vengarse, abandona su trabajo y también a él, sin medir todas las consecuencias de sus actos. Ahora que las secuelas de sus decisiones la han atrapado, ella acude nuevamente a Adam con una petición inusual , intentando esconder el fuerte sentimiento que aún siente por él. ¿Cuál será esa misteriosa petición? ¿Adam aceptará ayudarla después de que ella lo ha abandonado sin explicación alguna? ¿De qué trata esa venganza, qué ha escondido la hermosa Jaya durante años?
Leer más—¡Señorita, no puede pasar!
El corazón de Jaya Takur estaba a punto de estallar, se sentía eufórica, demasiado ansiosa.
—Soy una amiga lejana del señor Coney, sé que sí puedo pasar.
Jaya no siguió escuchando las quejas de la joven secretaria y tampoco prestó atención a sus apurados movimientos. Sus altos tacones casi no hacían ruido sobre el impoluto suelo de esa oficina mientras se dirigía hacia el despacho del jefe.
—¡¿Qué está pasando?! —La voz del dueño de aquel lugar se escuchó justo al abrirse la puerta de su despacho.
Jaya se detuvo en seco al encontrarlo de pie detrás de su escritorio. Él llevaba un traje de una tonalidad clara, casi blanca. Jaya maldijo para sus adentros, él se veía estupendo, mucho más estupendo que años atrás.
Adam Coney alzó la mano hacia la incómoda secretaria que intentó impedir esa intrusión. Él no podía hablar, casi ni respirar.
Pudo apenas rodear su escritorio y acercarse. La miró de arriba a abajo como si se tratase de un espanto. Ella vestía sencilla, pero elegante, con un pantalón color negro, un suéter beis, casi dorado, cuello en U, y un abrigo de tela gruesa con sus botones abiertos. Llevaba guantes puestos, eran de cuero negro, siendo la única prenda que recordaba fuese ciertamente del estilo de ella.
—Tú… —apenas habló él, no lo podía creer—. ¿Qué haces aquí?
Ese hilo de voz atravesó el corazón de la recién llegada. El tiempo sin verse y toda su historia cayó sobre sí como una pesada caja. Esperaba que así fuese, que la situación sería pesada, pero no así potente.
«Sé fuerte, Jaya, sé fuerte», pensó, mientras luchaba con su nudo en la garganta, y mientras Adam, su expareja, el único hombre que amó en toda su vida, se acercaba, atónito, cada vez más a ella.
Ninguno se dio cuenta en el momento en el que se encontraron solos. El mundo alrededor desapareció por un momento.
Ya ella se encontraba dentro del despacho, la puerta cerrada. Cuando el abogado Adam Coney, ese hombre fuerte y sexy de cabellos castaños lleno de volumen, suaves ondas, y de rostro bien afeitado, se encontró lo suficientemente cerca de ella, la miró a los ojos, directo a sus claras retinas. Jaya hizo lo mismo y pudo ver en ellos la sorpresa de verla allí, pero poco a poco se fue asomando la oscura molestia.
—¿Qué haces aquí? —repitió él, un zumbido que retumbó en lo profundo de Jaya.
La mujer tragó grueso y se enderezó, necesitaba altivez, no podía dejarse llevar por la fuerza de sus sentimientos, mucho menos por lo que él fuese a decir.
—No me recibas así, Adam, no te he hecho nada malo. Vine para que hablemos.
Silencio.
—¿Nada malo dices? —Como una pantera, se acercó más a ella. Bajó la voz—. ¿Sucumbir al deseo en aquella isla griega y dejarme tirado a la mañana siguiente, para ti significa no hacerme nada malo?
—¿Qué estás diciendo? —Ella casi no podía hablar por la cercanía de ese hombre que tanto la había vuelto loca—. Muchas veces tú lo hiciste, muchas veces te fuiste dejándome sola en la cama. Además, éramos amantes. ¿Acaso no fue de mutuo acuerdo el no enamorarnos?
Él sonrió con absoluta carencia de comicidad. No podía creer lo que escuchaba.
Sí, en aquel entonces eran amantes, pero durante un buen tiempo fueron casi novios, así lo vivió él.
—Primeramente, ¿qué haces en Londres? Pero bueno, ya que te atreviste a venir, dijiste que quieres conversar conmigo. ¿De qué? ¿Acaso tu esposo te dejó salir de su deslumbrante burbuja?
Jaya se paralizó por completo. Contrajo matrimonio en diciembre del año pasado. Ahora, a pesar de apenas ser marzo, sentía lejano ese momento. Nunca habló con Adam sobre eso, se alejó de él y de todos, jamás pensó que él se había enterado de ese casamiento.
—¿Qué te sorprende? —preguntó él—. ¿Pensaste que no me iba a enterar?
—Adam…
—Dos años. Dos años, Jaya. Largos meses sin saber de ti, nada más allá de lo obvio. Fueron meses sin saber donde rayos estabas hasta que lo supe; meses volviéndome loco hasta que… Dos años ya desde que me levanté de esa cama y me encontré solo en aquel lugar.
Ella tragó grueso, sintió la garganta cerrada.
—Está bien —pudo decir ella—. ¿Quieres explicaciones de por qué me fui? Sé que te las debo…
—No, no me debes nada —interrumpió él—. Lo único que podría querer de ti ahora es que me digas por qué viniste a verme a mi oficina como si nada hubiese pasado. ¿Hablar conmigo? ¿De qué?
Jaya tomó distancia y lo rodeó, acercándose a las sillas frente al gran y moderno escritorio.
—¿Puedo sentarme? Necesito contarte algo de suma importancia.
Él se echó a reír. Se señaló a sí mismo.
—Increíble. ¿Ahora quieres que sea tu abogado, o tu confidente y amigo? ¿De qué se trata esto? ¿Te arrepentiste de haberte casado y quieres que yo te divorcie?
Ella exhaló una buena ráfaga de aire.
—Deja las bromas, por favor, esto es algo serio. Si no lo fuese, no habría venido.
Ambos se miraron fijamente y en silencio.
—¿De qué quieres hablar?
—Primero dime si puedo sentarme.
Él se acercó a ella con lentos pasos y observó su bello rostro, facciones exóticas, de ojos profusamente miel, mezcla perfecta de sus genes indios y europeos.
«Aún sigue siendo estupendamente bella.»
—No lo sé, Jaya. Ya no te conozco.
—Escúchame como si fuera una desconocida, una clienta nueva.
Él la miró incrédulo, quieto.
—Así que eso quieres, que te trate como una desconocida. Mmm… Si es así, puede que sí acepte, pero…
—No me des “posibles”. Dame certezas.
—¿Certezas? ¿Después del desastre de lo nuestro, de todos los malditos corazones rotos, de haberte casado con otro y de aparecer así dos años después, quieres que yo te de certezas?
Ella no dijo nada, lo miró con altivez.
—Vine a buscarte, Adam, a tu oficina en la gran Londres… porque esto es de suma importancia.
Él vio el cambio en ella, la urgencia en sus ojos ambarinos. Estaba claro para él que Jaya llegó allí con algo poderoso entre manos.
Él asintió apenas.
—Está bien, siéntate —dijo con los dientes apretados.
Adam la rodeó para hacer lo propio detrás de su escritorio. Bajó sus manos para no mostrarlas, le temblaban y le dio vergüenza experimentar todo eso por la misma mujer. Pensó tenerlo superado, pero sus cimientos se tambaleaban una vez más.
Tomó aire por la nariz y lo botó por su boca antes de tocarse la corbata. Le asintió a la mujer para que hablara, pero el silencio los arropó durante algunos segundos.
—¿Cómo te enteraste de que me casé?
—¿En qué te puedo ayudar, Jaya? —atajó él. Lo que menos quería era hablar de ese oscuro día.
Ella lo miró con su nudo en la garganta más fuerte que antes, intentaba disimular muy bien su estupor. En su trabajo como militar y luego como agente de seguridad le enseñaron a ser actriz. Ahora necesitaba ese recurso ante el abogado Coney, únicamente para poder seguir adelante con su visita sin mostrar demasiado que aún lo quería y que no le afectaba verle.
—Sabes entonces que ya no soy agente.
Él lanzó un corto asentimiento, apretando un poco sus labios.
—Sigo siendo amigo de tu jefe. Perdón, de tu exjefe. Es obvio que sé que renunciaste.
—Bien. Entonces… debo contarte algunas cosas. Y quiero que me escuches bien para que no sean malinterpretadas.
Él arrugó un poco el entrecejo.
—Estaré un tiempo en esta ciudad. Mi esposo tiene asuntos que atender aquí y yo lo acompañaré.
—¿Qué rayos me importa si estás aquí o no con ese tipo?
—Déjame terminar.
—¡Llega al grano!
—Karim Bakir, ¿sabes quién es él? —probó ella.
Adam apretó los dientes, supo las intenciones de Jaya.
—No sé quién es —mintió, y se sintió como un tonto.
—Es mi marido. Pero lo que deseo saber es si ‘sabes’ quién es.
—¿Qué…? —Adam perdía la paciencia—. No sé qué es él, ni a lo que se dedica. Habla ya…
—Karim y tú tienen un amigo común aquí en Londres.
Adam hizo gestos que preguntaban de qué hablaba ella.
—Es probable que tú y yo nos volvamos a encontrar. Y esta vez no estaré sola.
Él se inclinó hacia adelante, evitando bufar.
—¿Y eso qué? —habló entre dientes.
—Necesito que cuando eso ocurra, finjas que no me conoces.
Karim era guapo, bastante, mucho más de lo que ella vio en fotos. Y era agradable, se podía hablar con él de cualquier tema, además, era sensual y desde un principio se interesó en ella, fue fácil, Jaya y Karim cedieron uno al otro rápido; para Karim, llevados por la pasión y el excesivo gusto que se tenían; para Jaya, fue la motivación y alegría de haber descubierto que su objetivo no era tan desagradable, que bien podía lograr entrar a su vida y poco a poco recuperar, sin violencia, ni uniformes, lo que fue de su padre. Pero siempre creyó que Malek lo había hecho bien ocultando y borrando toda existencia de Suresh, Aysel y Jaya. Sin embargo, la hija de los Takur debía tener cuidado, ella no podía mostrarse con ese apellido jamás, ya que en aquel entonces no estaba muy segura de si Karim estaba al tanto o no del origen de esas propiedades. Meses de matrimonio, lo tenía frente a ella, iban rumbo a una de las cabañas que sorpresivamente Karim poseía a las afueras de Londres. Supus
—¿Puedo pasar? —Por supuesto, sí, pasa. Ella cerró la puerta luego de él entrar. —Disculpa mis fachas, ya me iba a acostar. Adam siguió de largo directo a la cocina. Abrió la nevera y se sirvió un poco de agua. Ella lo siguió. —¿Quieres un poco? Ella se echó a reír con la pregunta. —Se supone que eso debo preguntártelo yo a ti—. Se acercó a él y le quitó la botellita de agua mineral de las manos, colocándola sobre la encimera más cercana. Cerró la nevera, y rodeó con sus brazos el cuello de su novio—. Hueles rico. —Ella enterró su nariz en la piel del abogado. Adam debía tener mucho cuidado de ponerse tenso. Debía tener muy claro qué tipo de hombre era ante una mujer que no amaba, pero que aún era su pareja. Además, ella era la sobrina de un cliente, quien era socio del esposo de su ex. No quería ser un imbécil también, no deseaba engañar a Liliana ni a nadie. Sin embargo, abrazó a Liliana e hizo lo mismo que ella, acariciar con su nariz su delicada piel.La besó, y ella reci
Adam tal vez en algún momento mintió desproporcionadamente para obtener alguna información, y mucho antes de conocerla a ella, defendía a gente de dudosas procedencias. Adam no podía conocer todos esos diagnósticos, Peter era el experto en una conversación así y debía escucharlo atentamente. —Pero hay una esperanza. Puede que tu presencia en su vida la haya sacado de lo que pudo ser un Límite de Personalidad. Estoy seguro que en sus planes no estaba decirnos nada. Más allá de sentirse invencible y capaz de lograrlo todo sola, es probable que haya existido en ella un temor a ser rescatada, cuando sabe que podemos hacerlo. Me alegra que haya enviado ese código, significa que nos ha colocado como una barca de salvación. Si lo hizo, vamos por buen camino. Sin embargo, hay que tener todo a consideración.Adam exhaló bastante aire. Lo peor estaba por venir. —Haremos cosas que no son tan benevolentes para salvarla, pero no seré desleal ante mi rol aquí. Debo investigar una vez más la lista
—Peter ya está listo —Max anunció, colocando una tablet en las manos de Adam. —Coney, te veo mal, ¿otra vez te tiene loco Jaya? —bromeó Peter, la voz de él atravesando el despacho del empresario. Adam no se lo tomó en serio, todo el que conocía al agente sabía que cuando Embert bromeaba en medio de una crisis, era para aligerar el ambiente.—Es muy tarde para eso, rubio. Además, eso no ha dejado de pasar. Y ahora es peor. Peter, serio, asintió a sus palabras. Mientras Max acomodaba sobre la mesa baja un trípode para la tablet y un vaso de whisky, Adam, como era natural en él, analizaba el entorno del agente de seguridad allá donde estuviese. El abogado le daba premios a la discreción. No había ventanas alrededor del rubio que indicara qué hora era en aquel lado de la pantalla. Peter no iba vestido de escuadrón, solo portaba una franela blanca, eso es lo que veía Adam, además de las cadenas militares alrededor de su cuello, elementos que le hicieron recordar momentos junto a Jaya,
Karim no se movió, colocando una expresión sombría en su rostro. Ambos se quedaron mirándose durante unos segundos. Ella analizaba sus palabras. Karim hablaba de su padre, de los negocios turbios que hacía, reconociéndolos, y juzgándolos. Pensó que se lo contaría, se arrepintió de hacerle ver que ya estaba despierta.—¿Qué haces aquí a esta hora? —prefirió ella preguntar. Karim sacó un móvil del bolsillo de su jean y se lo dio. Jaya se sorprendió, e intentó enderezarse; era su móvil. —Llama a tu madre. Se anda quejando de no poder contactarte, así que la tranquilizarás. —Pero es muy tarde…—Allá es más temprano, lo sabes, y te contestará. Sabemos que está despierta. —Dicha información: un claro recordatorio de que la mantenían vigilada. Pero Jaya no cabía dentro de sí, Karim no sabía lo que había hecho. La mujer manipuló rápido el aparato, fingiendo dolor para tomarse su tiempo. Hizo lo que debía hacer. Aún no podía creer que Karim no supiera a lo que ella se dedicó después de
Carla asintió. Acarició el rostro de su esposo, éste sonrió adorando esa caricia. Luego ella se retiró del despacho cerrando la puerta.Max no se sentó. —Debes calmarte —habló Max con mucha seriedad—. Intentaré contactar a Peter, te llamaré cuando tenga el tiempo para atenderte. Adam no se movió. Se giró hacia él luego de un par de segundos. —Siento lo de antes. Max asintió, aceptando las disculpas; aunque aún por sus venas seguía corriendo la molestia que le causó que Adam se atreviera a tocar a su mujer y que de ese modo la inmovilizara.—¿Puedo quedarme aquí mientras lo contactas? Max exhaló aire por su nariz tras escucharlo. Asintió y señaló una de las sillas que rodeaban su escritorio, mientras él caminaba hasta su gran sillón, ubicado detrás, en el puesto principal.Max tomó su móvil y realizó la maniobra de siempre, abrir la app que disfrazaba el rol verdadero de la misma; una obra de la tecnología que le permitía, tanto a él como a sus socios principales y agentes de la a
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