La lluvia no ha cesado desde que la noche cayó sobre la ciudad.
Afuera, el viento golpea los ventanales con la furia de un mar desatado, pero dentro de la casa, la calma parece haberse quedado dormida entre las sábanas revueltas y los cuerpos exhaustos.
Lucy no puede apartar la mirada de Sawyer.
Está tendido a su lado, la respiración acompasada, el pecho subiendo y bajando con ese ritmo que ella ha llegado a conocer tan bien.
El eco de la noche anterior todavía palpita en su piel: las manos de él, sus labios, las palabras que se escaparon entre jadeos y lágrimas.
Ella sonríe apenas. La tormenta afuera no parece nada comparada con la que le arde por dentro.
Pero algo cambia. Un olor. Un detalle mínimo, una nota discordante entre el aroma del cardamomo y el jabón del cuerpo de Sawyer.
¿Humo?
Lucy frunce el ceño. Se endereza de golpe y el corazón le da un vuelco.
—Sawyer… —susurra primero, pero su voz se quiebra—. Sawyer, algo se está quemando en la casa.
Él abre los ojos al instante,