—No voy a ir a ese maldito baile —dije, cruzándome de brazos frente al espejo del vestidor, mientras la caja con el vestido que Viktor había encargado seguía cerrada, intacta como mi dignidad.
Viktor se apoyó contra el marco de la puerta. Traje negro impecable, rostro tallado en piedra, mirada que me envolvía como seda y cuchillas al mismo tiempo.
—No es una invitación, Ariadne. Es una exigencia.
Me giré lentamente, clavándole los ojos.
—¿Y tú qué eres entonces? ¿El mensajero elegante de tu papá?
Algo se quebró en su expresión. Apenas un destello, pero lo noté. Porque lo estaba buscando.
—No me hagas esto. Solo... esta vez, por favor, haz lo que te pido. —Su voz bajó de tono, y su forma de pedirme las cosas fue más peligrosa que cualquier orden—. Es por tu seguridad. Ir al baile es mostrar que estás bajo mi protección. Que eres intocable.
Me reí, seca, amarga.
—¿Intocable? Desde que me casé contigo, me han apuntado con armas, me han seguido en la calle y ahora me invitan a un baile con