Él tiene el mundo a sus pies. Fabián Ariztizabal, empresario implacable, millonario hecho a sí mismo, es tan irresistible como inaccesible. Detrás de su mirada acerada y su cuerpo tallado por el poder, esconde cicatrices que el dinero no ha podido curar. Ella lo tenía todo planificado. Ana Gutiérrez, estudiante universitaria de familia distinguida, inteligente y apasionada, no buscaba complicaciones. Pero un encuentro inesperado rompe el equilibrio de su vida y la lanza de cabeza a un mundo de deseo, secretos y obsesión. Lo que comienza como una atracción innegable se transforma en un torbellino de emociones: noches ardientes, silencios que duelen, y verdades que desgarran. Cuando la pasión se convierte en amor, también aparecen los miedos, el pasado que él no puede enterrar... y el presente que amenaza con separarlos. ¿Hasta dónde estás dispuesta a amar cuando amar duele?
Leer más—Pequeña traviesa… —susurró Fabián, con una sonrisa peligrosa dibujada en sus labios mientras sus ojos me devoraban sin pudor—. Me encanta verte así… retorcerte por mí.
Su voz me envolvía como un hechizo. Su cuerpo estaba pegado al mío, tan cerca, tan tibio, que cada palabra suya se deslizaba directo entre mis piernas. —Eres mía. Mía. Solamente mía, Ana Gutiérrez —me murmuró al oído, lamiendo suavemente el lóbulo mientras sus dedos comenzaban a explorarme con una seguridad letal. Su mano se coló por debajo de mi ropa interior, que ya estaba húmeda, completamente empapada por el deseo que me provocaba. Cuando sus dedos rozaron mi clítoris, cerré los ojos y dejé escapar un gemido ahogado, traicionando toda la contención que había intentado mantener. —Tan mojada para mí... —gruñó, excitado, mientras presionaba con movimientos circulares y precisos. No podía soportarlo más. Mi cuerpo le rogaba. Temblaba, encendida. Las piernas apenas me sostenían. Fabián lo sintió. Se estremeció con mi gemido y, de pronto, me giró con una mezcla de urgencia, hambre y posesión brutal. Me empujó suavemente contra el lavamanos del baño, alzándome la falda con una mano mientras con la otra desabrochaba su pantalón con rapidez. —No puedo seguir jugando contigo mucho más —dijo con una sonrisa cargada de picardía oscura, mientras bajaba mi ropa interior con los dientes, haciéndome jadear. En segundos, su miembro me rozó, caliente, duro, y palpitante. —Pídemelo —exigió, apretando mi cadera con fuerza. —Hazme tuya, Fabián… ahora… —suplicaba entre jadeos. Y entonces me tomó. Me invadió de una sola estocada, con fuerza, llenándome por completo. Solté un grito ahogado de puro placer y mis manos se aferraron al borde del lavamanos con desesperación. Sentía cómo me abría, cómo me tomaba sin reservas, cómo me hacía suya. Se movía dentro de mí con ritmo firme y profundo, golpeando justo donde más lo necesitaba. La fricción era deliciosa, cruda, adictiva. El sonido húmedo y rítmico de nuestros cuerpos chocando llenaba el espacio pequeño del baño. Jadeaba su nombre, le rogaba que no se detuviera, que me rompiera, que me hiciera suya una y otra vez. —Dios… eres tan apretada… tan perfecta… —gruñía con los dientes apretados, hundiéndose más profundo con cada embestida. Su mano se deslizó por mi espalda, luego me tomó del cuello con suavidad mientras lamía mi oreja, susurrando con ternura y deseo: Mi cuerpo se estremecía, convulsionando de placer mientras él me llenaba con su calor, gimiendo en mi oído, quedándose dentro de mí unos segundos más… hasta que su respiración también se quebró en un suspiro de alivio. Nos quedamos así, fundidos, temblorosos. Nos arreglamos con rapidez, aunque aún llevábamos el deseo pegado a la piel. Él tenía reuniones importantes, pero antes de salir, me tomó del rostro y me besó con una dulzura feroz, como si ese beso sellara algo más grande que un simple encuentro. Tan solo seis meses atrás, nuestras vidas no se habían cruzado. ¿Quién iba a decirme que terminaría tan profundamente enamorada? *SEIS MESES ATRÁS * Siempre me consideré una chica rebelde. Mimada, consentida, acostumbrada a que todos quisieran estar cerca de mí. Mi vida era un desfile de lujos y diversión. Lo único malo eran mis padres: estrictos hasta la médula. No me dejaban salir hasta tarde, ni compartir mucho con mis amigos. Vivía en una burbuja. Y tal vez, solo tal vez, ese fue el gran error. —¡Ana! ¡Ana! ¡ANAAAA! —gritaba mamá desde su habitación. —Necesito que elijas rápido la otra carrera que vas a estudiar, necesitas tener dos carreras por lo menos. No quiero verte en esta casa sin hacer nada —insistía con su tono autoritario de siempre. —¡Mamá, ya lo haré! Pronto decidiré mi futuro —respondí, intentando sonar convincente. Lo que ella no sabía es que ya había tomado una decisión: me iba a mudar. A Frunder, una ciudad que parecía sacada de un sueño. Mis papás tenían allá una casa espectacular y siempre me trataron como a una princesa. Seguramente no se negarían a dejarme ir, solo recordaba cada vez que iba de vacaciones, me sentía libre, especial... viva. Así que preparé mi argumento: les dije a mis padres que tenía más oportunidades académicas en esa ciudad. Al principio dudaron, pero finalmente lo aceptaron. Y ahí, justo ahí, fue donde todo comenzó.Volver a mi ciudad natal siempre me dejaba una mezcla rara de nostalgia y peso en el pecho. Pero esta vez era diferente. Esta vez lo que me dolía no era el pasado… era el presente. Fabián. Su llegada repentina. Su presencia en la cena. Su discurso impecable. Su veneno disfrazado de cortesía.No dije nada cuando se fue. Abracé a mis padres, agradecí la cena y me despedí con la excusa de que debía preparar unos documentos para la reunión del lunes.Mentira.Solo necesitaba salir de ahí antes de derrumbarme frente a ellos.Tomé un taxi en la esquina y me dejé llevar por el silencio. Las luces de la ciudad pasaban como manchas en la ventana. En mi pecho, un nudo que no sabía si era ira, tristeza o humillación. Tal vez todo junto.Cuando llegué al hotel, ya eran pasadas las diez de la noche. Subí directo al piso donde estaban nuestras habitaciones. El pasillo estaba silencioso, con esa quietud lujosa que solo tienen los hoteles de cinco estrellas. Caminé con paso firme, casi sin pensar, si
La casa de mis padres olía a guiso y a pan recién horneado. Era como si el tiempo se hubiera detenido desde la última vez que estuve allí. Mi mamá me abrazó con la misma fuerza de siempre y mi papá, con ese aire formal que solo se ablanda cuando estamos solos, me besó la frente con cariño.—Te ves agotada, hija. Pero más linda que nunca —dijo mi madre mientras me guiaba hacia el comedor.Yo sonreí. Mentí con la sonrisa. Por dentro, todavía llevaba la tensión de ese viaje con Fabián, de su silencio helado, de su mirada que me atravesaba como si yo no existiera o existiera demasiado.—¿Y el señor Ariztizábal no quiso acompañarnos? —preguntó mi papá mientras servía vino.Tragué saliva antes de responder.- ¿Como así lo invitaste ? - pregunte un poco asustada Mi padre asintió como si no fuera nada —Está en el hotel, trabajando —dije sin dar más detalles.La cena transcurrió entre recuerdos, anécdotas de cuando vivía allí, bromas de mi madre sobre mis primeros amores del colegio y las tr
Amanecí antes de que sonara la alarma. Mi cuerpo estaba cansado, pero la idea de ver a mis padres me daba una calma que no sentía desde hacía meses. Me levanté, preparé una maleta ligera con lo justo, revisé la carpeta con los documentos de la alianza y me aseguré de llevar algo decente para la reunión del lunes. Al salir al andén a buscar un taxi, lo vi. Fabián. Apoyado en la puerta trasera de su camioneta negra, vestido como si el mundo no lo tocara. Sus ojos escondidos tras gafas oscuras, el ceño levemente fruncido, la postura arrogante de siempre. Al lado, su chofer con la puerta abierta como si esperaran a alguien importante. No a mí. —¿Qué haces aquí? —pregunté apenas salí a la calle. —Sube, no quiero llegar tarde —respondió seco, sin un rastro de cordialidad. Me detuve un segundo, pero terminé obedeciendo. No por él, sino por profesionalismo. No iba a dar el show de negarme en plena calle. Subí sin decir palabra y me acomodé en el asiento trasero. El viaje comenzó en sile
Los días siguientes fueron similares. Rutina. Tensión. Silencios. Órdenes. Miradas esquivas. Noches en las que llegaba a casa exhausta, pero no por el trabajo, sino por el esfuerzo sobrehumano de fingir que todo estaba bien.A veces, Rosita me hacía reír con alguna historia de su juventud o con sus teorías sobre la vida. Decía que cada persona llega a enseñarnos algo. Que Fabián, con toda su oscuridad, me estaba ayudando a encontrar mi propia luz.No estaba segura de eso todavía, pero me aferraba a la posibilidad.*El viernes llegó con una lluvia constante y un cielo gris que parecía una metáfora perfecta de todo. Justo antes de salir, recibí un mensaje en el grupo de la oficina:**“Reunión de seguimiento general, 5:00 p.m., sala 2. Asistencia obligatoria.”**A las cinco en punto, todos estábamos sentados. Fabián llegó tarde, como siempre, y comenzó a hablar con esa voz neutra que ya me parecía una daga bien afilada.Durante toda la reunión evitó mirarme, pero cada vez que hablaba de
Habían pasado tres semanas desde el último enfrentamiento real con Fabián. No hubo más llamadas a medianoche, ni mensajes insistentes. Tampoco se apareció de nuevo en mi casa intentando meterse en mi cama con ese discurso intoxicante que tantas veces me confundió. Y lo agradecía.Mi vida, aunque todavía en ruinas por dentro, empezaba a ordenarse por fuera.Cada mañana me levantaba temprano, me duchaba con agua muy fría —como si así pudiera borrar los restos de lo que alguna vez fue él en mi piel—, me vestía con ropa sobria pero elegante y tomaba el bus hacia la oficina. Había decidido no gastar más dinero innecesariamente en taxis. No por tacaña. Por dignidad. Quería recordar todos los días que yo podía sola.Rosita me dejaba listo el desayuno y un pequeño tupper con almuerzo que me obligaba a llevar. Me lo preparaba con tanto cariño, como si supiera que ese pedazo de hogar en la oficina era lo único que me mantenía en pie.—Mi niña, acuérdese de comer, ¿sí? No deje que ese señor la v
El ambiente en la oficina era espeso. Las miradas, los susurros, incluso el sonido del teclado sonaban diferentes. Como si todos presintieran que algo estaba a punto de explotar.A las tres de la tarde, nos convocaron a una reunión de seguimiento sobre la alianza con la empresa Gutiérrez. Una sala con paredes de vidrio, demasiado iluminada para ocultar la incomodidad. Ya había varios directivos sentados cuando llegué. Abrí mi portátil, evité cualquier contacto visual y me sumergí en los documentos.Y entonces entró él.Fabián.Impecable. Frío. Con ese aire de poder que sabía usar como un arma.—Buenas tardes —dijo sin una sola inflexión de emoción. Se sentó justo frente a mí, y aunque no me miró directamente, cada palabra suya parecía dirigida solo a mí.—Iniciemos. Ana, necesito que tomes nota de los puntos clave. Tú vas a liderar la parte operativa del proyecto con los Gutiérrez.Lo dijo con una normalidad escalofriante. Como si no estuviera amarrándome a su mundo otra vez, como si
Último capítulo