Un zumbido eléctrico recorría los túneles mientras una vieja lámpara parpadeaba en lo alto. El grupo había encontrado refugio en lo que parecía una estación de control abandonada bajo las calles de Danma City. El polvo colgaba en el aire como una niebla densa, y el silencio era tan espeso que hasta el crujir de las botas de Zarella parecía un disparo.
Sarah limpiaba su arma con movimientos mecánicos. Sentada sobre una caja oxidada, mantenía los ojos fijos en la entrada del túnel, como si esperara que en cualquier momento el infierno decidiera asomar la cabeza.
—Roque Mendoza va a venir —dijo sin levantar la vista—. No se va a quedar quieto después de lo del taller.
—Que venga —escupió Zarella, haciendo girar su cuchillo entre los dedos—. Le tengo una puñalada con su nombre desde hace un año.
Santi estaba en cuclillas, revisando las pocas provisiones que les quedaban. Pan duro, una botella de agua a medio llenar, dos barras de proteína. Era una broma cruel para cuatro personas esco