Acepta que me perteneces.

Camino con los papeles en la mano mientras el corazón me late con fuerza. Apenas salgo del edificio le escribo a Darío. Mis manos tiemblan, y para cuando termino de redactar el mensaje, el celular vibra: es él, llamándome.

—A ver, preciosa, cálmate —dice con voz firme pero suave—. Mándamelos y veré qué se puede hacer, ¿sí?

Asiento aunque no me vea. Tomo un taxi hacia un pequeño local donde todavía tienen fax. Me siento en una silla de plástico que cojea mientras espero a que el envío se complete. El sonido del aparato es antiguo, casi agobiante. Suspiro mirando hacia ningún punto en particular, como si la nada pudiera darme respuestas.

Termino de enviar todo y salgo a la calle. El aire cálido me golpea de frente. Entonces un carro negro se estaciona frente a mí. Mi respiración se corta cuando veo a Ernesto bajar del asiento del copiloto.

—Suba —ordena, sin emoción.

Obedezco. La gente que pasa alrededor mira el auto, la conducta de Ernesto,.… seguramente creen que soy alguien important
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