Marianne permaneció tumbada en la cama, su cuerpo aún temblaba, su mirada permanecía clavada sobre la puerta por donde el Lobo se había marchado, sentía que su piel ardía, pero su mente era un torbellino de miedo, deseo y odio.
El silencio de la habitación se rompió al escuchar un fuerte golpe en la puerta principal de la mansión. Escuchó voces apresuradas, pasos corriendo por el pasillo, algo pasaba afuera, se levantó lentamente, sentía su cuerpo adolorido, se acercó a la ventana. Varios autos negros se habían detenido en la entrada, hombres armados bajaron de ellos.
—Mierda… —susurró.
De repente, la puerta de su habitación se abrió, el Lobo Negro entró de nuevo, Marianne se asustó al ver que tenía una pistola en la mano.
—Vístete, ahora, apresúrate —ordenó.
Marianne apenas podía moverse.
—¿Qué sucede? —preguntó inquieta, sin poder esconder sus nervios.
El lobo la miró con esa intensidad que le helaba la sangre.
—Han venido por todos nosotros.
—¿Por todos? ¿En dónde está Adrien, qui