Mundo ficciónIniciar sesiónZeynep jamás imaginó que su destino estaría marcado por una promesa que no hizo. Hija de una familia humilde, su vida cambia por completo cuando debe cumplir el juramento que su padre le hizo, antes de morir, a su mejor amigo: casarla con Kerim Seller, el hijo del poderoso empresario Baruk Seller. Kerim, por su parte, nunca quiso ese matrimonio. Obligado por las presiones familiares y el temor a perderlo todo, acepta casarse con una mujer a la que no ama… o al menos eso quiere creer. Zeynep llega a Alemania dispuesta a ganarse el corazón de su esposo, pero lo que encuentra es rechazo, humillación y el fantasma de otra mujer que todavía ocupa el alma de Kerim. Entre lágrimas, orgullo y deseo, Zeynep descubre una fuerza que no sabía que tenía. Decide no rendirse y promete que Kerim Seller se enamorará de ella, aunque le cueste el alma. Pero el amor nunca llega sin heridas. Mientras los secretos de los Seller salen a la luz y los lazos familiares se desmoronan, Zeynep deberá elegir entre el amor que soñó y la dignidad que tanto le costó recuperar. Una historia de amor, venganza y redención, donde las promesas del pasado pueden destruir el futuro, y donde el corazón de una mujer puede cambiar el destino de una familia entera.
Leer másEl murmullo de los invitados se apagó lentamente mientras las campanas de la iglesia resonaban con solemnidad. El aroma de incienso impregnaba el aire, mezclándose con el perfume de las flores blancas que adornaban el altar.
Zeynep estaba allí, de pie frente al sacerdote, con las manos entrelazadas y el corazón latiéndole con fuerza. Su vestido, aunque no era el más lujoso que hubiera soñado en las noches de niña, brillaba con la pureza de su ilusión. El velo caía suavemente sobre sus hombros y, a través de la tela ligera, se escapaban destellos de una sonrisa radiante.
Estaba feliz. Había llegado el día en que cumplía la promesa que alguna vez le hizo a su madre: “Algún día me casaré con un hombre rico y sacaré a mi familia de la pobreza”.
A su lado, Kerim se mantenía erguido. Su porte era impecable, con un traje que resaltaba la elegancia y sobriedad de su carácter. Sin embargo, su mirada no se desviaba del sacerdote; era como si quisiera cumplir con aquel ritual sin permitir que ninguna emoción lo envolviera. Su rostro permanecía serio, ajeno a la alegría que brillaba en los ojos de su esposa.
Zeynep, a pesar de notar esa frialdad, lo observaba de reojo cada tanto, intentando leer más allá de aquella coraza. Su corazón ingenuo no se desanimaba; al contrario, la retaba. Si él no la amaba ahora, lo haría después. Estaba decidida a conquistarlo.
—Prometes amarla, respetarla, cuidarla en la salud y en la enfermedad… —entonó el sacerdote con solemnidad.
El silencio se apoderó de la iglesia.
—Sí, lo prometo —respondió Kerim, con voz grave y firme, aunque carente de emoción.
El corazón de Zeynep dio un salto, como si esas palabras fueran una promesa personal y no un simple ritual.
—¿Prometes amarlo, respetarlo, cuidarlo en la salud y en la enfermedad…? —continuó el sacerdote, esta vez dirigiéndose hacia ella.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Su voz tembló un poco, pero no por miedo, sino por la intensidad de la felicidad.
—Sí, lo prometo.
El sacerdote cerró el libro, sonrió y levantó las manos en señal de bendición.
—Yo los declaro marido y mujer. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Puede besar a la novia.
Zeynep lo miró con ilusión, esperando ese instante soñado. Kerim se inclinó apenas y depositó un beso breve, casi protocolario, en sus labios. Luego, volvió la vista al frente como si nada hubiese ocurrido.
El contraste entre la ilusión de ella y la frialdad de él era evidente, pero Zeynep no se dejó vencer. Ese era solo el primer paso de su conquista.
Las campanas repicaron con fuerza cuando los recién casados salieron de la iglesia. Los invitados aplaudían, las mujeres lanzaban pétalos de rosas blancas y los fotógrafos capturaban cada instante. Zeynep sonreía con timidez y orgullo, tomada del brazo de su esposo.
La limusina los esperaba a las afueras, y Kerim, con un gesto cortés, le abrió la puerta. Ella subió emocionada, y mientras el vehículo se alejaba, no pudo evitar mirarlo con la esperanza de encontrar en sus ojos algún indicio de ternura.
—Ha sido un día hermoso, ¿no lo crees? —preguntó ella con voz suave, intentando acercarse.
—Es un día importante —respondió él con neutralidad, sin devolverle la sonrisa.
Zeynep bajó la mirada, pero no dejó que la tristeza se apoderara de ella. Él ya aprendería a verla de otra manera.
Al llegar al hotel, la fachada iluminada parecía un palacio. El salón de recepciones estaba decorado con lámparas de cristal, flores blancas y doradas, y mesas con copas de cristal relucientes. Cada detalle reflejaba la riqueza de la familia de Kerim.
Durante el brindis, Burak, el padre del novio, pronunció unas palabras breves pero cargadas de autoridad, agradeciendo la unión de ambas familias. Selin, la madre de Kerim, sonrió con elegancia, aunque sus ojos analizaban con severidad cada gesto de Zeynep.
Cuando llegó el turno de los recién casados, Kerim alzó la copa y se limitó a agradecer a los presentes. Zeynep, en cambio, habló con dulzura, agradeciendo a sus padres y expresando la esperanza de construir un futuro junto a su esposo. Sus palabras fueron sencillas, pero llenas de ternura.
El vals comenzó, y los novios se unieron en la pista. Kerim bailaba con precisión, moviéndose con seguridad. Sus ojos, sin embargo, no buscaban los de ella. Zeynep, en cambio, disfrutaba cada paso, cada giro, convencida de que estaba viviendo un sueño.
La fiesta fue apagándose poco a poco, los invitados comenzaron a despedirse y, finalmente, llegó el momento de retirarse a la suite nupcial.
Kerim tomó la mano de Zeynep con firmeza y la condujo por los pasillos del hotel. Ella sentía mariposas en el estómago, no solo por la expectativa de la noche, sino por la emoción de caminar junto al hombre con el que había prometido compartir su vida.
Al llegar frente a la puerta de la suite, él se detuvo y la miró fijamente.
—Adelántate tú —dijo con voz grave—. Entraré en un momento.
Zeynep parpadeó sorprendida, pero su sonrisa permaneció intacta. No quiso darle demasiada importancia.
—Está bien —respondió con dulzura.
Giró la llave, abrió la puerta y entró.
Lo primero que la envolvió fue un resplandor cálido. La suite estaba decorada con pétalos de rosas sobre la cama, velas encendidas en los rincones y una botella de champán preparada. Todo parecía sacado de un sueño.
Zeynep sonrió con ternura, llevando una mano a su pecho para contener la emoción. Caminó lentamente por la habitación, acariciando las cortinas de seda, los cojines bordados, la mesa de cristal.
Finalmente, se acercó a la ventana. Corrió las cortinas y se encontró con la ciudad iluminada extendiéndose ante sus ojos. Las luces brillaban como estrellas en la tierra, y en ese instante pensó que el mundo entero celebraba su boda.
Apoyó la frente contra el cristal, suspirando profundamente, mientras en su mente resonaba un solo pensamiento:
“Hoy comienza mi vida junto a mi querido esposo Kerim.”Pero, en lo más profundo de su corazón, sabía que su matrimonio con Kerim no provenía de un amor puro, sino de una promesa que Burak le hizo a su padre antes de morir.
El Llamado a la PuertaLa casa se sentía como un remanso de paz. El único sonido era el suave murmullo de las cacerolas en la cocina. Emme acababa de volver del mercado, sus bolsas llenas de verduras y pan fresco, decidida a mimar a Zeynep con una comida que le recordara su hogar y no la opulencia fría de la mansión Seller.Dejó las bolsas de tela en la mesa de la cocina y se quitó el abrigo. Recorrió la sala de estar con la mirada y se dio cuenta de que su hermana no estaba a la vista. Con una sonrisa, se acercó a la pequeña habitación que antes compartían. Abrió la puerta con sumo cuidado.Allí estaba Zeynep, acurrucada bajo una colcha tejida a mano, abrazando una fotografía descolorida. Su respiración era lenta y profunda, un testimonio de la tranquilidad que solo encontraba en ese lugar. Su rostro, libre de la tensión y el miedo de la mansión, se veía joven y vulnerable.Emme sonrió. Cerró la puerta con cuidado y se dirigió a la cocina. Puso el arroz a cocer y comenzó a cortar los
El pequeño coche de Emme se detuvo frente a la casa de la infancia. Era una estructura modesta, de colores desvanecidos por el sol y la brisa marina, un mundo aparte del mármol y el cristal de la mansión Seller .Emme abrió la puerta de madera, y el olor a polvo, a lavanda seca y recuerdos atrapados invadió el aire. Zeynep entró primero.Emme arrastró las maletas hasta el cuarto pequeño que antes habían compartido. Dejó las bolsas en el suelo y se giró para ver a su hermana.—Y bien... ¿qué te parece? —preguntó Emme.Zeynep emocionada, una sonrisa sincera que hacía mucho no se veía en su rostro. Caminó lentamente, tocando las cortinas viejas, la tela descolorida del sofá.—Todo está igual —murmuró Zeynep, con los ojos brillando—. Esto me recuerda tanto a mamá como a papá. El tiempo se detuvo aquí.Emme se acercó y la abrazó por los hombros.—Sí, lo sé. Yo también los extraños —dijo Emme—. Pero es bueno estar de vuelta, aunque sea por unos días. Necesitabas esto.Se separaron, y Zeynep
Al llegar, las dos hermanas caminaron por las calles empedradas. El olor salino del mar se mezclaba con el dulzor del pan recién horneado de la panadería de la esquina. Cada casa, cada grieta en el pavimento, era un ancla que tiraba de Zeynep a un tiempo más apacible, antes de que el dolor y el engaño definieran su vida.Se dirigieron a un pequeño acantilado con vistas al mar, donde solían sentarse a soñar cuando eran niñas. La brisa marina agitaba el cabello de Zeynep, y por primera vez en días, sentía que podía respirar.Emma extendió una manta en el pasto y se acostaron, observando el horizonte gris. Estuvieron en silencio durante un largo rato, dejando que la tranquilidad del pueblo sanara las heridas superficiales.—Parece que fue ayer cuando te dije que serías una gran diseñadora de viajes y yo sería una abogada famosa —murmuró Emma, sonriendo melancólicamente.—Éramos tan ingenuas —respondió Zeynep.Después de una larga conversación sobre recuerdos de infancia, risas compartida
Zeynep se despertó antes de que la primera luz del amanecer pudiera penetrar la gruesa cortina de la habitación de huéspedes. Había dormido apenas tres horas, interrumpida por el recuerdo del rostro de Carlos. La cama contigua, destinada a Evan, estaba vacía; lo había dejado en su cuna, custodiado por la empleada nocturna. Kerim estaba en su propio encierro, en la habitación principal.Esa mañana, Zeynep solo quería una cosa: huir. No de Kerim, sino de las paredes de la mansión Seller, que ahora se sentían como las fauces de una trampa.Salió de la habitación sigilosamente y condujo hasta el pequeño cuarto de su hermana, Emme. Al entrar, la vio allí tendiendo la cama.—Necesito salir de aquí, Emme —le había suplicado—. Necesito ir al pueblo. Necesito aire.Emme, sin preguntar, se vistió y ambas salieron de la mansión. Apenas Zeynep llegó, se subieron al coche que estaba destinado para Zeynep; el chofer las llevaría. Su destino inevitable era el pequeño pueblo costero donde habían crec
Capítulo 111Zeynep tragó grueso. Las palabras de Kerim eran un bálsamo y una condena al mismo tiempo. Él la estaba validando como madre, le estaba dando el lugar que siempre quiso, pero eso la ataba más a la mentira.—Gracias, Kerim —susurró ella—. Significa mucho escuchar eso.Se separó un paso, sintiendo que la cercanía de él la debilitaba.—Pero sé que algún día todo se sabrá —continuó Zeynep con tristeza—. Los secretos tienen patas cortas, Kerim. Algún día, Baruk sabrá la verdad sobre Evan. Sabrá que yo no soy su madre biológica, que su partida de nacimiento es falsa, que todo esto es un engaño monumental.Zeynep lo miró con súplica.—Creo que deberías ir hablando con tus padres sobre esto, Kerim. Diles la verdad. Prepara el terreno. Así... así me haces esto más fácil para mí. Si ellos saben la verdad y aceptan a Evan, yo podré irme algún día con la conciencia tranquila, sabiendo que el niño no será rechazado.Kerim apretó la mandíbula. La idea de que Zeynep planeara su salida co
La tormenta que se había cernido sobre Estambul finalmente descargaba su furia contra los ventanales de la mansión Seller. El repiqueteo incesante de la lluvia creaba una barrera acústica que aislaba la habitación principal del resto del mundo, convirtiéndola en un escenario íntimo y claustrofóbico.Zeynep estaba sentada en la mecedora, en un rincón de la habitación en penumbra. En sus brazos, el pequeño Evan succionaba los últimos restos de su biberón nocturno. Era una escena de paz doméstica, pero por dentro, Zeynep estaba en medio de un huracán.Su mirada estaba fija en la nada, perdida en los patrones de la alfombra persa, pero su mente estaba atrapada en el vestíbulo, reviviendo una y otra vez el momento en que Carlos le besó la mano.«Señora Seller...»La ironía en su voz había sido una navaja afilada.«Dios mío, ¿qué voy a hacer ahora?», pensaba Zeynep, sintiendo que el aire le faltaba. «Ese hombre está de vuelta en mi vida. Sabe lo que hice para sobrevivir en Alemania. No me d
Último capítulo