El sonido del mazo del juez resonó en la sala con un eco seco, solemne.
Un murmullo recorrió los pasillos del tribunal mientras Jenkins, esposado, era conducido por los agentes hacia la salida.
Su rostro, que alguna vez reflejó arrogancia, ahora era solo un reflejo vacío.
El juicio había sido largo. Exasperante. Meses de declaraciones y pruebas que expusieron cada pieza de su red de manipulación.
Pero al final, todo salió a la luz.
Durante el interrogatorio, Jenkins habló. Mencionó a todos: nombres, fechas, cifras. Cada cómplice quedó expuesto.
Justin, Aspen… y los padres de Sawyer.
La noticia sacudió a todos. Nadie imaginó hasta qué punto habían estado implicados. Sus rostros aparecieron en los noticieros, su reputación destruida.
Cada uno recibió su condena: Justin, doce años; Aspen, ocho. Los padres de Sawyer, arresto domiciliario. Jenkins, cadena perpetua.
La justicia, por fin, respiraba.
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Un año después, el hospital había recuperado su brillo.
Las paredes, antes marcadas por