Mundo de ficçãoIniciar sessãoEn este mundo solo gana el más fuerte, el que ambiciona poder y respeto ante todos. Luca Vasiliev, tratará de obtener lo que tanto a querido o lo que por imperio le pertenece. Pero una tentación de melena pelinegra y ojos azules como zafiro se cruza en su camino, sus planes y todo en lo que estuvo trabajando se va quedando en el olvido cuando se da cuenta que esa hermosa mujer necesita de su ayuda y también de su calor. Anya, no podrá resistirte tanto tiempo a sus encantos, pues Luca es un hombre testarudo cuando algo se le mete en la cabeza y lo desea con fervor; no hay quien lo detenga ni su temible tío el jefe de la Bratva y esposo de Anya. Saga Dominio Ruso (Libro #1)
Ler maisBienvenidos a esta historia de deseo y amor prohibido.
Deseo Prohibido es el primer libro de la saga "Dominio Ruso" podría decir que es una historia independiente y no es necesario leerla o leerla en orden con la trilogía "Infierno" sin embargo, para entender algunas cosas si lo es.
Y es necesario leerla toda hasta el final porque algunas cosas saldrán en la saga "Legado De Sangre" más en el segundo. Recuerden que el contenido que escribo es ficticio, solo inventado por mí, algunas son sacadas de mi imaginación y unas que otras investigadas, pero nada de lo escrito aquí es real. La historia tiene contenido adulto y lenguaje ofensivo, también algunas escenas fuertes.***ANYA
Había cumplido dieciocho años cuando mis padres me vendieron a un hombre mayor, obligándome a casarme con él y ser su mujer.
Para mí la vida terminó desde ese día, ya nada sería igual. Desde que pusieron a ese hombre en mi vida comencé a conocer el verdadero infierno, y no es que no lo hubiese conocido antes, pero desde ese día todo fue como una pesadilla de la que nunca logré despertar.
Serguéi Vasiliev, el demonio de la Bratva. Un ser despreciable y ruin, que no solo hacía sufrir a sus adversarios, sino también a su joven esposa.
Lo odiaba con todo mi ser. Él fue mi perdición, pero de forma, ya que termine por convertirme en una mujer fría y sin sentimientos, y lo peor aún, completamente vacía por dentro.
Mi juventud fue arrebatadora por años. Él ahora era el dueño de mi libertad y de todo lo mío, bueno lo poco que quedaba de mí. De que me servía vivir entre lujos si lo que más quería y anhelaba, me fue arrebatado hace siete años. Esto no se lo deseaba ni mi peor enemigo.
Anya Smirnov, ya no era nada, a comparación de la joven de antes. Esta la de ahora es solo una mujer dura y amargada, viviendo en la soledad de estas paredes frías y sin matices, era lo único que me podía ofrecer este castillo lujoso que para mí era una celda de oro, aterradora como lo era su dueño.
No conocía el amor y ni siquiera había experimentado el cariño de una persona y mucho menos de un hombre. Pero todo cambió cuando llegó él. Luca Vasiliev. El sobrino de mi esposo. Él vino para ponerle pasión, emoción y amor a mi vida. Convirtiéndose en algo prohibido, en el deseo pecaminoso de una mujer casada, encarnado en un hombre perfecto.
Pero esto era un gran peligro, para ambos en realidad lo era; sin embargo, a ninguno de los dos nos importó, y lamentablemente eso solo nos llevo directamente a la muerte.
ANYAEl hombre de manos callosas me arrastra por el pasillo del yate; mientras el otro camina detrás de mí, como si esperara que hiciera algo estúpido… como si pudiera.Las paredes pulidas reflejan mi figura desencajada como un espejo deformante. De pronto, uno de ellos —el más corpulento, con cicatrices que le serpentean por los nudillos— se detiene delante de mí, quedando de frente.Mis ojos se abren con sorpresa cuando sus manos van a mis muñecas y las libera. Mi cerebro apenas logra procesar eso, cuando en eso siento un jalón por detrás y solo veo cómo mi abrigo es arrancado de mi cuerpo. La prenda cede y un escalofrío me recorre la espalda. No sé si por el frío que siento ahora o por el miedo.—¿Qué hacen…? —la pregunta sale temblorosa, casi infantil. No obtengo respuesta de ninguno de los dos.Solo me invade el pánico, y, sin embargo, no hago nada para evitarlo, pero mis ojos se agrandan, imaginando lo peor: ¿Querrán desvestirme por completo? ¿Es esto lo que Serguéi ordenó? El m
ANYAEl helicóptero se eleva en cuestión de segundos, y con él, también mi pánico.Mis muñecas duelen, las cuales ahora rozan por el cuero que las mantiene prisioneras. No puedo moverme, tampoco ya no puedo escapar. Debí haber aprovechado cuando tuve la oportunidad, ahora estoy atada y estoy siendo vigilada por estos matones, ni siquiera puedo girar del todo para ver por la ventanilla, ya que todos esos ojos están puestos sobre mí.Pero eso no es lo peor.Lo peor es la mirada de Serguéi, sus ojos oscuros han estado clavados en mi desde que subimos al helicóptero.Esta sentado al frente, justo en diagonal a mí, no me ha quitado los ojos de encima ni un segundo. Es como si estuviera esperando que yo le confiese algo, puedo notarlo en su mirada, en ese rostro duro y cruel, que exige con un silencio estridente.Puedo ver como su mandíbula se tensa. Sus manos descansan sobre sus rodillas, sus dedos se mueven, crispados, como si se estuviera conteniendo a tomar mi cuello para apretarlo hast
ANYAOigo solo caos fuera de la habitación, no me atrevo ni a asomar la cabeza, no puedo correr el riesgo a que Serguéi me golpee de nuevo. Menos ahora que estaba decidida a revelarme si me tocaba un solo cabello.Lo odiaba con todas mis fuerzas. Nunca había despreciado tanto a alguien en mi vida.No sé qué está pasando allí afuera. Solo hay gritos y órdenes de él, supongo que se las daba a sus hombres.Cuando escucho la puerta de la habitación abrirse, escondo rápidamente la pequeña maleta que estaba haciendo. Llevo varios días planeando esto, dándole vuelta cómo puedo salir de esta prisión de alto calibre, sin que ningún soldado o cámara me atrape en el intento. Porque si eso pasa, es muy posible que no la libre, que esta vez Serguéi si me mate.—¡Anya! —grita la voz de mi asqueroso marido. —¡¿Dónde demonios te metes?!Termino de guardar la maleta negra detrás de uno de los muebles de mi guardarropa. Él nunca revisa aquí, así que no creo que la encuentre, y si eso pasa, ya se me ocu
LUCAEl amanecer llegó sin que pudiera pegar los ojos. La noche fue larga, pesada y cargada de pensamientos que no me daban tregua. Alan dormía, o al menos lo intentaba, acostado en el sofá con una manta hasta el cuello y el cuchillo todavía en su mano, como si eso pudiera protegerlo de lo inevitable.Yo no dormí. No podía.Mi mente seguía encadenada a ella. A su rostro. A su voz. A ese último abrazo que me pareció demasiado corto para lo que venía. Anya no era solo una obsesión o una debilidad. Era la única cosa que me anclaba a lo que quedaba de humanidad en mí.Y también era la única persona que podía hacerme perder el control en un solo parpadeo.Cuando los primeros rayos del sol entraron por la pequeña rendija de la ventana, ya estaba sentado en la mesa, con los codos apoyados y las manos entrelazadas, mirando fijo un punto muerto en la madera. Mis pensamientos seguían corriendo con el mismo ruido que la tormenta que se formaba dentro de mí.Tenía que sacarnos de aquí. A Alan y a
LUCANos subimos a la camioneta sin más palabras. Iván se sentó en el asiento del copiloto, mientras Leo conducía. Enzo se quedó con Alan y conmigo en la parte trasera, vigilándonos de cerca.El camino fue largo y silencioso. A través de la ventanilla, el bosque pasaba como una mancha oscura e interminable, interrumpida solo por los faros de otros vehículos en la distancia.Finalmente, tras lo que parecieron horas, llegamos a una cabaña en medio del bosque. No era grande, pero estaba bien resguardada y rodeada de árboles altos que bloqueaban la vista desde el aire.Leo estacionó el auto y Enzo abrió la puerta para que bajáramos.—Aquí se quedarán hasta que tengamos todo listo para Italia —anunció Enzo, señalando la entrada—. No salgan, no llamen la atención y no intenten nada estúpido.Alan soltó un bufido, pero entramos sin rechistar.La cabaña estaba bien acondicionada. Había calefacción, una sala con sofás de cuero oscuros y una mesa con comida servida. Pero lo que más me llamó la
LUCAEl viento helado de Oymyakon rugía con más fuerza cuando salimos de la tienda. La nieve bajo mis botas crujía con cada paso que daba, mientras Iván caminaba a mi lado, en completo silencio. Enzo y Leo iban unos pasos detrás de nosotros, con sus rostros pétreos y miradas calculadoras. Alan nos seguía de cerca, su mandíbula tensa y la desconfianza ardiendo en sus ojos. Sabía que no le gustaba la idea de que nos pusiéramos en manos de la mafia italiana, pero en este punto no había otra opción.El helicóptero seguía en el mismo punto donde aterrizó, con el rotor aún girando lentamente. Los hombres de Vang se mantenían a la distancia, observándonos con atención, listos para actuar si algo se salía de control. A pesar del trato que habíamos hecho, ninguno de nosotros confiaba completamente en el otro.Iván se detuvo junto al helicóptero y giró para mirarme.—No podemos quedarnos aquí más tiempo, tenemos que movernos rápido —dijo con su voz ronca—. No quiero correr riesgos innecesarios
Último capítulo