La noche en que su mundo se vino abajo, Lucy solo quería olvidar. Una copa de más, una cama ajena... y un extraño con manos firmes, voz grave y tatuajes que queman. Lo que nunca imaginó fue que ese hombre sería su jefe. Y peor aún: el padre de su exnovio infiel. Sawyer Campbell, cirujano de renombre, es el tipo de hombre que impone respeto. Alto, apuesto, con cicatrices que cuentan historias… y el doble de su edad. Pero cuando sus caminos se cruzan en los pasillos del hospital, resistirse deja de ser una opción. Ahora, Lucy deberá enfrentarse a algo más que su nueva vida como residente. Porque entre batas blancas, miradas intensas y secretos inconfesables, el deseo no pide permiso. Y lo prohibido... nunca fue tan irresistible. ¿Qué pasará cuando el pasado vuelva a tocar la puerta? ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por lo que siente? ¿Y qué hará él… cuando el pecado se convierta en necesidad?
Leer másDentro del closet de almacenamiento del laboratorio médico, el novio de Lucy tiene sus pantalones abajo y sus manos sobre los senos de su mejor amiga.
Lucy se queda completamente congelada por unos segundos que les parecen eternos. —¡Oh, sí, Justin! ¡No pares, por favor! —los gemidos de su mejor amiga mezclados con los gruñidos de sus novios estaban a punto de reventar la cabeza de Lucy. —Más fuerte, por favor. Un gruñido salvaje se escucha por encima de los gemidos bajos de la chica. —Oh, nena, no tengo intensión de parar. Esa voz, esas voces… Lucy las conocía, se las sabía casi de memoria, pero se quedó unos segundos para poder procesar lo que acababa de escuchar más todas las demás palabras que estaban saliendo de ese lugar porque no podía ser cierto, no podían ser las dos personas que ella estaba pensando. La chica baja la mirada hasta su brazo, los mechones de cabello rojizo le caen por encima de sus pechos. Se mira el brazo pensando en si hacerlo o no, pero al final se decide y se da un fuerte pellizco. Parecía una niñada, un juego de pequeños, pero ella tenía que hacerlo porque no podía existir un mundo en el que lo que estuviera pensando fuera real. Era como si todas sus mayores pesadillas se hubiesen reunido y hubieran decidido formar la pesadilla mayor. Las dos personas dentro del closet estaban tan concentrados en su placer desorbitante que no se dieron cuenta de la presencia de Lucy hasta que esta carraspeó con su garganta, ni siquiera se dieron cuenta de que habían abierto la puerta, pero Lucy tenía que detener aquello, no podía continuar viéndolo. —¿Se puede saber qué demonios está pasando aquí? —preguntó como si no lo estuviese viendo con sus propios ojos. Al escuchar su voz, los amantes rápidamente se separaron y acomodaron su ropa, pero no hubo un solo atisbo de pudor o arrepentimiento en sus rostros, sino todo lo contrario, parecían molestos por haber sido interrumpidos. —Oh, Lucy, lo siento, pensábamos decírtelo después de esto. Lo siento, pero… no soy yo, eres tú —las palabras de Justin le cayeron Lucy como un puñetazo en medio del estómago. Ella no podía creer lo que acababa de ver o escuchar, tenía que estar viviendo en un universo paralelo, o estar soñando, o haber una cámara secreta por algún lado, algo que explicara la desfachatez de ambos. —No puedes estar hablando serio ¡Me estas engañando con mi mejor amiga! —la voz de Lucy había perdido toda la calma que había guardado hasta el momento. Los tres salen a la misma vez del almacenamiento, y es ahí cuando Brooke, su mejor amiga le comienza a gritar. —¡No hables de mí como si esto no fuera tu culpa! No te hubieras acostado con él en tu segunda cita. La boca de Lucy se abre de par en par al darse cuenta de lo que acababa de decir su mejor amiga ¿Cómo fue capaz de pensar que esa chica era su amiga? ¿Cómo le pudo confesar todos sus secretos sin haberse dado cuenta de que era una basura de persona? La desfachatez que ambos estaban teniendo era increíble. Se suponía que al atraparlos teniendo sexo, los dos se mostraran asustados, asombrados, apenados, cualquier cosa menos altaneros y muy divertidos. Tal parecía que Lucy había atrapado a un par de adolescentes enamorados besándose como si fuese la cosa más natural del mundo. Y sí, había atrapado a dos personas besándose y haciendo mucho más que eso, pero resulta que esas dos personas eran su novio y su mejor amiga ¡¿Cómo le podían estar haciendo algo así y no parecer arrepentidos en lo absoluto?! —Brooke y yo somos perfectos juntos —le asegura Justin. —¡Comenzamos nuestra residencia quirúrgica mañana en el mismo hospital porque tú mismo lo sugeriste! —grita Lucy exasperada, todo aquello le parecía surrealista. —Vamos, Lu, nunca triunfarás como cirujana. Incluso en pediatría, la presión será excesiva. —¡Se supone que nos mudaríamos a nuestro nuevo departamento en dos horas, Justin! ¿De qué cojones me estás hablando? —Ah, sí, sobre eso, Brooke y yo nos mudaremos a la unidad al lado de la tuya —dice él poniendo un brazo por encima de Brooke y dándole un beso en la mejilla. Antes de tener tiempo a reaccionar, Lucy levanta su mano derecha para tomar impulso y abofetea a Justin. —Recuerda mis palabras, imbécil ¡te arrepentirás de esto! —le grita ella llena de cólera y dolor. —Por cierto, cuando sea cirujano plástico te puedo arreglar tus senos desiguales si quieres. La ira se agita dentro de Lucy y sale corriendo del laboratorio hasta el exterior donde se encuentra con una lluvia torrencial. Mientras cruza la calle, las lágrimas arden en sus ojos. “Haré que Justin se arrepienta de esto. Me…” —comienza a pensar ella hasta que el chirreo de unas gomas contra el asfalto la toman por sorpresa. Apenas a dos centímetros de su cuerpo, un Mercedes se detiene de golpe. Ella golpea su puño contra el capó. —¡¿Cuál es tu maldito problema?! El motor se apaga y sale un hombre de hombros anchos y cabello canoso, rebosante de pura confianza. —Tú. Tú eres mi problema. —¿Es en serio? No estoy de humor para esto. El hombre se acerca y la envuelve con su aroma a roble y caramomo. La lluvia empapa su cuerpo rápidamente, haciendo que la camisa se le pegue a su musculoso torso. —Dime tu nombre —le pide serio. —¿Por qué? —Porque no me gusta discutir con una mujer cuyo nombre no conozco. —No estamos discutiendo, casi me golpeas con tu auto. —Saliste corriendo de la nada. No… —comienza a hablar, pero se interrumpe, frotándose el borde de la mandíbula con frustración— Mi nombre es Sawyer. —Soy Lucy ¿feliz? La comisura de los labios de él se curva mientras invade el espacio personal de ella, absorbiendo todo su aire. —En parte, Lucy. Ahora ¿te gustaría contarme qué te hizo lanzarte contra mi auto? Estaré encantado de escucharte…Lucy sostiene a Poppy en brazos mientras camina por el pasillo hacia la habitación de Sawyer. Cada paso está cargado de una mezcla de miedo, esperanza y agotamiento; el corazón le late con fuerza, golpeando su pecho como si quisiera escapar. La niña entre sus brazos es un ancla, un pedazo de realidad que la mantiene firme mientras cada pensamiento oscuro y cada recuerdo del accidente intentan arrastrarla. Poppy, con los ojos grandes y brillantes, observa a su alrededor con cautela, y luego se acurruca más contra el pecho de Lucy, sintiendo la seguridad que solo ella puede ofrecer.El aire del pasillo está cargado de un silencio expectante. Cada paso de Lucy parece resonar en las paredes blancas, cada respiración es un recordatorio de lo frágiles que han sido los últimos días. Sus pensamientos vuelan de un extremo a otro: de Sawyer, de los gemelos, de Justin y Aspen… todo, pero sobre todo Sawyer. Ella ha visto la muerte tan cerca de él que aún siente el frío de la desesperación e
Aspen estaba sentada frente a Elliot y Thea Campbell en el comedor del hospital, sosteniendo su carpeta de notas con fuerza. La luz del mediodía entraba por los ventanales, pero a ella no le llegaba, atrapada como estaba en la tensión que impregnaba la habitación. Su papel era ajustar los detalles de su pago como trabajadora social, un trámite rutinario que había pasado por alto cientos de veces, y sin embargo, aquel día se sentía distinta, incómoda, como si cada palabra que dijera tuviera un peso mayor de lo habitual.—Entonces, mis honorarios por la intervención con la familia Campbell serían —comenzó Aspen, intentando mantener la voz firme—, como acordamos: cien dólares por hora, con un mínimo de tres horas de sesión por día. Además, cualquier intervención de emergencia fuera del horario se abonará como tiempo adicional.Elliot frunció el ceño, revisando unos papeles que tenía frente a él. La presión de su mirada no era nada comparada con la sensación de que algo se estaba movie
Sawyer se incorpora en la cama, sus ojos todavía cargados de la fatiga y la palidez de la cirugía reciente. Su porte cambia de inmediato; la tensión de la situación, combinada con la urgencia de su familia, despierta en él esa presencia que le ha ganado el apodo de El Verdugo. Sus hombros se enderezan, su mirada se vuelve penetrante y su voz, profunda y firme, corta el aire con autoridad.—Margo —dice, cada palabra medida, pesada, llena de intención—. ¿Ha perdido a su sobrina?Margo se queda congelada unos segundos, como si la voz de Sawyer la obligara a enfrentar una realidad que temía. Sus labios tiemblan, su mirada se desvía hacia el suelo y su respiración se vuelve irregular. Lucy, al observarla, siente que algo más que miedo corre por sus venas; la mujer está aterrada, completamente devastada. Se acerca despacio, con pasos suaves, su voz dulce y serena buscando romper la tensión que la paraliza.—Margo… —susurra Lucy, colocándole una mano sobre el brazo—. Necesito que me cue
Lucy corre por el pasillo, el corazón golpeándole el pecho con tanta fuerza que parece que va a desgarrarle las costillas. Cada paso resuena en el silencio del hospital, sus zapatillas deslizan en el suelo encerado y frío, pero no se detiene. Siente que si se detiene aunque sea un segundo, el mundo entero se desmoronará a su alrededor.El olor a desinfectante se mezcla con el aroma metálico de la sangre, aún presente en su memoria desde la ambulancia. Aprieta los puños mientras corre. Cada puerta que pasa es una eternidad más lejos del momento en que lo verá. Cada número en las placas metálicas es una tortura que le recuerda que Sawyer está en la cuerda floja entre la vida y la muerte.Cuando finalmente llega a la habitación indicada, sus pulmones queman. Se detiene en seco en el marco de la puerta, la respiración entrecortada. Sus manos tiemblan. El aire parece más pesado allí dentro, como si cada molécula estuviera cargada de tensión. El sonido de las máquinas monitoreando si
Lucy estaba sentada en la sala de espera, con las piernas encogidas en el asiento y la chaqueta que alguien le había dejado envuelta alrededor de sus hombros. El aire acondicionado del hospital le calaba hasta los huesos y el frío de la madrugada parecía filtrarse por las paredes. La sensación era casi irreal: el zumbido constante de las lámparas fluorescentes, el olor a antiséptico, el sonido lejano de pasos y puertas abriéndose y cerrándose en otras salas. Todo parecía distante, como si el mundo siguiera su curso mientras ella estaba atrapada en un instante que se repetía una y otra vez en su mente: Sawyer sangrando en la carretera, su cuerpo desplomándose, su voz apagándose hasta convertirse en un susurro.Poppy estaba en su regazo, con el cabello enredado y los ojos grandes, aún húmedos por las lágrimas. La niña no había querido despegarse de ella desde que la sacaron de la escena del accidente. Lucy la sostenía contra su pecho como si de esa manera pudiera protegerla de todo
Lucy permanecía sentada en la fría sala de espera del hospital, empapada aún de la lluvia, con el cabello pegado a la cara y la ropa manchada de barro y sangre. Sus manos temblaban, entrelazadas sobre sus piernas, mientras trataba de calmar la respiración acelerada. Cada pitido lejano de un monitor o el eco de una conversación médica la hacía sobresaltarse, y su mente no dejaba de girar, atrapada entre el temor y la esperanza.El recuerdo de Sawyer cayendo al suelo, su pulso desapareciendo, su cuerpo inerte y tembloroso, estaba grabado en su mente como un tatuaje ardiente. Aún podía sentir el peso de su cuerpo cuando lo había sostenido, la presión de sus heridas, y el miedo paralizante de perderlo. Cada segundo desde ese momento había sido un tirón constante del corazón, un recordatorio brutal de lo frágil que podía ser la vida.—¿Está estable? —preguntó Lucy, su voz un hilo apenas audible, mientras un médico pasaba junto a ella revisando un portapapeles lleno de notas y cifras.—
Último capítulo