Ariadne es una enfermera que se ve arrastrada por las deudas familiares y la desesperación. Sin salida, acepta un acuerdo que cambiará su vida para siempre: convertirse en la esposa temporal de Viktor, el peligroso y carismático heredero de la mafia rusa. Lo que comienza como una unión por conveniencia se convierte rápidamente en una encrucijada de poder, celos y traiciones. Atrapada entre la creciente pasión que la consume y los oscuros secretos del mundo de Viktor, Ariadne deberá decidir si su corazón puede sobrevivir al fuego de una relación tan peligrosa. Lo que no sabe es que al firmar su contrato con el “diablo”, ha entrado en un juego donde el amor y la lealtad se confunden, y la única salida podría ser perderlo todo.
Leer másLa mansión parecía un laberinto de susurros y miradas punzantes. Cada paso que daba, cada palabra que pronunciaba, era analizada y juzgada. No era fácil ser la recién llegada, la esposa temporal, la pieza que todos querían observar de reojo. Sentía que cada encuentro con un familiar era una prueba silenciosa, una especie de examen al que debía sobrevivir sin tropezar. Y, sin embargo, el peso más grande no venía de ellos, sino de Viktor.Él estaba distante. Más que en días anteriores. Un muro invisible parecía separarlo de mí, aunque vivíamos bajo el mismo techo. Sus ojos, habitualmente intensos y penetrantes, ahora se perdían en la nada, ocultando algo que no quería compartir. Lo noté la mañana en que, mientras desayunábamos, no levantó la mirada ni una sola vez. Tampoco me habló.Yo, en cambio, trataba de encontrar mi lugar, pero me sentía cada vez más pequeña, más frágil, y extrañamente sola.Una noche, cuando Viktor no estaba, el silencio de la casa me empujó a buscar respuestas en
El aire estaba cargado de un perfume que olía a poder, a cuero caro y a promesas que nadie cumpliría. El salón estaba engalanado como un palacio de cuentos, con candelabros que lanzaban destellos dorados sobre rostros que guardaban secretos como armas ocultas. Era el baile anual de la familia, y yo, en medio de todo ese lujo peligroso, me sentía más prisionera que reina.—No voy a ir —le dije a Viktor mientras me ajustaba el vestido de seda que me habían impuesto para la ocasión. Su mirada, intensa y casi desesperada, se clavó en la mía.—Ariadne, por favor —rogó, con la voz tan baja que casi parecía un suspiro—. Mi padre no entiende de razones. Si no vas, pondrá tu seguridad en juego.No pude evitar el sarcasmo que se coló en mis palabras, un escudo contra el miedo que me atenazaba el pecho.—¿Y qué pasa si ir al baile significa convertirme en su pieza? ¿O peor, en su blanco?Viktor avanzó, rozando mis labios con la promesa de un beso que no llegó.—No puedo permitir que te pase nada
No sé cuándo la calma empezó a ser un lujo, pero esta noche parecía más frágil que nunca. Me había acostado temprano, agotada por las horas que llevaba sin dormir después del atentado, cuando sentí algo bajo la almohada. Una hoja arrugada, amarillenta, sin remitente. Solo unas palabras escritas con tinta negra, firmes, urgentes:“Él no es lo que dice. Pregunta por el cuarto rojo.”Mi corazón dio un vuelco y mis dedos temblaron. La mansión parecía aún más oscura, como si sus paredes supieran que había alguien más dentro. Alguien que jugaba con nosotros a un juego peligroso.No había duda: tenía que descubrir qué era ese “cuarto rojo”. Pero lo que encontré no fue un cuarto. Fue un sótano oculto tras una biblioteca secreta, un lugar que jamás imaginaría existiera.Las paredes estaban cubiertas de archivos, carpetas etiquetadas con nombres y fechas. Documentos que hablaban de extorsiones, chantajes, alianzas rotas… y contratos. Mi mirada buscó el mío entre ellos, y allí estaba. Mi nombre,
La copa de vino tembló ligeramente en mi mano, pero no fue por el cristal fino ni por la música de fondo, ni siquiera por el vestido negro que apenas me dejaba respirar de lo ajustado que estaba. Fue por las miradas.Todas.De hombres y mujeres que sabían cómo matar con cuchillos, con balas… o con sonrisas.—Relájate —susurró Viktor en mi oído, con su mano firme en la base de mi espalda—. Solo quieren saber si sangras.—¿Y si lo hago?—Que lo hagas despacio. Con elegancia.¿Era una broma? ¿Un consejo? ¿Una advertencia?No tuve tiempo de decidirlo, porque en cuanto cruzamos el umbral del comedor principal, todas las conversaciones cesaron. El murmullo quedó atrapado en las paredes como una respiración contenida.Casi veinte personas en esa sala. Trajes impecables. Perfumes caros. Pistolas ocultas.Y yo, una enfermera que hace un mes apenas podía pagar el alquiler, sonriendo como si supiera algo que ellos no.Viktor levantó su copa.—Mi esposa —anunció, como si estuviera presentando una
No hay ventanas que den al este en esta maldita mansión. Ni relojes. Ni pájaros que canten al amanecer.Solo sombras largas, paredes demasiado silenciosas y empleados que evitan el contacto visual como si tuviera la peste. Aquí, hasta el aire parece estar entrenado para espiar.Al principio pensé que era mi imaginación.Esa sensación sutil, como si alguien me observara desde las esquinas. La forma en que una criada cambiaba de pasillo cada vez que me cruzaba. O cómo los vigilantes nocturnos sabían exactamente dónde estaba, incluso si no había cámaras visibles.Pero ahora lo sé. Estoy siendo vigilada. Observada. Medida.Y el oro en las molduras ya no brilla igual. La riqueza se siente como barro pegajoso bajo los pies.Hoy, mientras caminaba por el ala norte, donde supuestamente se guardan antigüedades —es decir, donde no debería haber nada interesante— noté una puerta cerrada. Hasta ahí, normal. Lo raro fue el leve parpadeo de luz que se filtraba por debajo. Como si alguien estuviera
No he vuelto a dormir bien desde el ascensor.Puedo jurar que fue un error, un accidente eléctrico provocado por la tensión, por el encierro, por el silencio. Por lo que sea… menos por ganas. ¿Verdad?Mentira. Lo deseé. Y lo sigo deseando, cada vez que lo veo bajar las escaleras con esa camisa blanca remangada, desabrochada en la garganta, como si supiera que el aire me falta solo con mirarlo. Maldito sea.Intento fingir normalidad. Camino por esta mansión como una sombra decorativa más, con mi mejor cara de estatua indiferente. Pero mi cuerpo me traiciona. Se tensa si escucha sus pasos. Se enciende si su voz grave retumba desde algún pasillo.—Necesito ir al hospital a ver a mi madre —le dije hace un par de días, esperando que al menos la rutina me devolviera algo de control.—Ya se ha enviado a una enfermera privada. —Su respuesta fue tan fría como su reloj de acero. Tan final como una sentencia.Así funciona esto. Me casé con un diablo disfrazado de rey, y cada día me convenzo más
Todo comenzó con un maldito trueno.Y como buena película de terror, siguió con un apagón.La tormenta cayó sin aviso, rompiendo la tarde con una furia que ni siquiera la mansión Sokolov pudo ignorar.Las luces titilaron dos veces. Luego, oscuridad.Y en medio de eso, Viktor y yo, atrapados en el ascensor privado entre el ala sur y el sótano.—Perfecto —bufé, golpeando el botón de emergencia que, por supuesto, no funcionaba.—Tranquila —dijo él con una calma que me sacó de quicio—. El generador se activará en unos minutos.—¿Y si no lo hace?—Te cargaré en brazos hasta la superficie. Ya lo he hecho antes.Rodé los ojos. Mi cuerpo entero estaba en tensión, no por el encierro, sino por él. Por ese metro cuadrado compartido, por su aliento cerca de mi mejilla, por el olor a madera, cuero y tormenta que llevaba encima. Por cómo me miraba cuando pensaba que yo no lo veía.O tal vez sí lo sabía.Y le encantaba.—No digas cosas como esa —susurré.—¿Cosas como qué?—Como si esto fuera normal.
No hablamos del beso.Ni al día siguiente. Ni al otro.Ni siquiera lo mencionamos en los silencios incómodos que ahora eran más frecuentes. Viktor y yo nos evitábamos como si hubiéramos cruzado una línea invisible que nadie se atrevía a nombrar. Como si ignorarla la hiciera menos peligrosa.Lo cual era absurdo.Porque ese beso no se podía ignorar.Yo no podía ignorarlo.Cada vez que lo veía cruzar un pasillo, el cuerpo me reaccionaba como si hubiera desarrollado memoria táctil. La presión de sus labios, la fuerza contenida en su agarre, su maldita voz ronca al decir "no todo en esta casa sigue las reglas."¿Y lo peor?Que en vez de repelerme, me intrigaba más.Porque él no se comportaba como un esposo…Ni como un enemigo.Se comportaba como una bomba mal calibrada.Y cada día estaba más cerca de explotar.—No me mires así —me soltó una mañana, en la cocina, sin siquiera girarse hacia mí.—¿Así cómo?—Como si quisieras preguntarme cosas que no vas a soportar saber.Tragué saliva. Mis m
El mármol helado bajo mis pies descalzos me recordó que ya no estaba en casa.Aunque… ¿alguna vez tuve una realmente?La mansión Sokolov olía a madera cara, perfumes importados y secretos podridos. Cada rincón era impecable, como si nadie viviera allí. Luces tenues, cuadros intimidantes, jarrones que costaban más que mi educación completa. Pero no había calor. Nada que latiera.Ni siquiera las paredes respiraban.Una mujer de rostro tenso y moño tirante me esperaba en la entrada principal con una tablet y una sonrisa que me hubiera dado miedo si no estuviera tan agotada.—Soy Ivanna, la encargada de la casa. Le enseñaré sus espacios y las normas básicas.—¿Normas?—El señor Sokolov fue claro. Hay reglas que debe seguir mientras viva aquí.Ah, claro. Cómo olvidarlo.Vivo aquí, pero no soy de aquí.Soy la esposa decorativa del mafioso más joven y frío que he conocido.La esposa temporal.Seguí a Ivanna por un pasillo interminable decorado con estatuas y lámparas de cristal. Todo era tan