Mundo ficciónIniciar sesiónEn la víspera de su boda, Anastasia solo quería divertirse en su despedida de soltera, pero una decisión impulsiva cambia su destino. Embriagada por el deseo y la libertad, despierta en la cama del hombre más peligroso del país: Damián Volkov, un magnate implacable que no olvida ni perdona. Lo que comenzó como un error se transforma en una obsesión ardiente y peligrosa. Ahora, Anastasia está atrapada entre el deseo, el miedo y un hombre decidido a no dejarla escapar.
Leer másMi nombre es Anastasia Lincon.Tengo veinte años y estoy comprometida con René Rusten, el hombre con quien he compartido los últimos cinco años de mi vida. Desde que lo conocí, mi mundo pareció adquirir sentido, aunque a veces dudo si realmente conozco al hombre que pronto se convertirá en mi esposo.
Vivo con mi padre, mi madrastra y mi media hermana. Mi madre falleció el mismo día que nací, y desde entonces, esa ausencia ha sido un vacío que nadie logró llenar. Hoy es mi despedida de soltera, y mis amigas del trabajo han preparado una sorpresa. Trabajo desde que cumplí los 18 años; no es que me falte el dinero si no que eso me da una razón para estar fuera de casa el mayor tiempo posible. Las discusiones con mi media hermana son constantes, y mi madrastra… bueno, es la clase de mujer que nunca permitió que me sintiera bienvenida. A veces solo me esfuerzo por no poner a mi padre en aprietos. —Ania, hola, mi niña.Escucho su voz desde la puerta mientras rebusco entre mi armario la ropa para esta noche. —Hola, papi. —le respondo sonriendo, aunque sé que por dentro algo lo preocupa. Él me observa en silencio, con ese gesto nostálgico que últimamente no puede ocultar.—No puedo creer que pronto te irás de esta casa. Camino hacia él y lo abrazo con fuerza.—Vendré a visitarte seguido, te lo prometo. —Me alegra que hayas encontrado a un buen hombre. —René es muy lindo, y me quiere mucho. —le digo con una sonrisa, justo cuando mi madrastra aparece detrás de él. —Te estamos esperando. —dice ella con ese tono frío que suele usar conmigo. Mi padre asiente, intentando mantener la calma.—Ania, venía a decirte que iremos a un restaurante y... —Solo hice reservación para tres personas. —interrumpe mi madrastra con una sonrisa forzada. Mi padre la mira con fastidio.—No me interesa, pagaré lo de una persona extra. Ella se marcha molesta, y yo suspiro.—Padre, no te preocupes. Vayan ustedes, mis compañeras me llevarán a la despedida de soltera. —Pero aún falta una semana para la boda. —Lo sé, pero con tantos preparativos quisieron hacerlo hoy. Él sonríe débilmente.—Está bien, cuídate y llámame si pasa algo. Le doy un beso en la mejilla y lo veo desde mi ventana mientras se aleja en el auto junto a mi madrastra y mi hermana. Me baño con calma, dejando que el agua tibia me relaje. Después me pongo el vestido blanco ajustado que me llega a las rodillas, calzo mis zapatillas del mismo tono y dejo que mi cabello caiga suelto en ondas suaves. Me miro en el espejo: el reflejo me devuelve una joven emocionada, nerviosa… y un poco asustada del futuro que la espera. Mi celular vibra. Sonrío al ver el nombre de René en la pantalla. —¿Cómo está la novia más hermosa del mundo? —su voz suena grave y segura. —Muy bien. Me estoy arreglando para la despedida que me prepararon las chicas. —¿Sabes que estoy en contra de eso, verdad? —responde con tono serio. —Solo iré un par de horas, lo prometo. —Ania, eso no es propio de una joven decente. Necesito que me escribas a cada momento. Sonrío con ternura. Suena controlador, pero lo interpreto como un gesto de amor.—Está bien, te amo. —Y yo a ti. Cuelgo y tomo un taxi. Mis amigas me esperan en un hotel donde rentaron un salón privado para la ocasión. Al llegar, las luces y la música me hacen sonreír. El ambiente es festivo, lleno de risas y copas que chocan. —¡Por Ania, y por su futuro junto al soltero más codiciado! —grita una de mis compañeras levantando su copa. Todas aplauden, reímos, brindamos. —Esta noche es para disfrutar. ¡Nada de preocupaciones! —añade otra, llenando mi copa otra vez. De pronto, entran varios hombres en ropa interior, apenas cubiertos. Las risas aumentan, los gritos y la música llenan el salón. Mi celular vuelve a sonar, y cuando veo el nombre de René, una de mis amigas me lo quita de la mano. —Nada de teléfonos. Hoy te toca divertirte. Él sabe que es tu noche. Intento no contrariarlas. Bebo un poco más, aunque no recuerdo cuántas copas llevo. El tiempo se me escapa. Todo empieza a girar. Me siento mareada, con calor, la piel me pica, el aire se vuelve espeso. Me levanto tambaleándome y salgo en busca del baño. Camino por un pasillo iluminado tenuemente. Mi vista se nubla y apenas logro subir a una habitación abierta. Entro directo al baño, me siento, trato de controlarme. Me miro al espejo mientras me echo agua en la cara, pero el mareo empeora. Las voces afuera se mezclan con la música lejana. Me quito las zapatillas y respiro profundo. Cuando el silencio vuelve, salgo del baño, pero una arcada me obliga a regresar. Me enjuago la boca. Siento un trapo a mi lado y me limpio con el, se escuchan voces intento hablar, mi lengua no responde. Sigo vomitando, después de un rato. Camino tambaleante hacia un sofa, intentando mantenerme en pie. Mi mente me ordena moverse, correr, gritar… pero mi cuerpo no obedece. Caigo sobre este y la oscuridad me envuelve.Es lo último que recuerdo antes de que todo se apague.Yajaira me mira mal junto a su madre, con ese gesto altanero que siempre ha tenido, como si yo fuera una intrusa en una casa que ni siquiera le pertenece aún. Me siento fuera de lugar, como si el aire mismo me rechazara. Me alejo de ellas sin decir nada, bajando las escaleras con el corazón apretado, intentando no mirar atrás. Camino despacio, observando cada rincón de la casa, tratando de memorizar los muebles, las paredes, los cuadros… como si necesitara demostrarme a mí misma que nada de esto me intimida.Estoy inspeccionando un recibidor antiguo cuando siento una presencia detrás de mí. Un escalofrío me recorre la espalda.Me doy la vuelta y ahí está Yajaira, como un fantasma que no quiere dejarme respirar.—Pronto esta casa será de René —dice, acomodándose el cabello con un gesto de superioridad—. Y por ende, mía.No respondo. No quiero darle la satisfacción. Pero ella continúa, cada palabra más venenosa que la anterior.—Su abuelo los reunió para anunciarles que toda su herencia
Subo con Damián las escaleras y cada escalón es como si pisara clavos. No es el cansancio, es la tensión. La sensación de estar caminando hacia un encierro más que hacia una habitación. Y solo saber que la gente que queda en la sala no dejan de vernos por la bomba que se acaba de soltar.Él va delante de mí, su espalda rígida, sus pasos duros, como si el piso también le debiera respeto.Llegamos al cuarto y las maletas ya están sobre la cama. Una sola cama. Una enorme, lujosa, pero única. Mi estómago se encoge. Trago saliva y miro a otro lado fingiendo que no me afecta, pero Damián lo nota. Siempre nota todo.Me observa con una ceja levantada, como esperando que corra, que haga un comentario estúpido o que me tiemblen las piernas. No le daré ese gusto.—Puedo dormir en un sofá —digo con firmeza, aunque mi voz no suena tan fuerte como quisiera.Él sonríe, pero no es una sonrisa normal. Es una que me recorre el cuerpo como un escalofrío, mezcla de burla y advertencia.—Claro —dice con fr
—No es mi firma.Es lo primero que logro decir cuando por fin mi mente procesa lo que tengo enfrente. Ese papel… ese maldito papel que dice que estoy casada con la peor persona del mundo. Mis dedos tiemblan sujetándolo. Mi respiración se corta.—Lo es —responde él, arrebatándomelo sin contemplaciones—. Esta acta es válida.—¿Tuviste el descaro de hacerla válida cuando yo me iba a casar con René? —pregunto con la voz rota, sintiendo cómo mis ojos se llenan de lágrimas que no logro contener.—Quieres tapar el sol con un dedo —dice sin mirarme siquiera—, pero no se puede.—Yo iba a casarme con él… y tú impediste eso.Le grito. Ya no puedo contener nada. Todo lo que he aguantado explota de golpe dentro de mi pecho.—Piensa lo que quieras —me dice con frialdad, girándose para darme la espalda—. Pero tienes claro que no puedes escapar.Me deja ahí, parada, con la garganta cerrada y la vida hecha pedazos. Me siento en la cama, abrazándome a mí misma, intentando contener el temblor de mis man
Juego con mis manos, inquieta, sin saber qué responder, y él se levanta lentamente, acercándose a mí con esa mirada que siempre me hace sentir atrapada.—Solo dilo —ordena con esa voz baja que pretende sonar calmada.Asiento apenas, mi mirada se desliza hacia la pared.—Quiero escucharlo —insiste.—Sí… —miento. No creo nada de lo que él quiere que diga, pero igual lo digo. Sé que si no, esto será peor.Su sonrisa aparece de inmediato, una sonrisa torcida que me hace arder de rabia. No de miedo: de rabia.—Eres tan predecible —se burla, saboreando cada sílaba como si disfrutara humillarme.Aprieto los puños.—¿Qué te ofreció René para estar a solas contigo en el jardín? —pregunta, acusándome sin un solo titubeo.¿En serio?—Fue coincidencia —respondo cansada de repetir lo mismo.—Para mí no existen las coincidencias —gruñe acercándose más—. Yo creo que te quedaste de ver con él.—Piensa lo que quieras —le digo con fastidio.Entonces me sujeta del mentón, firme, agresivo, intentando obl
Camino con los papeles en la mano mientras el corazón me late con fuerza. Apenas salgo del edificio le escribo a Darío. Mis manos tiemblan, y para cuando termino de redactar el mensaje, el celular vibra: es él, llamándome.—A ver, preciosa, cálmate —dice con voz firme pero suave—. Mándamelos y veré qué se puede hacer, ¿sí?Asiento aunque no me vea. Tomo un taxi hacia un pequeño local donde todavía tienen fax. Me siento en una silla de plástico que cojea mientras espero a que el envío se complete. El sonido del aparato es antiguo, casi agobiante. Suspiro mirando hacia ningún punto en particular, como si la nada pudiera darme respuestas.Termino de enviar todo y salgo a la calle. El aire cálido me golpea de frente. Entonces un carro negro se estaciona frente a mí. Mi respiración se corta cuando veo a Ernesto bajar del asiento del copiloto.—Suba —ordena, sin emoción.Obedezco. La gente que pasa alrededor mira el auto, la conducta de Ernesto,.… seguramente creen que soy alguien important
Subo a mi habitación con pasos rápidos, casi tropezándome con mis propios nervios. Cierro con seguro apenas atravieso la puerta y me dejo caer boca arriba en la cama, esperando que el sueño llegue rápido y se lleve con él todo lo que traigo atorado en el pecho. Pero no llega. Me muevo de un lado a otro, arropándome, destapándome, intentando encontrar una posición que me deje descansar. Nada funciona.Mi mente va y viene de solo recordar sus palabras, "mate a alguien."Pasan quizás minutos… u horas, no lo sé. Hasta que escucho la puerta principal abrirse con un golpe seco y, segundos después, el sonido de un motor apagándose afuera. Me incorporo en la cama y camino con sigilo hacia el balcón, cuidando no hacer ruido. Me asomo apenas, escondiéndome en la cortina para no ser vista.Un carro oscuro está estacionado afuera. Damián espera… pero no con la ropa con la que salió esta tarde. Ahora lleva camisa negra, pantalón oscuro, el cabello un poco desordenado, como si hubiera fuera a un lu
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