PRÓLOGO:
Dicen que cuando un barrio muere, no lo hace de golpe. Muere de a poco… calle por calle, alma por alma. Danma City fue tragada por su propia sombra. Primero desaparecieron las risas. Luego vinieron los rumores: casas tomadas por narcos, cuerpos encontrados sin ojos, niñas vendidas por comida. Después, llegaron los gritos, los disparos, las sirenas que ya no llegaban a tiempo… hasta que dejaron de llegar por completo. La gente empezó a vivir con miedo, y luego se acostumbró al miedo. Aprendieron a callar, a mirar al suelo, a sobrevivir. Los buenos se marcharon. Los que no podían huir, se pudrieron con el barrio. Los gobiernos hicieron promesas vacías. La policía vendió sus placas por un fajo de billetes. La justicia se volvió un chiste sin gracia. En Danma City solo mandan las mafias… y sus reglas se escriben con sangre. Entre el caos, entre las ruinas de lo que alguna vez fue un hogar, surgió alguien diferente. No un héroe. No un salvador. Un chico roto, un alma quemada por la pérdida, con las manos vacías y el corazón lleno de odio. Su nombre es Santi. Y esta no es su historia de redención… Es su historia de venganza. --- CAPITULO 0: LA ÚLTIMA NOCHE Danma City ya no era lo que solía ser. Las risas de los niños habían sido reemplazadas por los disparos nocturnos. Las calles que una vez olían a pan recién horneado ahora apestaban a pólvora, sangre y desesperación. Santi tenía diecisiete años cuando su mundo colapsó. Era un chico callado, amante de la música, que soñaba con salir del barrio y darle una vida mejor a su familia. Pero los sueños no sobreviven mucho tiempo en un lugar donde la ley ya no existe. Esa noche todo cambió. Una camioneta negra sin placas se detuvo frente a su casa. Cinco hombres armados bajaron sin decir palabra. Entraron rompiendo la puerta con una patada, gritando nombres, buscando algo... o a alguien. Santi y sus dos hermanos, Lucas y Adrián, apenas alcanzaron a levantarse cuando los encapuchados los tiraron al suelo a culatazos. Su padre, Don Ernesto, trató de defenderlos, pero solo consiguió que lo golpearan hasta quebrarle los dientes. Su madre y su hermana, Camila, fueron arrastradas por el cabello hasta la sala. Santi gritaba, lloraba, rogaba, pero lo único que recibió fue un puñetazo que casi lo deja inconsciente. Lo obligaron a mirar. Los gritos de su hermana aún lo despiertan en las noches. Los alaridos de su madre se le clavaron en el pecho como cuchillos ardientes. Los bastardos no tuvieron piedad, se turnaron para abusar de ellas, como animales. Luego las mataron, disparándoles en la cabeza con frialdad. A sus hermanos los torturaron lentamente, arrancándoles uñas, cortándoles los dedos. A su padre lo degollaron frente a todos. Y a Santi… lo apuñalaron tres veces y lo dieron por muerto. Pero no murió. Horas después, mientras los perros husmeaban entre los cuerpos, una joven pasó por el lugar. Sarah, una chica de veinte años, con cicatrices más profundas que las visibles. Ella también había perdido todo. Y cuando vio a Santi entre los cadáveres, sangrando pero con vida, lo cargó, lo curó y lo escondió. Pasaron semanas antes de que pudiera hablar. Meses antes de poder caminar sin dolor. Pero su mirada ya no era la misma. Lo que vivió lo rompió… pero también lo forjó. La rabia, el dolor, el deseo de justicia lo mantenían con vida. Ahora Danma City tendrá que temerle. Porque un chico que ya no tiene nada que perder es el arma más peligrosa de todas. Y Santi… está listo para hacer que todos paguen.