“Papá, ¿tú te casaste con mi mamá por amor o por dinero?” “Por desgracia, hijo, me casé por desgracia”. Y parecía chiste, pero eso era exactamente lo que Jackson Wyndham imaginaba que le respondería a su hijo cuando tuviera edad para preguntar, ¡porque su madre era la mujer más tóxica, competitiva, irracional, insoportable y loca que había conocido jamás! ¿El embarazo? Un terrible error provocado por un desastre natural. ¿El contrato de matrimonio? Absolutamente necesario para tapar su imprudencia y mantener la reputación familiar. ¿La vida de casados? Una lucha constante de poder entre los dos peores rivales profesionales que había visto el Colegio Médico de Manchester. Una lucha que no terminaría nunca, porque cada vez que Margaret Kingsley y él se miraban a los ojos, los criados corrían a esconder las escopetas de caza y los cuchillos de cocina. Atrapados entre la rivalidad y el deseo, en medio de traiciones familiares y amores perdidos, ¿podrán Jackson y Maggie volver alguna vez a esa tormenta que los unió?
Leer másCAPÍTULO 1. Del odio al Registro Civil
El plan era sencillo: entrar, decir lo que tenía que decir, patearle el ego y salir antes de que alguien la reconociera.
Maggie Kingsley llevaba un gorro de lana gris bajado hasta las cejas, unas gafas de sol gigantes —de esas que gritan “soy famosa y no quiero que me veas” mientras atraen toda la atención—, y un abrigo que parecía haber sido diseñado para ocultar un cadáver, o varios. Total, si ya había cometido el error de meter a Jackson Wyndham en sus bragas, ya no podía hacer nada peor.
Se movía por los pasillos de Wyndham Medical de Manchester como una agente encubierta; lo irónico era que todo el maldito edificio ya hablaba de ella.
—¿Es la doctora Kingsley? —susurró una recepcionista a otra, disimulando tan mal que hasta la máquina de café rodó los ojos.
—Imposible —respondió la otra—. Margaret Kingsley jamás usaría ese gorro, ella es una dama muy refinada.
El problema era que “refinada” solo era una cualidad aleatoria, porque Maggie era muchas cosas —terca, brillante, dramática, competitiva hasta niveles olímpicos— pero no era tonta. Sabía perfectamente que, después del… “incidente” con el heredero de la familia Wyndham, los rumores en el Colegio Médico de Manchester eran peores que una plaga de langostas; o que una diarrea postoperativa, para usar una metáfora más del ramo.
Sin llamar, sin tocar, sin detenerse a respirar, Maggie empujó la puerta de la oficina del director ejecutivo con una furia muy mal disimulada.
—¡¿Se puede saber qué demonios te pasa, Jackson?! —le gritó quitándose el gorro y dejando que aquella cabellera roja se le desparramara sobre los hombros.
El hombre frente a ella, que llegaba fácilmente al uno noventa de estatura, exótico, distinguido musculoso y con un cerebro jodidamente brillante, la miró como si fuera una abeja molesta a la que quisiera espantar y no pudiera.
¡Era tan atractivo como odioso! En especial cuando se sentaba detrás de aquel enorme escritorio de roble, como si fuera el rey de Inglaterra, y no el imbécil que había arruinado su vida con una sola noche de debilidad y una botella de whisky escocés del bueno.
“¡OK, varias noches!” pensó Maggie con impotencia mientras él se levantaba de su silla.
—Buenos días, Margaret —dijo con tono gélido, aunque la comisura de su boca traicionaba una satisfacción perversa.
—No me llames Margaret. —Ella cerró la puerta de un golpe que hizo temblar los diplomas enmarcados en la pared—. Y no me digas “buenos días” cuando sabes perfectamente que se me está cayendo el mundo encima. ¿Quieres que sean buenos? ¡Tírate por el balcón!
—No tengo balcón.
—¡Lo que tienes es un palo metido en el trasero, maldito egocéntrico! ¡Afuera está lleno de periodistas! ¿No podíamos vernos en otro lugar?
—Veo que el disfraz de espía no funcionó —dijo él con esa voz ronca llena de sorna que siempre la hacía querer ahorcarlo.
—¿Qué demonios quieres, Jackson? —lo acusó ella poniendo los ojos en blanco.
Y sin esperar a que él la invitara, se dirigió a su mesita de servicio y se sirvió un trago para contrarrestar la adrenalina, pero antes de que pudiera llevárselo a los labios, Jackson se lo quitó bruscamente de la mano.
—¿Se te olvida lo que pasó la última vez que bebimos? —la increpó y Maggie apretó los labios.
—¡Un error fue lo que pasó…! ¡Un lapsus…!
—Más bien una catástrofe con consecuencias ridículamente desproporcionadas —gruñó Jackson mirándola a los ojos—. Unas consecuencias con las que vamos a tener que lidiar lo mejor que podamos si no queremos que el escándalo nos hunda.
Maggie se cruzó de brazos y levantó una ceja divertida.
—¡Por favor! —bufó con impotencia—. ¡Tu familia tiene suficiente dinero como para tapar todas tus porquer…!
—Estás embarazada —sentenció Jackson y la vio tambalearse, con los ojos abiertos como platos.
—¡¿Perdón?!
—Tienes aproximadamente ocho semanas. El embrión mide unos dieciséis milímetros. El tamaño de una frambuesa, si prefieres algo más poético.
El silencio que siguió fue tan denso que probablemente adquirió masa y gravedad propias.
—¿El qué…? ¿Cómo sabes…? No puede ser…
—Tengo un contacto en el hospital donde te hiciste los análisis de sangre cuando nos rescataron —respondió Jackson sin inmutarse—. Y le pagué muy bien para que me los trajera a mí antes que a nadie.
Maggie lo miró como si acabara de declararse fanático del fútbol americano.
—¡¿Me robaste mis análisis médicos?! —le gritó furiosa.
—Era una urgencia, y técnicamente solo los interpreté. Soy médico. Lo hago con resultados todo el tiempo.
—¡Eres un maldito desquiciado sin límites! ¡Un vil manipulador! ¡Un…!
—Un hombre que debió haber mantenido la verg@ es sus pantalones —la interrumpió, con una calma tan elegante como resignada señalándola de arriba a abajo con evidente desprecio—, pero esto es lo que hay.
Maggie abrió y cerró la boca varias veces, como un pez que acaba de enterarse de que el océano está contaminado. ¿Embarazada? ¿Cómo era posible…?
¡O sea, sabía cómo! ¡¿Pero por qué tenía que pasarle a ella?! ¡¿Precisamente en ese momento!?
—No puede ser. No tiene sentido. Yo… no tengo vida. Ni citas. Ni… ¡nada! Solo mi trabajo, mi carrera, mi beca… ¡Y tú eres un puto error!
Jackson ladeó la cabeza con falsa simpatía.
—Pues el error nadó con fuerza.
Maggie agarró el informe que él le tendía —un papel impreso con su nombre, la fecha, los niveles hormonales y un enorme “POSITIVO” que parecía burlarse de ella desde la tinta negra—, y sus manos temblaron. Por un instante pensó en gritar, pero algo en su pecho se derrumbó antes de que pudiera articular sonido alguno. Aquello iba a destruir completamente su vida.
—¡Dios mío, esto es un desastre!
—Concuerdo.
—¡Y todo es tu culpa!
—Las piernas a cada lado de mis caderas eran las tuyas.
—¡Estaba borracha!
—Y yo estaba desnudo.
—¡OK! ¡Ambos tomamos malas decisiones esa noche! —gruñó ella defendiéndose.
—Y a la mañana siguiente.
—¡Eso es obvio!
—Fue obvio una docena de veces más, es un milagro que no te haya hecho trillizos —murmuró él llevándose dos dedos al puente de la nariz—. ¿Cómo dos mentes brillantes como nosotros pudieron ser tan idiotas?
—¡Cállate, Jackson!
Maggie respiró hondo cuando empezó a sentir que se mareaba. Hiperventilar en la oficina de su peor enemigo convertido en… ¿co-padre?… no era una buena idea.
—Me va a dar algo…
—Fatiga, sensibilidad, náuseas matutinas.
—¡Ya me sé los malditos síntomas del embarazo, Jackson! —se desesperó ella mientras la habitación empezaba a estrecharse a su alrededor.
—Cierto, que tú también eres doctora —replicó él con ironía—. En fin, ya que el problema existe, vamos a enfrentar las consecuencias… casándonos.
Y aquel golpe fue peor que el del embarazo. Maggie trastabilló y se apoyó en un asiento ahogada de risa.
—¡¿Estás drogado?!
—Créeme, eso quisiera, pero no. Dadas las circunstancias no queda otro remedio que salir de aquí hacia el Registro Civil y formalizar un matrimonio —gruñó él como si se estuviera tragando un gusano vivo.
—Pero… ¡pero yo te odio…! ¡tú me odias! ¡Nos odiamos…!
—Pues qué bueno que sabes conjugar, Margaret, ahora conjuga esta: ¡Estás embarazada! ¡Estoy embarazado! ¡Estamos embarazados! —exclamó mientras el autocontrol se le corría un solo milímetro—. ¡Así que nos vamos a casar, por menos que nos guste! ¿Quieres que te recuerde todo lo que tienes que perder, o prefieres perder al niño?
—¡No digas "el niño"! No sabemos qué es.
—La frambuesa, entonces —replicó él, con su sonrisa insoportable.
Maggie se llevó una mano a la frente. Estaba viendo puntitos negros. O estrellas. O las dos cosas.
—Jackson, esto no es una solución. ¡Esto es una trampa! ¡Un matrimonio forzado! ¡Una pesadilla…!
—Un contrato de supervivencia —corrigió él—. Así que necesito tu respuesta. ¿Aceptas o no?
Y fue ahí, justo ahí, cuando el cerebro de Maggie decidió que ya era suficiente drama por un día.
El mundo se puso negro y acabó en el suelo, desmayada, mientras él empujaba un poco su pierna con la punta de su zapato para ver si reaccionaba.
—¿Sigues respirando? —gruñó—. Lo tomaré como un "tal vez".
UN ÁNGEL EN GARANTÍA. EPÍLOGO.El gran día finalmente había llegado. La mañana del evento transcurría bulliciosa y emocionante en el castillo: los corredores relucían, las flores olían a promesa y el cielo se mantenía despejado, como invitando al amor a florecer sin temor.Sari bajó con el corazón acelerado hacia el vestíbulo principal. Petra estaba allí, junto a Marija, organizando detalles de última hora. La imagen era tierna: Petra, con una lágrima contenida en su mejilla, hablaba de cuánto había esperado un día como aquel y cuán lejos lo veía antes de que Sari llegara a sus vidas.—Petra —comenzó Sari con voz llena de dulzura—, ¿quieres ser mi madrina de bodas?El silencio que siguió duró un segundo, pero fue suficiente para que Petra se quedara paralizada. Luego, como si despertara de un sueño, la señora soltó una carcajada emocionada y se llevó una mano al pecho.—¿¡Yo!? —exclamó—. Claro que sí, querida… sería un honor que tú me permitieras ser tu madrina.Sari la abrazó con fue
UN ÁNGEL EN GARANTÍA. CAPÍTULO 61. Una solicitud formalIban casi flotando ambos al salir del hospital. Sari, frágil aún, estaba en brazos de Iván, cargada como una princesa en un cuento de hadas. El aire fresco la hizo estornudar un poco, pero no importaba. Él sostuvo su cuerpo con cuidado, asegurándose de que se sintiera segura, y sus pasos resonaron en el pasillo vacío, como el preludio de una nueva vida.—Te prometí que no te iba a dejar sola nunca —murmuró Iván—. ¿Estás lista para volver a casa?—¿Contigo? Claro que sí —respondió ella con voz tierna y aliviada.Salieron juntos bajo la luz templada del mediodía. El castillo los esperaba con sus muros antiguos que parecían más cálidos. Cuando entraron, Petra, Marija y algunos del equipo los aguardaban con sonrisas y aplausos discretos. Petra tomó unas mantas y ayudó a Sari a sentarse en un sillón. Marija trajo té caliente y galletas suaves.—Era ella quien robaba la comida por las noches —murmuró la cocinera después de que las deja
UN ÁNGEL EN GARANTÍA. CAPÍTULO 60. Nadie más va a tocar a mi mujer.Dorina tenía los ojos desencajados y el cabello sucio, pegado a la cara. Su rostro, que alguna vez había sido elegante y altivo, ahora parecía el de una sombra rabiosa, desquiciada. Se acercó a Sari arrastrándola del brazo con una fuerza que no parecía humana, murmurando palabras entre dientes.—¡Siempre tú! ¡Siempre tú! ¡La bastarda que se creía la dueña! —escupió con veneno, mientras la llevaba a rastras hacia una de las piscinas.Sari forcejeaba, cojeando por el disparo en la pierna, pero aún así no pensaba dejarse vencer tan fácilmente.—¡Suéltame, Dorina! ¡Estás loca! ¿Qué crees que vas a lograr con esto?—¡Justicia! —gritó Dorina—. ¡Te voy a borrar de este mundo como si no hubieras existido, porque nunca debiste existir! Aquí se acaba todo —escupió empujándola hacia la orilla—. Aquí vas a ahogarte, sin nadie que venga a salvarte.Sari, jadeante, trataba de mantener la calma, pero la desesperación y el silencio a
UN ÁNGEL EN GARANTÍA. CAPÍTULO 59. El poderDorina dio un paso más hacia Sari, con la pistola temblando entre sus manos, pero con una mirada que no vacilaba en lo absoluto. Su pelo estaba revuelto, los labios agrietados, y los ojos hundidos por la falta de sueño y cordura.—¿Sabes cuánto tiempo te he odiado? —dijo, con voz baja y contenida, como si cada palabra saliera desde el fondo de su estómago—. Desde que tengo conciencia. Desde que supe que solo eras un reemplazo mío, porque el maldito viejo no pudo esperar unos años más a morirse. ¡La primogénita de los Horvath! ¡Cuando yo debía ser la única hija!Sari no se movía, apenas respiraba. Tenía el corazón galopando en el pecho y la cabeza dándole vueltas, pero se obligó a mantener la calma.—No tienes que hacer esto, Dorina —susurró, pero su hermana soltó una risa sarcástica, seca, como un estallido roto.—¡Claro que tengo que hacerlo! —gritó—. ¡Tú me lo quitaste todo! Mi fortuna, mi lugar, ¡hasta Ivan! Siempre te ponías de víctima,
UN ÁNGEL EN GARANTÍA. CAPÍTULO 58. Una sombra en la oscuridadAsí que se le dio prioridad a lo urgente, ¡por supuesto! y más tarde, con un Ivan completamente rendido en el diván de su despacho, Sari decidió que era momento de hacer una de sus famosas tartas.La cocina era su lugar seguro, su pequeño rincón de control, así que se puso su delantal favorito, se ató el cabello con una cinta y comenzó a revisar los ingredientes. Harina, huevos, azúcar... pero, al abrir la nevera, notó algo raro.—¿Dónde están los arándanos? —preguntó en voz alta, frunciendo el ceño, y las chicas la miraron como si no la comprendieran.Revisó también la alacena. Faltaban las cerezas secas y un tarro entero de mermelada de moras. Se giró, algo confusa.—Juro que los encargué desde ayer… —se dijo a sí misma.Katalin, que justo entraba con una caja de zanahorias bajo el brazo, se encogió de hombros.—¿Estás segura de que Pavel no metió las patas en tu despensa? ¡Esa bestia últimamente se come todo lo dulce que
UN ÁNGEL EN GARANTÍA. CAPÍTULO 57. Unas prioridades muy bien definidasIvan notó la forma en que Sari apretaba la mandíbula y lo miraba como si no entendiera.—¿Qué… qué estás diciendo?Él la hizo sentarse, y luego se sentó frente a ella, con cuidado, como quien se dispone a abrir un portón cerrado por milenios.—Tus padres te mintieron toda la vida, nunca fuiste hija de Ilona —murmuró sin saber cómo hacerle aquella noticia más llevadera—. Zoltan y su mujer deseaban un heredero, pero Ilona no podía embarazarse. Entonces hicieron que una de las criadas de la casa quedara embarazada de él… y esa mujer dio a luz a ti.Sari parpadeó y trató de retroceder como si la hubieran golpeado.—¿Yo… no soy hija de Ilona? —No —asintió Ivan con firmeza—. Te registraron como hija suya, legalmente y ante la sociedad, pero tu madre biológica no es ella. Fue una maniobra de Horvath para asegurar la herencia, porque en el momento en que tu abuelo paterno murió, él no tenía ningún heredero legítimo.Ella
Último capítulo