Al día siguiente por la mañana, Adrien ordenó al ama de llaves que llamara a Marianne, quería hablar con ella.
Ella bajó con disgusto, cada vez que él la llamaba sentía una rabia interior que tenía que tragarse, no tenía ganas de discutir con él, pero sabía que no podía negarse.
Cuando entró al despacho, él estaba ahí, de pie, mirando hacia la ventana. No volteó inmediatamente, pero cuando lo hizo, sus ojos se clavaron en ella con una intensidad que la hizo fruncir el ceño.
Adrien la revisó de arriba a abajo, de una manera que Marianne se sintió expuesta.
—Arréglate —dijo en tono firme, para que quedará claro que no era una solicitud, sino una orden— vas a acompañar a alguien.
Ella lo miró atónita, ¿Era en serio?
—¿Acompañar a alguien? —repitió, incrédula y con una mezcla de sarcasmo y rabia— no soy tu puta escort, ¿Para esto me llamaste?
Él ni parpadeó.
—Te llamé porque esta noche saldrás con un amigo.
—¿Perdón?
—Lo oíste.
—¿Y si te digo que no?
Adrien caminó hacia ella, despac