La calma en el refugio era apenas un espejismo. Afuera, DANMA CITY seguía bajo la tensión de Iván y su gente, cada esquina podía ser una trampa, cada sombra un peligro. Pero dentro de esas paredes, había algo más valioso que cualquier arma: el calor de una familia que se estaba construyendo sobre la tragedia.
Santi estaba sentado en una silla vieja, apenas iluminado por la luz tenue de una lámpara improvisada. Frente a él, Zarella e Indira permanecían en silencio, con los ojos bajos, las manos juntas sobre las rodillas. No necesitaba que hablaran para entender lo que pasaba por sus cabezas. Había aprendido a leer en sus rostros lo que las palabras no alcanzaban a decir.
Zarella, con apenas doce años, intentaba mantener la compostura, como si quisiera demostrar que ya era lo bastante fuerte para soportar todo lo que estaba pasando. Indira, de siete, no ocultaba sus emociones con tanta facilidad: sus ojos brillaban de miedo, y la manera en que se mordía los labios dejaba claro que estab