La primera vez que entré a esta sala, lo hice con las rodillas temblando y la mirada baja.
Hoy… cada paso que doy resuena como un disparo.
Cada pisada es una advertencia.
Ya no soy solo la esposa del heredero.
Ni la huérfana que buscaba sobrevivir.
Soy la hija de un linaje olvidado.
La herencia de un poder más antiguo que las promesas rotas de esta sala.
Y ellos… lo saben.
—¿Está segura de lo que está haciendo, señorita? —pregunta uno de los ancianos, mirando mis manos como si esperara que se prendieran fuego.
—Nunca estuve más segura —respondo, sin pestañear.
El salón del consejo parece una escena congelada. Rostros tallados en piedra. Secretos ocultos tras arrugas que han presenciado demasiadas traiciones.
A un lado, Viktor.
Silencioso. Firme. Imponente.
Su presencia es una promesa sin palabras.
Y sin embargo, esta batalla es mía.
—Estoy aquí para hablar de justicia —digo, mi voz proyectándose como una campana de cristal—. Y para hablar de la verdad que ustedes han enterrado