Lucy siguió a Sawyer por la acera mojada hasta la entrada del bar.
La puerta se abrió ante ellos y un leve toque de cítricos la recibió. No era un lugar cualquiera; el ambiente era elegante, con luces bajas que dibujaban reflejos dorados sobre las mesas de madera pulida y estanterías llenas de botellas que brillaban como joyas. La música suave llenaba el espacio, suficiente para conversar sin alzar la voz, y las sillas de cuero oscuro invitaban a sentarse y relajarse. Sawyer se acercó a la barra, apoyándose con una mano en la madera fría, y la miró con esa mezcla de confianza y descaro que siempre la desconcertaba. —¿Qué quieres beber? —preguntó, su voz grave rozando sus oídos. —Un gin tonic, por favor —respondió ella, sintiendo que el calor de su cercanía le aceleraba el pulso. Mientras él pedía las bebidas, Lucy no podía dejar de observarlo. La forma en que se movía, seguro y despreocupado, despertaba en ella una electricidad incómoda pero deliciosa. Cuando los tragos llegaron, Sawyer le pasó el suyo con un gesto elegante y se sentó frente a ella. —Bien —dijo él, tomando un sorbo de su whisky y fijando su mirada en la de ella—. Ahora cuéntame. ¿Cómo fue todo? Lucy tragó saliva, sus dedos rozando involuntariamente la base del vaso. —Vi a mi novio con mi mejor amiga… juntos. No lo podía creer. Todo me explotó de golpe. La traición, la vergüenza… —su voz se quebró ligeramente, pero se recompuso—. Fue… devastador. Sawyer la escuchó atentamente, inclinado hacia ella, y su mirada era tan intensa que Lucy sintió un cosquilleo recorrerle la espalda. —Vaya… parece que el universo decidió que necesitaras un rescate esta noche —dijo con una sonrisa ladeada, cargada de picardía. Lucy arqueó una ceja y sonrió con ironía. —¿Rescate? —preguntó, juguetona. —Sí —replicó él, acercándose un poco más, hasta que sus brazos casi rozaron los de ella sobre la barra—. Y creo que llegué justo a tiempo, aunque me temo que voy a tener que competir con tu corazón roto. Lucy sintió un calor extraño en el estómago, su mirada atrapada por la intensidad de la de él. —No sé si te lo han dicho antes, pero no tienes pinta de súper héroe y yo no soy una damisela en apuros—murmuró, dejando que su voz bajara un tono, como invitándolo a acercarse. Sawyer soltó un leve suspiro, y su dedo rozó accidentalmente el de ella al ajustar su vaso, provocando un escalofrío que los dos notaron. —Eso suena a reto —dijo, su voz grave y cercana—. Y me gustan los retos. Lucy se inclinó un poco hacia él, la tensión entre ambos palpable, mientras Sawyer ladeaba la cabeza, sus ojos recorriendo cada gesto suyo con un interés que la hacía sonrojarse. —Cuidado… —susurró ella, con una sonrisa traviesa—. Podría ser peligroso para ti. —Oh, confío en que puedo manejarlo —replicó él, dejando que su mirada bajara un instante hacia sus labios antes de volver a sus ojos. El momento se rompió cuando Sawyer se levantó: —Perdón, vuelvo enseguida —dijo con una sonrisa autosuficiente y se dirigió al baño dejando a Lucy sola, todavía sintiendo el calor de su presencia. Lucy estaba disfrutando de su gin tonic, todavía con la sensación de calor en la piel por la cercanía de Sawyer momentos antes, cuando una sombra tambaleante se plantó frente a ella. Borracho, con los ojos vidriosos y la ropa arrugada, empezó a invadir su espacio: —Hola, guapa… —dijo el hombre, arrastrando las palabras. Tenía un olor fuerte a alcohol y sudor, y sus ojos estaban vidriosos. Lucy dio un paso atrás, firme. Apartó la mirada y se giró hacia la barra. —No estoy interesada —contestó con voz decidida. El hombre soltó una carcajada ronca. —Vamos, solo es un trago… no seas aburrida. —Se inclinó más, y Lucy pudo ver cómo sus manos callosas se apoyaban sobre la barra, cerrándole el paso. Ella respiró hondo, intentando mantener la calma. —Te lo repito, no estoy interesada. Pero él no se movió. —Oh, vamos, bonita… con esa carita y esos labios, seguro sabes divertirte —susurró, dejando que su mirada recorriera descaradamente su escote. Lucy sintió la náusea mezclarse con la rabia. Dio un paso atrás, pero el hombre se movió con ella, bloqueándola otra vez. —Quítate —ordenó ella, su voz más fría ahora. Él sonrió, un gesto torcido y desagradable. —Me encantan las que se hacen las difíciles… —Y, sin aviso, le rozó el brazo, como probando su resistencia. Lucy lo empujó con fuerza. —¡Te he dicho que no! —Su tono resonó más alto esta vez, atrayendo algunas miradas. El borracho se irguió, ofendido, y la agarró con brusquedad por el brazo. —No me hables así —gruñó, zarandeándola—. No eres tan especial como crees. Lucy forcejeó, intentando soltar la presión de sus dedos, pero el hombre apretó más. El dolor le subió por el hombro y sintió la adrenalina dispararse. —¡Suéltame ahora mismo! El hombre se inclinó más, su aliento cargado golpeándole el rostro. —Vas a quedarte aquí conmigo un rato… Entonces, una voz grave y cortante rompió el momento. —Te dijo que la soltaras.