Ariadne es una enfermera que se ve arrastrada por las deudas familiares y la desesperación. Sin salida, acepta un acuerdo que cambiará su vida para siempre: convertirse en la esposa temporal de Viktor, el peligroso y carismático heredero de la mafia rusa. Lo que comienza como una unión por conveniencia se convierte rápidamente en una encrucijada de poder, celos y traiciones. Atrapada entre la creciente pasión que la consume y los oscuros secretos del mundo de Viktor, Ariadne deberá decidir si su corazón puede sobrevivir al fuego de una relación tan peligrosa. Lo que no sabe es que al firmar su contrato con el “diablo”, ha entrado en un juego donde el amor y la lealtad se confunden, y la única salida podría ser perderlo todo.
Ler mais—Tienes tres días para pagar o los sacamos de la casa. A golpes, si es necesario.
Esas fueron las palabras exactas. Secas. Crueles. Vomitadas por la voz nasal de un desconocido al otro lado del teléfono. Ni siquiera se molestó en fingir amabilidad. Colgó antes de que pudiera soltar un "espere", un "por favor", o un "está usted equivocado".
No lo estaba.
Lo supe en cuanto miré la dirección de la llamada: el viejo número de mi padre, al que ya nadie contestaba desde que los acreedores empezaron a llamar como buitres.
La pantalla de mi celular se apagó, pero la presión en mi pecho no. Era como si algo se hubiera desplomado dentro de mí, aplastando lo poco que me quedaba de estabilidad.
Tres días.
Estaba en la sala de descanso del hospital, con el uniforme arrugado, la coleta medio caída y las ojeras tan marcadas que podrían haber sido tatuajes. La máquina de café escupía su quinta señal de error y a mí ya no me quedaban monedas ni paciencia.
—Otra vez bloqueada —murmuré, dándole un golpe inútil a la máquina.
—Y tú otra vez aquí —dijo Marta, mi compañera de turno, entrando con su sonrisa cansada. Llevaba el cabello recogido en una trenza apretada y los ojos inyectados de cansancio. Como todos.
—¿Dormiste algo? —pregunté.
—¿Dormir? ¿Qué es eso?
Reí, pero el sonido salió quebrado. Me estaba rompiendo. Por dentro y por fuera.
No era justo. Yo no hice nada mal. Estudié. Me esforcé. Me partí la espalda para tener una vida digna. Pero parece que ser la hija de un hombre adicto a las apuestas tiene un precio, y yo lo estaba pagando con intereses.
Respiré hondo y volví a mi turno. Emergencias. Nada más emocionante que sangre, gritos y caos para olvidarte de que el mundo te está aplastando.
Y entonces llegó él.
No como un huracán. No. Como una maldita tormenta eléctrica que te roza la piel antes de estallar.
—Herido por bala en la pierna, arteria ilíaca comprometida —gritó uno de los paramédicos mientras empujaban la camilla. Pero no fue eso lo que me hizo detenerme.
Fue él. El que venía caminando detrás de la camilla como si no hubiera nada fuera de lugar. Alto, de traje oscuro, rostro cortado con precisión y esos ojos…
Dios.
Fríos. Intimidantes. Como si hubieran visto demasiado y ya nada pudiera afectarlos. Pero lo que me paralizó no fue su belleza. Fue el modo en que me miró.
Como si me conociera.
—Prepárate —me dijo Marta—. Ese parece de los que mandan.
Y lo hacía. Tenía esa energía que te aplasta sin necesidad de levantar la voz. Ese aire de poder crudo y peligro latente.
Mientras los cirujanos entraban con el herido, él se quedó en la puerta, observando. Y luego caminó directo hacia mí.
—¿Ariadne Silva?
Mi nombre, en su boca, sonaba como algo prohibido.
—¿Nos conocemos? —pregunté, cruzando los brazos por reflejo, aunque mi voz tembló un poco. Solo un poco.
—Aún no —sonrió, lento. Como un lobo que se acerca al cuello de su presa con paciencia exquisita—. Pero vine por ti.
Risa sarcástica. Esa fue mi respuesta automática. Porque nadie en su sano juicio dice algo así sin sonar como un lunático.
—Mira, estoy en turno, y…
—Lo sé. Doble turno, en realidad. Y aún así no te alcanza —dijo, sacando algo del bolsillo de su abrigo. Una carpeta. Puso una hoja frente a mí—. Reconoces esa firma, ¿cierto?
Mis ojos se clavaron en el papel.
—¿Qué es esto?
—El fin del juego. Y el principio de otro —respondió él, metiendo las manos en los bolsillos mientras su mirada se clavaba en la mía—. Tu padre hipotecó más de lo que podía ofrecer. Ahora es momento de cobrar. Pero no te preocupes. Hay… alternativas.
Su tono me heló la sangre.
—¿Qué clase de alternativas?
—No aquí. No ahora. Hoy solo vine a advertirte.
Se inclinó un poco, lo justo para que su voz rozara mi oído.
—Es curioso cómo alguien tan recto puede tener un pasado que oculta tanto.
Tragué saliva.
Quería preguntarle qué sabía. Cómo me había encontrado. Por qué me miraba así. Pero mi lengua estaba paralizada.
—¿Quién eres?
—Alguien que puede darte una salida. A un precio justo.
—¿Mafioso?
Él sonrió. Un movimiento leve, pero devastador.
—¿Eso te asusta o te excita?
No respondí. Y él pareció disfrutarlo.
Sacó una tarjeta y la deslizó en el bolsillo de mi bata.
—Vamos a vernos pronto —dijo, dándose la vuelta—. Tengo una propuesta que no vas a poder rechazar.
Y se fue.
Esa noche no pude dormir.
Sino por sus palabras.
Aunque en mi interior, ya sabía quién era.
Y había venido a buscarme.
La nieve cae como una promesa.Silenciosa. Persistente. Fría… y, de alguna manera, reconfortante.Estamos en medio de la nada. Una cabaña de madera al norte, rodeada por pinos altos y una niebla que parece salida de un sueño demasiado largo. El tipo de lugar que huele a leña, a tierra húmeda y a nuevas oportunidades. Aquí no hay disparos. No hay gritos. No hay cadáveres esperando justicia. Solo nosotros. Viktor. Yo. Y la pequeña vida que crece en silencio dentro de mí.A veces lo escucho moverse por las noches, en la cocina, en la sala, en la terraza. Camina como si esperara que el pasado tocara la puerta en cualquier momento. Yo lo observo desde la cama, con una mezcla de ternura y miedo. Porque lo amo. Y porque sé que ese amor no es suficiente para protegernos de lo que se viene.Hoy amaneció antes que yo. Lo encontré junto al ventanal, solo con un suéter de lana y una taza de café negro en la mano. Miraba la nieve caer como si pudiera descifrar algún mensaje en cada copo.—¿Estás c
La paz es una ilusión elegante.Un susurro dulce antes de la próxima explosión.Después del juicio, el mundo debería haber respirado. Deberíamos haber tenido una tregua, un momento para lamer las heridas y pensar en qué demonios hacer con todo lo que quedó. Pero no. Los cadáveres apenas estaban fríos cuando comenzaron los movimientos.Mensajes en clave. Autos sospechosos. Miradas que duran medio segundo más de lo permitido.Y Viktor… Viktor no duerme. No realmente.Desde hace días se levanta en mitad de la noche, revisa las cámaras, da órdenes al teléfono en ruso, se ducha en silencio con los puños apretados. Lo observo desde la cama como quien mira a un lobo herido: hermoso, mortal y tan jodidamente solo.—¿Vendrán por nosotros? —le pregunté anoche, con la voz rasgada por la vigilia.Me miró. Una sola vez.—No por nosotros. Por mí.Y entendí.Mi nombre ya no es el blanco.Pero mi cuerpo… sigue siendo el campo de batalla.Hoy, todo se fue al demonio.Y no porque nos dispararan —que ta
La primera vez que entré a esta sala, lo hice con las rodillas temblando y la mirada baja. Hoy… cada paso que doy resuena como un disparo. Cada pisada es una advertencia.Ya no soy solo la esposa del heredero. Ni la huérfana que buscaba sobrevivir. Soy la hija de un linaje olvidado. La herencia de un poder más antiguo que las promesas rotas de esta sala. Y ellos… lo saben.—¿Está segura de lo que está haciendo, señorita? —pregunta uno de los ancianos, mirando mis manos como si esperara que se prendieran fuego.—Nunca estuve más segura —respondo, sin pestañear.El salón del consejo parece una escena congelada. Rostros tallados en piedra. Secretos ocultos tras arrugas que han presenciado demasiadas traiciones.A un lado, Viktor. Silencioso. Firme. Imponente. Su presencia es una promesa sin palabras. Y sin embargo, esta batalla es mía.—Estoy aquí para hablar de justicia —digo, mi voz proyectándose como una campana de cristal—. Y para hablar de la verdad que ustedes han enterrado
Dicen que los hombres como yo no sufren. Que somos hechos de piedra, de pólvora y de promesas rotas. Que nada puede quebrarnos.Mentira.El corazón de un demonio también se parte… solo que hace más ruido.Y el mío estalló la primera vez que la vi caer.Ariadne.Mi esposa por contrato. Mi perdición. Mi redención. Y ahora… Una muñeca dormida en una cama fría, conectada a más cables que los que debería soportar un cuerpo humano.El cuarto olía a desinfectante, a silencio… y a muerte lenta.—¡Despierta! —rugí, lanzando el escritorio contra la pared. El sonido del impacto fue como un disparo. Nadie se atrevió a detenerme.El consejo de los ancianos estaba afuera, murmurando fórmulas y profecías antiguas. Yo solo escuchaba el latido irregular de esa máquina.Pip… Pip… Pip…Cada pitido era una burla.Cada segundo sin su voz, una tortura.—¡Si no despierta, los mato a todos! —advertí sin pensar. O quizás pensándolo demasiado. Y lo peor… es que no mentía.Ella me salvó. Se entregó al fueg
Todo en la sala olía a hierro viejo y ambición mal disimulada.El mármol negro bajo mis tacones resonaba con cada paso que daba, como si el suelo mismo reconociera el peso de lo que estaba a punto de suceder. Iba vestida de blanco, por supuesto. Ironía o provocación, no lo tenía claro. Pero Viktor me había mirado con una mezcla de furia y orgullo cuando crucé el umbral con el cuello erguido, los labios pintados de rojo y la espalda desnuda bajo la seda ajustada."Pareces una maldita ofrenda," murmuró entre dientes."Tal vez lo sea," respondí, sin mirar atrás.La sala del juicio era circular, tallada en piedra, sin ventanas. Como una tumba glorificada. Las columnas estaban cubiertas por símbolos antiguos de la Bratva y los ojos de los capos me siguieron mientras caminaba junto a Viktor hacia el centro, donde se levantaba la mesa de los jueces: cinco hombres con rostros de ceniza y miradas como cuchillos afilados.Todos estaban allí. Los clanes más viejos, los más sangrientos, los más e
La ciudad ya no duerme.Ni siquiera finge hacerlo. Hay un murmullo constante en el aire, como si los edificios susurraran entre ellos, como si las sombras se pasaran secretos de una esquina a otra. Moscú está dividida. Algunos quieren sangre. Otros… simplemente quieren sobrevivir al fuego que se avecina.Y en el centro de ese huracán estamos nosotros.Yo, Ariadne Makarov, la esposa conveniente, la intrusa que alteró el equilibrio con solo respirar. Y él… Viktor Volkov. El heredero que renunció al trono para ser un hombre, no una leyenda. Pero las leyendas no mueren fácilmente. Las leyendas sangran. Se retuercen. Y al final, vuelven para arrastrarte con ellas.La noticia del juicio se filtró como veneno en el agua. Ya no se susurra, se grita. En la mesa de los poderosos, nuestro amor es una amenaza. Y yo... soy la enemiga del pacto. La mujer que llegó con una sonrisa y terminó con un imperio dividido en dos.—¿Tienes idea de lo que dicen de ti? —preguntó Mikhail esa mañana mientras me
Último capítulo