Adrien llevaba dos días sin dormir más de un par de horas seguidas, eso no era raro en él, dormir le parecía una pérdida de tiempo cuando había enemigos tocando su puerta y traidores jugando en sus mesas. Pero esa noche algo lo tenía más despierto de lo habitual.
Marianne.
Esa maldita mujer que se había atravesado en su vida y que no era lo que esperaba, ni lo que necesitaba.
La mayoría, después de una noche en el club y una amenaza bien colocada, bajaban la cabeza, algunas lloraban. Otras se hacían las fuertes un rato antes de caer, pero ella… ella lo miraba con asco. Y lo peor: con desafío.
Él no tenía tiempo para mujeres como ella, pero por alguna jodida razón, quería ver cuántas veces podía provocarla antes de que ella dejara de fingir que odiaba mirarlo.
Revisó una de las cámaras ocultas en su despacho, Marianne caminaba de un lado a otro en su habitación, mordiéndose el labio, revisando el pomo de la puerta, observando los pasillos como una ladrona torpe pero decidida.
Sabía que