Mi nombre es Anastasia Lincon.Tengo veinte años y estoy comprometida con René Rusten, el hombre con quien he compartido los últimos cinco años de mi vida. Desde que lo conocí, mi mundo pareció adquirir sentido, aunque a veces dudo si realmente conozco al hombre que pronto se convertirá en mi esposo.
Vivo con mi padre, mi madrastra y mi media hermana. Mi madre falleció el mismo día que nací, y desde entonces, esa ausencia ha sido un vacío que nadie logró llenar. Hoy es mi despedida de soltera, y mis amigas del trabajo han preparado una sorpresa. Trabajo desde que cumplí los 18 años; no es que me falte el dinero si no que eso me da una razón para estar fuera de casa el mayor tiempo posible. Las discusiones con mi media hermana son constantes, y mi madrastra… bueno, es la clase de mujer que nunca permitió que me sintiera bienvenida. A veces solo me esfuerzo por no poner a mi padre en aprietos. —Ania, hola, mi niña.Escucho su voz desde la puerta mientras rebusco entre mi armario la ropa para esta noche. —Hola, papi. —le respondo sonriendo, aunque sé que por dentro algo lo preocupa. Él me observa en silencio, con ese gesto nostálgico que últimamente no puede ocultar.—No puedo creer que pronto te irás de esta casa. Camino hacia él y lo abrazo con fuerza.—Vendré a visitarte seguido, te lo prometo. —Me alegra que hayas encontrado a un buen hombre. —René es muy lindo, y me quiere mucho. —le digo con una sonrisa, justo cuando mi madrastra aparece detrás de él. —Te estamos esperando. —dice ella con ese tono frío que suele usar conmigo. Mi padre asiente, intentando mantener la calma.—Ania, venía a decirte que iremos a un restaurante y... —Solo hice reservación para tres personas. —interrumpe mi madrastra con una sonrisa forzada. Mi padre la mira con fastidio.—No me interesa, pagaré lo de una persona extra. Ella se marcha molesta, y yo suspiro.—Padre, no te preocupes. Vayan ustedes, mis compañeras me llevarán a la despedida de soltera. —Pero aún falta una semana para la boda. —Lo sé, pero con tantos preparativos quisieron hacerlo hoy. Él sonríe débilmente.—Está bien, cuídate y llámame si pasa algo. Le doy un beso en la mejilla y lo veo desde mi ventana mientras se aleja en el auto junto a mi madrastra y mi hermana. Me baño con calma, dejando que el agua tibia me relaje. Después me pongo el vestido blanco ajustado que me llega a las rodillas, calzo mis zapatillas del mismo tono y dejo que mi cabello caiga suelto en ondas suaves. Me miro en el espejo: el reflejo me devuelve una joven emocionada, nerviosa… y un poco asustada del futuro que la espera. Mi celular vibra. Sonrío al ver el nombre de René en la pantalla. —¿Cómo está la novia más hermosa del mundo? —su voz suena grave y segura. —Muy bien. Me estoy arreglando para la despedida que me prepararon las chicas. —¿Sabes que estoy en contra de eso, verdad? —responde con tono serio. —Solo iré un par de horas, lo prometo. —Ania, eso no es propio de una joven decente. Necesito que me escribas a cada momento. Sonrío con ternura. Suena controlador, pero lo interpreto como un gesto de amor.—Está bien, te amo. —Y yo a ti. Cuelgo y tomo un taxi. Mis amigas me esperan en un hotel donde rentaron un salón privado para la ocasión. Al llegar, las luces y la música me hacen sonreír. El ambiente es festivo, lleno de risas y copas que chocan. —¡Por Ania, y por su futuro junto al soltero más codiciado! —grita una de mis compañeras levantando su copa. Todas aplauden, reímos, brindamos. —Esta noche es para disfrutar. ¡Nada de preocupaciones! —añade otra, llenando mi copa otra vez. De pronto, entran varios hombres en ropa interior, apenas cubiertos. Las risas aumentan, los gritos y la música llenan el salón. Mi celular vuelve a sonar, y cuando veo el nombre de René, una de mis amigas me lo quita de la mano. —Nada de teléfonos. Hoy te toca divertirte. Él sabe que es tu noche. Intento no contrariarlas. Bebo un poco más, aunque no recuerdo cuántas copas llevo. El tiempo se me escapa. Todo empieza a girar. Me siento mareada, con calor, la piel me pica, el aire se vuelve espeso. Me levanto tambaleándome y salgo en busca del baño. Camino por un pasillo iluminado tenuemente. Mi vista se nubla y apenas logro subir a una habitación abierta. Entro directo al baño, me siento, trato de controlarme. Me miro al espejo mientras me echo agua en la cara, pero el mareo empeora. Las voces afuera se mezclan con la música lejana. Me quito las zapatillas y respiro profundo. Cuando el silencio vuelve, salgo del baño, pero una arcada me obliga a regresar. Me enjuago la boca. Siento un trapo a mi lado y me limpio con el, se escuchan voces intento hablar, mi lengua no responde. Sigo vomitando, después de un rato. Camino tambaleante hacia un sofa, intentando mantenerme en pie. Mi mente me ordena moverse, correr, gritar… pero mi cuerpo no obedece. Caigo sobre este y la oscuridad me envuelve.Es lo último que recuerdo antes de que todo se apague.