Capítulo 3

**ACTUAL **

Aún tenía el cuerpo ardiendo. El vapor del baño no se había disipado del todo, y el espejo seguía empañado por las respiraciones entrecortadas. Me acomodé el vestido con las manos temblorosas, tratando de alisar las arrugas con rapidez, como si eso pudiera borrar lo que acabábamos de hacer.

Me miré en el espejo y me forcé a sonreír. Labial intacto, cabello más o menos decente, mirada… vacía. O al menos eso quería que pareciera. Porque por dentro, todo estaba hecho un desastre.

Fabián salía del baño detrás de mí, fresco, con esa sonrisa torcida que usaba cuando sabía que había tenido control absoluto de la situación. Se abotonaba la camisa a toda velocidad, mientras su reloj marcaba la hora exacta en la que debía volver al mundo de las juntas, las inversiones y los trajes caros.

Yo fingía estar bien. Indiferente. Como si ese polvo rápido contra el lavamanos, con el vestido subido hasta la cintura y sus dedos aferrados a mis caderas, no hubiera significado nada. Como si no me temblaran las piernas todavía. Como si mi corazón no estuviera tan involucrado como mi cuerpo.

—¿Ya te vas? —pregunté con voz ligera, recogiendo mi bolso del piso como si no me doliera verlo apurado por irse.

—Reunión en treinta minutos —respondió mientras se colocaba el saco, sin mirarme mucho.

Me lanzó una mirada de esas suyas, pícara, segura, con esa maldita chispa que siempre me encendía el pecho. Se acercó a darme un beso fugaz en los labios, apenas un roce, como quien firma un contrato de rutina.

—¿Nos vemos esta noche? —murmuró, ya caminando hacia la puerta.

Asentí, sin decir nada. Porque sabía lo que era esto. Desde el principio, él me lo dejó claro:

*—Nada serio. No me gustan las novias. Ni los compromisos. Sólo sexo, sin enamorarnos.*

Y yo acepté. Lo acepté porque creí que podía manejarlo, “porque quería vivir una aventura loca”. Porque me dije que podía separarlo todo: lo físico, lo emocional, lo real. Que podía entrar y salir de su vida sin dejar rastros, sin dejarme partes mías.

Pero ahí estaba. De pie en el baño de su mansión, el vestido aún húmedo en la espalda, el corazón hecho un nudo en el pecho. ¿Quién pensaría que iba a terminar enamorándome?

Lo vi salir sin mirar atrás. Como siempre. Me quedé sola, oliendo aún a él, a su perfume, al sexo que todavía me quemaba por dentro. Y aunque mi reflejo mostraba una mujer entera y elegante, por dentro yo ya no sabía cómo fingir que esto no me estaba rompiendo poco a poco.

Me senté en el borde de la cama, cruzando las piernas con delicadeza, como si eso me devolviera algo de control. Pero no. Todo estaba fuera de lugar. Incluso yo.

Revisé el celular, más por costumbre que por interés. Tenía varios mensajes sin leer, uno de mi mamá preguntando si iría a cenar este fin de semana, otro de Diana enviándome memes de lo mal que nos va en el amor, y un par de notificaciones de redes sociales que no abrí. Ninguno de ellos era de Fabián. Y no, no lo esperaba. Él no era de los que escriben. Solo aparece cuando quiere… y cuando me desea.

Pero lo peor no era eso. Lo peor era que yo también lo esperaba. Cada noche. Cada mensaje. Cada mirada suya en la oficina. Cada “ven” disfrazado de orden. Como si mi cuerpo supiera que le pertenece incluso cuando mi alma grita que no.

Me recosté unos segundos y cerré los ojos. Por un momento, imaginé cómo sería si él me mirara diferente. Si me tomara de la mano. Si me presentara como su Ana, no como esa chica. Pero enseguida sacudí la cabeza. No debía pensar así. No debía permitir que la ilusión se colara entre las grietas.

Esto era sexo, Ana. Nada más. Así comenzó. Así debe mantenerse.

Me rehice el maquillaje, me puse un poco de perfume en las muñecas y recogí mi cabello en una coleta alta. Afuera, el sol seguía brillando como si el mundo no se diera cuenta de la batalla que yo estaba librando por dentro. Así es esto. Nadie lo nota. Nadie sabe lo que duele amar en silencio, fingiendo que no duele.

Tomé mi bolso, respiré hondo y salí de la mansión sin mirar atrás.

Como si no pasara nada. Como si no me estuviera enamorando más con cada noche que él jura que no significa nada.

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