El súper héroe

Sawyer estaba detrás de él, su sombra proyectándose sobre ambos.

Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, ahora eran fuego puro.

Era ira en estado líquido.

No gritó, no hizo una advertencia. Solo lo miró como si el borracho ya estuviese muerto.

Apestaba a alcohol rancio y arrogancia, lo que hizo que las cosas nadamás de Sawyer se dilataran.

Un músculo en su mandíbula se tensó, y en ese instante Lucy supo que algo estaba por estallar.

—Suéltala —la voz de Sawyer fue grave, baja, cargada de un peligro latente. No era un pedido, era una sentencia.

El hombre se volvió con lentitud, como si aún no comprendiera con quién estaba tratando. Soltó un gruñido y ni siquiera se molestó en soltarla.

Ese fue su error.

Su mirada helada se clavó en el borracho, y sin darle tiempo a reaccionar, le propinó un puñetazo que lo hizo retroceder varios pasos, tambaleándose, casi cayendo.

—¡Suéltala! —gritó, su voz grave como un aviso.

El puño de Sawyer impactó contra su rostro con la fuerza de un martillo.

El sonido seco del golpe resonó por encima de la música del bar.

Su mirada helada se clavó en el borracho, y sin darle tiempo a reaccionar, le propinó otro puñetazo.

—¡Suéltala he dicho! —gritó, su voz grave como un aviso.

—¡Maldito! —escupió el borracho, llevándose la mano sangrante a la nariz.

Agarró una botella de la barra y, antes de que nadie pudiera reaccionar, la estrelló contra la cabeza de Sawyer.

El vidrio se rompió con un estruendo cristalino, dejando un hilo de sangre recorrer la sien del hombre.

Pero Sawyer… no se movió.

No parpadeó.

Ni siquiera parecía sentir dolor.

Esa quietud, ese control, resultaban más intimidantes que cualquier grito.

—Error número dos —murmuró Sawyer.

Y con un golpe seco y perfectamente calculado a la mandíbula, lo derribó.

El hombre cayó como un saco de arena, inconsciente, mientras la sangre y los murmullos llenaban el aire.

Los guardias del bar llegaron corriendo, arrastrando al agresor hacia la salida, pero la mirada de Sawyer permaneció fija en Lucy, como si solo importara asegurarse de que ella estaba bien.

Lucy se acercó, con el corazón aún acelerado, y tocó su brazo, aún temblando.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad.

—¿Estás bien tú? ¿Te cayeron los vidrios? —Le pregunta Sawyer.

—Estoy bien, no.. —cuando Lucy desvía la mirada, nota que el color carmesí gotea por su frente, manchando su ropa— Estás sangrando.

Sin pensarlo y antes de darle tiempo a que él respondiera, Lucy agarra su cabeza y evalúa las heridas.

Está lo suficientemente profunda como para necesitar puntos de sutura.

—Yo soy médico, permíteme arreglar esto.

—De acuerdo —le dice él sin dejar de mirarla ni un solo segundo directamente a sus ojos. Había algo en esa mirada que quemaba más que el alcohol que todavía palpitaba en su garganta.

Sawyer no espera respuesta de ella. Se quita la camisa ensangrentada. La tela, pegada a su piel por el sudor y la sangre, cayó al suelo con un sonido apagado.

Lucy tragó saliva. La amplia extensión de su pecho, los hombros firmes, los abdominales perfectamente definidos… era imposible no notarlo. Sintió una punzada de deseo, rápida e intensa, que le hizo contener el aire.

Sin saber por qué, siente unas ganas enormes de tocarlo.

Él se acerca y baja la cabeza lo suficiente para que su aliento rozara su mejilla.

—Listo cuando usted lo esté, doctora —dijo, con una media sonrisa que le robó cualquier pensamiento coherente.

Lucy hace girar a Sawyer, pasando sus dedos por los pequeños cortes de su espalda. La textura de su piel era cálida, firme… adictiva.

—Las laceraciones en la espalda son pequeñas. Una limpieza rápida y un vendaje lo arreglarán.

—Bien, ahora ¿cuál es tu diagnóstico para mi cabeza? —le pregunta levantando una ceja y permitiendo que su mirada bajara, descarada, a sus labios antes de volver a sus ojos.

Ella observa la forma en la que su mirada se posa brevemente en sus labios mientras ella le agarra el rostro.

Estaba tan calmado que parecía no dolerle en lo absoluto.

—Puntos —dice ella finalmente— Para un corte de cinco centímetros, solo necesitarás unos pocos.

Lucy se gira y le pide al bartender un botiquín de primeros auxilios.

—No tienes por qué hacer esto, pero te lo agradezco.

—¿Estás bromeando? Estás herido por mi culpa, te interpusiste en medio y me quitaste ese tipo de encima. Sería una completa idiota si no me ofreciera para ayudar.

—Bueno, igual, gracias, además, si no me hubiese puesto en medio, el idiota hubiese sido yo.

El bartender llega con el botiquín de primeros auxilios y se lo extiende con un tono verdoso en su rostro.

—Agradece que me tienes para atenderte en vez de a él —bromea Lucy intentando aligerar el ambiente.

—Eso dependerá de lo bien que me cures.

Lucy agarra el botiquín. Cuando se acerca a Sawyer, él la atrae más hacia sí, apoyando una mano en su cintura.

La cercanía hizo que Lucy contuviera el aliento. Podía sentir el calor de su cuerpo, el ritmo acompasado de su respiración… y el peligroso magnetismo que él irradiaba.

—Cúreme, doctora —murmuró en un tono grave, casi íntimo—. Así podremos salir de aquí cuanto antes.

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