El nuevo dueño.
Me asomo lentamente al interior de la habitación. El olor a desinfectante y las luces frías del hospital me ponen un nudo en la garganta.
Mi padre está recostado, conectado a varios aparatos que emiten un pitido constante. Aun así, sonríe en cuanto me ve.
—Hola, princesa.
Su voz suena más débil, pero conserva esa calidez que siempre me ha hecho sentir segura.
—Hola, papá —respondo, acercándome despacio—. ¿Cómo te sientes?
—Bien… —dice, con una sonrisa cansada—. Listo para irme a casa.
—Eso no pasará —le respondo suavemente, pero con firmeza—. No te irás hasta que el doctor lo diga.
Él bufa con impaciencia, y esa terquedad suya me arranca una sonrisa.
—Tengo cosas que hacer —gruñe—. No puedo quedarme aquí tirado.
—Deja eso en manos de Darío, él se encargará —le digo, acomodando la manta sobre su pecho.
—Darío… —repite con un deje irónico—. Ese muchacho solo hace las cosas por ti.
Me río sin poder evitarlo.
—Papá, no digas tonterías.
Él me mira con ternura, pero también con