De frente.
Mis manos sudan y me abanico el rostro, intentando calmar el temblor que siento en el pecho.
—¿Hija, qué ocurre? Te esperan adentro —dice mi padre, ofreciéndome su brazo.
Lo tomo y entramos juntos al salón principal. Las luces doradas, los arreglos florales y la música suave crean un ambiente que debería ser elegante, pero para mí se siente asfixiante. Los padres de René se acercan; su madre, siempre tan amable, me saluda con un beso en la mejilla, mientras su padre se limita a observarme con una seriedad que me incomoda.
—¿Todo bien, querida? —pregunta ella con una sonrisa.
Asiento y miro discretamente hacia la puerta, buscando al hombre que acaba de entrar. No lo veo bien. Quizás sea un socio, me repito para tranquilizarme.
—Mira la casa en la que vivirás, es hermosa —dice Yajaira con su sonrisa fingida, la de siempre.
—Mi casa también es hermosa —respondo con suavidad, aunque mi tono sale más frío de lo que quisiera.
Mi padre me abraza, pero puedo notar cómo mi madrastra y su hija