Me llamo Damián Volkov, tengo 35 años y pertenezco a una de las mafias más poderosas y peligrosas que existen.
La gente me ve como el magnate, pero solo es una fachada que guarda mi verdadero ser. Tengo una reunión con varios socios y me hospedo en el mismo hotel de siempre. —Damian, tu habitación de siempre ya está lista. Me dice Ernesto, quien es mi mano derecha. Agarro las llaves y voy llegando de otro país, así que primero iré a cambiarme. —Ya revisamos la habitación y todo está perfecto, solo que al parecer una trabajadora aún estaba dejando todo en orden en el baño. Me dice y camino a la habitación de siempre, entro y paso directo al baño; mi ropa está arrugada y manchada. Salgo con la ropa en gancho y Ernesto está con los ojos bien abiertos. No despega la vista del sofá cama, y me señala. Noto que es una mujer quien está dormida ahí; está descalza, ya que las zapatillas yacen a un lado. —¿Quién es ella? Le digo a Ernesto y él levanta sus manos sin saber qué decir. —Que la saquen, ahora mismo; cuando regrese, no quiero verla de nuevo aquí. Le ordenó, saliendo molesto: "¿Quién se cree para estar en mi espacio?". Llegó a la reunión y hay un alboroto en la habitación de al lado. —No quiero ruido. Le digo al gerente del hotel y él no tarda en hacer lo que le acabo de decir. Se mueven varias sumas de dinero, por eso estamos aquí. Se cierra el trato y Ernesto llega. —Ya está resuelto, la joven se fue por su propia cuenta. No respondo y se va. Pasada la medianoche llega Lori, la mujer que siempre veo cada que vengo a este país. Se sienta a mi lado pasando su mano de mi pierna a mi entrepierna. Los besos y los toqueteos suben de nivel; decido subir con ella a mi habitación. Entramos y ella se empieza a quitar la ropa mientras me sirvo whisky; escucho un ruido en la parte de arriba y ubico mi arma, a la cual le quito el seguro. Subo las escaleras lentamente y abro la habitación principal. Ahí está ella, la joven de hace rato, en mi cama. Guardo el arma y la muevo, pero solo murmura. —Déjame dormir. Dice y salgo con la furia latiendo en mis venas; Lori se viste cuando me ve que bajo molesto y, sin medir palabras, sale de la habitación. Le marco a Ernesto, pero este no responde. Vuelvo a subir y la intento levantar, ya que ella aquí no se quedará y yo no me iré de un lugar que estoy pagando. La levanto y ella me empuja, logrando que el enojo se me dispare. Me aparto con jaqueca, salgo al balcón y enciendo un puro mientras pienso: llamaré al encargado de este maldito hotel. Regresó adentro después de apagar el puro, pero la noto a ella; está sentada. —Sal y lárgate de aquí. Le digo y ella se vuelve a acostar; capto una risa muy baja. Me acerco y efectivamente se está riendo. Levanta su mano para tocar mi rostro, pero sujeto su mano impidiéndolo. —Fuera de aquí. Le hablo fuerte y, al verla de cerca, noto que es una jovencita; tiene su nariz pequeña, sus pestañas largas y su piel blanca, sus labios rojos. Fácilmente me ha de llegar al hombro; es muy pequeña, como de estatura, como de cuerpo. Se levanta otra vez, tallándose los ojos. Me mira y frota sus brazos con frío. Me detengo a verla y, de un momento a otro, se me abalanza. Quiero hacerla a un lado, pero el beso torpe que me da me hace pegarla a mí para enseñarle lo que es un verdadero beso que la deja sin aire y se aleja para respirar. Grave error el que acaba de cometer: primer error, meterse a mi habitación, y el segundo es tentarme de esta forma. La pongo contra el colchón y ella solo me acaricia los brazos, sin abrir los ojos. Vuelvo a besarla y me ofrece el cuello, que muerdo, haciendo que se queje. —¿Qué haces? Dice y ya no hay retroceso, ya que no puedo contenerme; siento su delgado cuerpo bajo de mí, su cuerpo me llama. Acaricio sus piernas sin dejar de besarla. —Tómame. Dice y, entre besos, quedó entre sus piernas; sus labios son tan diferentes, nunca había besado como los de ella. Desprende dulzura. Muevo mi mano hacia sus bragas que quitó, después hacia su intimidad y los dedos se me resbalan al sentir lo húmeda que está. La acaricio haciendo que gima, mordiéndose el labio. De mi cartera saco un preservativo; nunca lo hago sin protección. Me bajo el pantalón y el bóxer, saco mi miembro; me pongo el preservativo, me vuelvo a ubicar entre sus piernas, está más que lista. Me deslizó dentro de ella, quien al principio se queja y es de esperar; el tamaño de mi miembro no es algo común. Entro despacio, con mucho trabajo, ya que está demasiado apretada, y el que sienta como rompo algo al meterla por completo me hace pegar mi frente en su hombro. —Me duele. Dice ella abriendo los ojos y noto sus ojos color verde. En lo único que puedo pensar es que era virgen y un desconocido la acaba de desvirgar. Su entrada es tan suave y apretada que no me puedo detener. —Haa, despacio, haa. Me encaja las uñas y el que envuelva sus piernas en mi cadera indicándome que siga me hace acelerar los movimientos. Su vagina me aprieta más cuando termina y no voy ni a la mitad, puedo tener a la mujer que quiera abajo de mi, pero no sé en qué estaba pensando cuando metí mi miembro en esta jovencita, y me es difícil detenerme pero decido hacerme un lado, me quito el preservativo y noto la sangre que quedó en él. Ella se baja el vestido y golpea a un lado. —Acuéstate conmigo. Dice: "¿Y quién cree que soy para hacer tal cosa?". Me acomodo el pantalón y maldigo el momento en el que la abrí de piernas, el dolor de mi cabeza no se compara con la de mi miembro ya que no pude terminar y no pienso hacerlo con alguien que apenas y abrio los ojos, noto la llamada perdida de Ernesto. Regresó la llamada y respondió rápido. —¿Sabes quién era la joven que estaba en tu habitación? Me pregunta y miro hacia la cama mientras enciendo otro puro. —No, ¿quién? —Es Anastasia Lincon, la prometida de tu medio hermano. Dice y sonrió, ya que no tuve que buscarla; ella solita vino a mí