Después de que Celine salió de su oficina, Adrien se levantó y se acercó a la ventana, desde ahí pudo observar a Marianne, ella caminaba despacio, llevando un libro entre sus manos, había dado la orden al ama de llaves de que le permitiera salir por un momento al jardín, para que se distrajera del encierro.
Adrien sabía que Marianne no estaba leyendo, sus hombros estaban rígidos, sus dedos apretaban las páginas con demasiada fuerza. Fingía calma, pero él podía oler su miedo, su rabia, desde donde estaba. Esa mujer nunca se rendía, y eso lo volvía loco.
¿Por qué no puedes simplemente obedecer sin cuestionar? Pensó, sintiendo un nudo en el estómago. ¿Por qué tienes que hacerme desearte tanto? Su mente era un torbellino, atrapada entre el control que siempre había tenido y el caos que Marianne despertaba en él. Cada vez que la veía, sentía esa necesidad de tenerla cerca, de hacerla suya, aunque fuera a la fuerza.
La puerta se abrió de golpe, y Donson entró sin avisar, solo él se atrevía