El precio de la deuda

Dos años después

Era octubre, y en el puerto de Marsella, hacía un intenso frío, una hermosa chica caminaba de prisa por las calles empedradas, su departamento estaba cerca, era un pequeño lugar encima de una panadería al que recientemente se había mudado después de la muerte de su padre, y de que su egoísta madrastra acabara con toda la fortuna.

Al llegar a la esquina notó que un lujoso automóvil negro estaba estacionado a un lado de la acera, aceleró el paso, dos hombres salieron de golpe, el más alto era un hombre alto y flaco, tenía una cicatriz que atravesaba su mejilla, se le quedó viendo de una manera que a Marianne le provocó escalofríos..

El otro hombre era de baja estatura, tenía una desaliñada barba oscura, se paró delante de ella, bloqueando el paso.

¿Eres Marianne Belcourt?— preguntó el hombre flaco, su voz era rasposa.

Marianne retrocedió un poco instintivamente, su corazón saltó dentro de su pecho.

Sí, soy yo, ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren?

Tu madrastra nos ha enviado, hoy te vienes con nosotros, preciosa— dijo el de hombre de la barba, al sonreír mostró un amarillento diente de platino.

¿Miranda? ¿Y cómo para qué voy a irme con ustedes?Marianne trató de que su voz no temblara, frunció el ceño mientras una incómoda sensación se instalaba en su pecho.

No hagas preguntas, solo estamos cumpliendo con nuestro trabajo, así que sube al coche y no hagas lío— respondió el flaco mientras encendía un cigarrillo, su mirada parecía traspasarla.

No, no voy a ningún lado con ustedes— dijo Marianne, retrocediendo, el miedo parecía haberse instalado en su garganta, apretó los dientes, no iba a dejar que se dieran cuenta.

No es una opción, pequeña, Miranda le debe mucha pasta al jefe, y tú eres el pago— el de la barba soltó una risa burlesca.

Marianne sintió como si le hubieran dado un fuerte golpe en el estómago, Miranda siempre había sido un desastre, jugaba poker en los casinos clandestinos, perdía todo lo que llevaba y luego lloraba como una niña.

¿Me está vendiendo? ¿Es en serio?— preguntó incrédula.

Sube al auto, o te subimos nosotros, decide— sentenció el flaco, aventando el cigarrillo al suelo y aplastandolo con su zapato.

La pobre chica no tuvo tiempo de correr, el hombre de barba la agarró del brazo con fuerza, enseguida la metió al coche de un empujón, Marianne gritó, pateó, arañó la puerta, pero de nada le sirvió, el flaco encendió el motor y se puso en marcha.

Quince minutos después pararon frente a un edificio cerca de los muelles, al frente del lugar había un enorme letrero color neón que resaltaba la palabra Jazmines, enseguida los hombres la sacaron del coche a empujones, un grupo de hombres con chaquetas de cuero que fumaban afuera, se le quedaron viendo como lobos hambrientos.

Al entrar Marianne sintió náuseas, el olor a alcohol y tabaco era penetrante, a lo largo de una barra donde había bebidas, estaban varios hombres riendo y charlando, escaneó el lugar rápidamente, las mesas estaban repletas de hombres que mantenían su atención sobre una joven chica que se movía cadenciosamente al centro de una tarima, apenas y llevaba ropa.

Bienvenida a mi negocio, soy Vincent, a partir de hoy trabajas para mí— dijo una voz detrás de ella, al girarse vió a un hombre de unos cuarenta años, con el pelo perfectamente peinado hacia atrás, y un traje gris que parecía caro, en su rostro se dibujaba una sonrisa torcida, mientras sus pequeños ojos grises la miraban como si fuera carne en un mercado.

¿Qué? ¿De qué está hablando? —preguntó Marianne mientras sentía su cuerpo temblar de furia.

Tu madrastra me debía cien mil, no tiene con qué pagar así que me dio algo mejor, tú, así que vas a bailar aquí, vas a hacer felices a mis clientes, y con lo que ganes pagarás la deuda, así de simple— contestó para después sacar un puro y encenderlo con calma, enseguida dio una calada, dejando que el humo saliera lento.

No soy una cosa que se vende— replicó ella, dando un paso hacia él, el corazón le latía tan fuerte que lo sentía en los oídos, tenía un deseo inmenso de romperle la cara, pero sabía que no podía hacerlo.

Vincent se le quedó viendo mientras esbozaba una media sonrisa, como si su reacción le causará gracia.

Te daré dos opciones, bailas para mis clientes por las buenas, o te hago bailar por las malas, tú decides, pero creéme, no quieres las malas.

Antes de que Marianne abriera la boca para contestar, uno de los hombres la agarró por el brazo y la arrastró a un pequeño cuarto situado detrás de la tarima, le tiró encima un vestido que tomó de un perchero, era un vestido negro, corto, ajustado y cubierto de brillantes lentejuelas.

Ponte eso, tienes cinco minutos, si no estás lista cuando entre, te lo pondré yo mismo— dijo el tipo señalandola con disgusto.

Marianne se quedó mirando aquel vestido, apretó los puños fuertemente, sentía un miedo terrible, pero a la vez una inmensa furia que le quemaba el pecho.

Quería gritar, destruir todo a su alrededor, salir corriendo, pero sabía que no había salida, se puso aquel vestido mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, el vestido era tan pequeño y ajustado, que cubría solo lo necesario, cuando salió, Vincent la estaba esperando.

Sube a la tarima, y más te vale sonreír mientras te mueves sensualmente, que no te pagaré por poner cara de muerta— ordenó, señalando la tarima con el puro y se la comía con la mirada.

Vaya negocio el tuyo— dijo ella entre dientes, Vincent se rió sarcásticamente en respuesta y la empujó al escenario.

Al subir a la tarima, una luz roja la iluminó, los hombres en las mesas empezaron a silbar y gritar cosas que Marianne intentó bloquear, la música inició,era  un ritmo suave, lento, Marianne cerró los ojos, comenzó a moverse como pudo, no sabía bailar así, no como las otras chicas, pero lo intentó.

Cada silbido, cada palabra sucia que le gritaban, apretaba más el nudo que sentía en la garganta, pero continuó moviéndose, sabía que si paraba, si se quebraba, daría lugar a Vincent para que le hiciera aquellas cosas malas de las que hablaba.

Estaba a mitad del baile, sintiendo que las gotas de sudor mojaban su espalda, cuando la puerta del club se abrió, el ruido bajó un poco, abrió los ojos, y pudo ver que tres hombres entraron, todos llevaban trajes de color oscuro, como buitres.

Los observó con cuidado mientras seguía su baile, el hombre de en medio era alto, con el pelo oscuro cortado perfecto, y una mandíbula dura, caminaba como si el lugar fuera suyo, los demás se apartaban sin decir nada.

Era Adrien, en ese poco tiempo se había convertido en el empresario más respetado en Marsella, tenía fama de ser duro e inflexible.

Adrien sintió que lo miraban, sus ojos se dirigieron inmediatamente hacia la tarima, y ahí la vio, la chica bailaba al ritmo de la música, el largo cabello rubio le caía sobre la cara, mantenía los puños apretados en sus costados, sintió que no era como las otras que se movían mecánicamente.

Había una especie de fuego en ella, una rabia que casi podía tocarse, no entendió por qué el corazón se le aceleró al verla, algo que no esperaba que le sucediera, no solo era su cuerpo, aunque el ajustado vestido negro marcaba sus curvas de una manera que lo hizo tragar saliva, era algo más, era como si su mirada lo desafiara.

Vincent se acercó rápidamente a él, limpiándose las manos en el pantalón antes de saludarlo.

Señor Morel, que sorpresa, no lo esperábamos hoy— dijo con una sonrisa que temblaba un poco.

No avisé, decidí venir aquí sin planearlo, traje a unos socios, queremos ver el showrespondió Adrien sentándose en una mesa cercana a la tarima, cruzó las piernas mientras sus manos se apoyaban en el respaldo, todo ese tiempo su mirada permanecía fija en Marianne.

Su voz era calmada y fría, pero por dentro sentía un calor en la entrepierna, definitivamente por alguna razón no podía quitarle la mirada de encima. 

Claro, claro— dijo Vincent, enseguida chasqueó los dedos hacia Marianne. ¡Tú, sigue bailando! Qué no se note que eres nueva.

Marianne se le quedó viendo con odio, continuó moviéndose mientras sentía esa penetrante mirada sobre ella, no era una mirada sucia como la de los otros hombres, era intensa, le ponía la piel chinita, era como si pudiera ver más allá del vestido, no sabía qué demonios le sucedía.

Minutos después terminó el baile, su pecho subía y bajaba rápidamente, cuando bajó y se dirigió a la parte trasera de la tarima, Vincent la detuvo agarrándola por el brazo.

Espera, alguien importante quiere hablar contigo— le susurró al oído, Marianne pudo sentir su aliento de cerca, un aliento que olía a rancio.

¿Importante?— preguntó soltándose de un tirón.

Es ese hombre, así que portate bien.

Marianne suspiró profundamente antes de caminar hacia la mesa, sentía que sus piernas temblaban un poco, con una mezcla de rabia y nervios, Adrien la miró de arriba abajo, sin sonreír, sus socios, dos hombres mayores con caras de piedra, la escanearon descaradamente.

¿Cómo te llamas?— preguntó Adrien, su penetrante mirada y el tono rasposo de su voz la hicieron bajar la mirada, él sentía deseo y curiosidad, algo que no le había pasado con nadie, al menos no con esa intensidad.

Marianne— respondió, cruzando los brazos, en un intentó de protegerse, no iba a permitir que la intimidará, aunque esos ojos azules parecían atravesar su alma.

¿Eres nueva aquí?— continuó él, dando un sorbo a un vaso de whisky, sin dejar de verla un solo segundo, sentía unas inmensas ganas de acercarse, de tocarla, de arrancarle ese diminuto vestido.

No por gusto, me trajeron a la fuerza— dijo de mal modo, mostrando su disgusto.

Adrien arqueó una ceja, que estuviera ahí contra su voluntad lo intrigó más, quería saber quién era, uno de sus acompañantes, uno de sus socios, un calvo soltó una risita.

Esta tiene carácter, me gusta para pasar la nocheMarianne se tensó.

No está a la venta— contestó Adrien en voz alta, sin mirarlo, el calvo se quedó callado, y Adrien sintió una punzada de posesividad que lo sorprendió, no la conocía, pero ya la quería para él. 

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