Anali está a punto de casarse con el hombre que cree amar, pero la boda se convierte en una pesadilla cuando un ataque de la mafia interrumpe la ceremonia. Su prometido desaparece, y el único que aparece para salvarla es Víctor, su misterioso cuñado: un hombre tatuado, frío y peligroso, conocido como uno de los sicarios más temidos del bajo mundo. Obligados a huir juntos tras descubrir una traición que involucra a su propia familia, Anali y Víctor se ven atrapados en un juego mortal de alianzas mafiosas, venganzas y secretos. Lo que comenzó como una misión de protección se transforma en un amor prohibido que ninguno de los dos está dispuesto a admitir… hasta que hacerlo se convierte en su única salvación. Entre disparos, besos robados y promesas rotas, tendrán que elegir entre el deber y el corazón. Pero en la guerra de la mafia, el amor siempre tiene un precio.
Leer másEl reflejo en el espejo le devolvió la imagen de una mujer que apenas reconocía. Anali Montero, veinticinco años, heredera de una de las familias más influyentes de la ciudad, estaba envuelta en un vestido de novia que costaba más que un apartamento en el centro. Seda italiana, encaje francés y perlas cultivadas se entrelazaban sobre su cuerpo como una segunda piel, creando la ilusión de perfección que todos esperaban de ella.
—Quieta, cariño —murmuró su madre mientras ajustaba la tiara de diamantes sobre su cabello recogido—. Una novia Montero debe ser impecable.
Anali contuvo la respiración. Impecable. Esa palabra la había perseguido toda su vida. Desde pequeña, cada paso, cada palabra, cada decisión había sido cuidadosamente supervisada para mantener el apellido Montero en lo más alto. Ahora, a minutos de convertirse en la esposa de Alejandro Vega, sentía que culminaba el guion perfecto que habían escrito para ella.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Claudia, su mejor amiga y dama de honor, mientras le entregaba una copa de champán.
—No —mintió Anali, bebiendo un sorbo—. Es lo que siempre he querido.
La suite nupcial del Hotel Imperial bullía de actividad. Maquillistas, estilistas, fotógrafos y familiares entraban y salían como en una coreografía ensayada. A través de la ventana, Anali podía ver los jardines donde se celebraría la recepción después de la ceremonia. Trescientos invitados, orquesta en vivo, flores importadas de Holanda. Todo digno de la unión de dos de las familias más poderosas de la ciudad.
Su padre, Ernesto Montero, entró en la habitación con su habitual aire de autoridad. Traje impecable, gemelos de oro, y esa mirada que siempre parecía estar evaluando ganancias y pérdidas.
—Mi princesa —dijo, besándola en la frente con cuidado de no arruinar su maquillaje—. Hoy sellas la alianza más importante de nuestras vidas.
Anali asintió, reconociendo el peso de sus palabras. No era solo una boda; era un contrato, una fusión empresarial disfrazada de romance. Aunque ella realmente creía amar a Alejandro. ¿Cómo no hacerlo? Era guapo, educado, de buena familia. El candidato perfecto.
—Papá, ¿quién es el hombre de traje gris que está en el vestíbulo? —preguntó, recordando a un desconocido que había visto al llegar—. No lo reconozco de nuestras listas.
Una sombra cruzó el rostro de su padre.
—Negocios, hija. Siempre hay invitados de último momento. No te preocupes por eso hoy.
Pero algo en su tono alertó a Anali. Después de veinticinco años, conocía bien los matices en la voz de su padre cuando ocultaba información.
Al salir hacia la iglesia, notó que la seguridad había aumentado. Hombres de traje oscuro y comunicadores en el oído flanqueaban cada entrada. Uno de ellos, particularmente joven, tamborileaba nerviosamente los dedos contra su pierna mientras escaneaba la multitud.
—¿Está todo bien? —preguntó a Raúl, el jefe de seguridad familiar que conocía desde niña.
—Por supuesto, señorita Anali —respondió con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Solo el protocolo habitual para un evento de esta magnitud.
La Catedral de San Sebastián resplandecía bajo el sol de la tarde. Columnas de mármol, vitrales centenarios y el aroma de miles de rosas blancas creaban el escenario perfecto. Anali esperó en la limusina mientras los invitados tomaban sus lugares. A través del vidrio polarizado, observaba fragmentos de su futuro: familias poderosas, políticos, empresarios, todos reunidos para presenciar la unión que consolidaría imperios.
Su padre le ofreció el brazo cuando llegó el momento. La marcha nupcial comenzó a sonar y las puertas de la catedral se abrieron de par en par. Anali avanzó por el pasillo central, consciente de cada mirada, de cada flash de cámara, de cada suspiro de admiración. Al final del camino, Alejandro la esperaba junto al altar. Guapo, elegante, pero extrañamente tenso. Sus ojos, usualmente cálidos, parecían distantes, como si su mente estuviera en otro lugar.
"Son los nervios", se dijo Anali. "Los míos también están a flor de piel".
Fue entonces cuando lo vio. En la esquina más alejada de la iglesia, parcialmente oculto tras una columna, un hombre observaba la ceremonia con expresión impenetrable. Alto, de complexión atlética, con un traje negro que no lograba ocultar del todo los tatuajes que asomaban por su cuello. Víctor Vega, el hermano mayor de Alejandro.
Un escalofrío recorrió la espalda de Anali. Víctor era la oveja negra de los Vega, el hijo que había rechazado el negocio familiar legítimo para sumergirse en las sombras. Los rumores sobre él eran abundantes: sicario, contrabandista, la mano ejecutora de operaciones que nadie quería mencionar en voz alta. Anali solo lo había visto tres veces en su vida, y en cada ocasión, su presencia había dejado una estela de inquietud.
Sus miradas se cruzaron por un instante. Los ojos de Víctor, de un gris acerado, la estudiaron con una intensidad que la hizo tropezar ligeramente. Su padre apretó su brazo, devolviéndola a la realidad.
—Compostura —susurró.
Llegaron al altar. Alejandro tomó su mano, pero sus dedos estaban fríos, temblorosos.
—Estás hermosa —dijo mecánicamente.
El sacerdote comenzó la ceremonia. Palabras sobre amor eterno, compromiso y fidelidad resonaban bajo la cúpula sagrada mientras Anali sentía una creciente sensación de irrealidad. ¿Por qué Víctor estaba allí? ¿Por qué Alejandro parecía tan ausente en el día más importante de sus vidas?
—Si hay alguien que conozca algún impedimento por el cual esta pareja no deba unirse en sagrado matrimonio, que hable ahora o calle para siempre...
El silencio que siguió fue roto por un sonido que Anali tardó en reconocer. Un disparo. Seco, contundente, seguido de gritos y el caos. Las luces de la catedral se apagaron de golpe, sumiendo el lugar en una penumbra atravesada solo por los rayos de sol que se filtraban por los vitrales.
—¡Al suelo! —gritó alguien.
Anali sintió que Alejandro soltaba su mano. Lo vio alejarse, no hacia ella para protegerla, sino hacia un costado, perdiéndose entre las sombras y la confusión.
—¡Alejandro! —gritó, pero su voz se perdió entre el pánico general.
Más disparos. Gritos. El sonido de cristales rompiéndose. Anali quedó paralizada en medio del altar, su vestido blanco convertido en un blanco perfecto en la oscuridad.
De pronto, unas manos fuertes la sujetaron por la cintura, arrastrándola hacia un lateral de la iglesia. Intentó resistirse hasta que reconoció la voz que le hablaba al oído.
—Si quieres vivir, corre —ordenó Víctor, su aliento cálido contra su mejilla—. Tu prometido te ha vendido, princesa. Y ahora vienen por ti.
El primer disparo resonó como un trueno en la habitación. Víctor no dudó. Su cuerpo se movió por instinto, con la precisión mecánica de quien ha convertido la muerte en oficio. El intruso que había irrumpido por la ventana apenas tuvo tiempo de registrar la sombra que se abalanzaba sobre él antes de que la vida abandonara sus ojos.Víctor no celebraba sus muertes. Las ejecutaba con la misma frialdad con que otros firmaban documentos. Tres hombres más entraron tras el primero. El silenciador de su arma convirtió cada disparo en un susurro mortal. Dos cayeron instantáneamente. El tercero, más ágil, logró esquivar la primera bala y se lanzó contra él con un cuchillo.Desde el rincón donde se había refugiado, Anali observaba la escena con horror fascinado. Víctor se movía como agua entre las sombras, su rostro impasible mientras esquivaba el filo que buscaba su garganta. En un movimiento fluido, atrapó la muñeca de su atacante, la retorció hasta que el hueso crujió y, sin perder un segund
El frío la despertó. Anali abrió los ojos en la penumbra, desorientada, con el cuerpo entumecido y un dolor punzante en la sien. No reconocía el techo de metal corrugado sobre ella ni el olor penetrante a aceite de motor y humedad que impregnaba el aire. Se incorporó lentamente sobre lo que parecía ser un viejo colchón colocado directamente en el suelo, cubierto con sábanas limpias que contrastaban con el deterioro general del lugar.La habitación estaba apenas iluminada por una lámpara de aceite que proyectaba sombras danzantes contra las paredes de concreto. Parecía un taller mecánico reconvertido en refugio improvisado. En un rincón, sentado sobre una silla metálica con el respaldo hacia adelante, Víctor la observaba con aquellos ojos impenetrables.—Por fin despiertas —dijo él con voz neutra, sin moverse de su posición—. Llevas casi diez horas inconsciente.Anali intentó hablar, pero tenía la garganta seca. Víctor se levantó y le acercó una botella de agua que ella aceptó con mano
El motor del Audi ronroneaba mientras Víctor conducía por la carretera desierta, sus ojos alternando entre el asfalto y el espejo retrovisor. La noche había caído por completo, envolviendo el paisaje en un manto de oscuridad que le resultaba familiar, casi reconfortante. A su lado, Anali dormía profundamente, su cabeza apoyada contra la ventanilla, el vestido de novia arrugado y manchado de tierra y sangre seca.Víctor la observó de reojo. Parecía tan frágil, tan fuera de lugar. Su rostro, incluso en sueños, mantenía una expresión de preocupación que tensaba sus facciones. El maquillaje corrido dibujaba sombras bajo sus ojos, y algunos mechones de cabello se habían escapado del elaborado peinado que seguramente había tardado horas en hacerse esa mañana. Una mañana que ahora parecía pertenecer a otra vida."¿Por qué mierda acepté esto?", murmuró para sí mismo, apretando el volante hasta que sus nudillos se tornaron blancos.La respuesta llegó en forma de recuerdo. La voz de su hermano
Afuera, la noche es caótica. Los disparos rasgan el aire como relámpagos sonoros, las llantas de los vehículos rechinan contra el asfalto y sombras furtivas corren en todas direcciones. El mundo que Anali conocía se ha desmoronado en cuestión de minutos, transformando su boda soñada en una pesadilla de la que no puede despertar.El vestido blanco de Anali, aquel que había elegido con tanto esmero meses atrás, ahora está manchado con sangre que no es suya. La tela de seda italiana, antes inmaculada, presenta ahora salpicaduras carmesí que se expanden como flores macabras sobre el blanco virginal. Tropieza con la larga cola mientras corre, siguiendo a un hombre que nunca imaginó sería su salvador.—¡Muévete! —le grita Víctor, su voz áspera cortando el aire como una navaja.Anali apenas puede procesar lo que está sucediendo. Sus tacones se clavan en el suelo mientras avanza torpemente, con la respiración entrecortada y el corazón martilleando contra su pecho. El maquillaje se le ha corri
El reflejo en el espejo le devolvió la imagen de una mujer que apenas reconocía. Anali Montero, veinticinco años, heredera de una de las familias más influyentes de la ciudad, estaba envuelta en un vestido de novia que costaba más que un apartamento en el centro. Seda italiana, encaje francés y perlas cultivadas se entrelazaban sobre su cuerpo como una segunda piel, creando la ilusión de perfección que todos esperaban de ella.—Quieta, cariño —murmuró su madre mientras ajustaba la tiara de diamantes sobre su cabello recogido—. Una novia Montero debe ser impecable.Anali contuvo la respiración. Impecable. Esa palabra la había perseguido toda su vida. Desde pequeña, cada paso, cada palabra, cada decisión había sido cuidadosamente supervisada para mantener el apellido Montero en lo más alto. Ahora, a minutos de convertirse en la esposa de Alejandro Vega, sentía que culminaba el guion perfecto que habían escrito para ella.—¿Estás nerviosa? —preguntó Claudia, su mejor amiga y dama de hono
Último capítulo