El viento sigue golpeando las ventanas con violencia, y el estruendo de los truenos sacude la casa como si el cielo quisiera abrirse en dos.
Poppy corre de un lado a otro, empapada de nervios, mientras Sawyer improvisa una cama con sábanas en el suelo de la sala.
Coloca una manta doblada bajo la cabeza de Lucy para mantenerla elevada, tal y como le indicó el doctor Bennett por teléfono.
—Necesito que respires conmigo, Lu —dice él con voz firme, aunque su propio pulso es un caos.
Lucy asiente con los ojos empañados. Su rostro está pálido, el cabello pegado a la frente por el sudor, las manos aferradas a las de Sawyer.
—Dios, Sawyer… —jadea—. No creo que pueda…
—Sí puedes. Ya lo estás haciendo. —Él se agacha, le besa la frente y aprieta su mano con fuerza—. Vas a traer a nuestros bebés al mundo, y yo estoy aquí. No te voy a soltar.
Bennett habla desde el altavoz del móvil, la voz serena del médico intentando guiar desde kilómetros de distancia.
—Sawyer, necesito que escuches con atenc