Capítulo 8

Volví a mi escritorio con pasos lentos, como si llevara una tonelada encima. El cuerpo me dolía y la cabeza me daba vueltas. Pero no era una migraña cualquiera… era ese tipo de cansancio emocional que no se cura con pastillas ni con dormir una noche entera.

Abrí el computador, pero no podía concentrarme. Leí dos veces el mismo correo sin entender una sola palabra, ya había pasado más de dos horas.

Y fue ahí, en medio de esa pantalla borrosa, que me dije algo que nunca pensé aceptar:

*Esto no puede seguir así.*

Me quedé en silencio unos segundos, respirando hondo, sintiendo cómo el pecho se me apretaba. Y no era por celos. No era por Verónica. No era por lo que sospechaba que había pasado tras esa puerta cerrada.

Era por mí.

Porque estaba perdiéndome. Porque no me reconocía. Porque me estaba convirtiendo en algo que no era.

Me sentía… sucia.

No por el sexo. No. Era por dejar que él me tuviera solo cuando quería. Por permitirle que jugara conmigo como si fuera un cuerpo más, un escape nocturno, un alivio pasajero. Por actuar como si no me doliera cuando se desabrochaba la camisa frente a mí después de estar con otra. Por fingir que podía con eso, cuando la verdad es que ya no podía más.

*Me estoy portando como una puta cualquiera*, pensé con rabia. *Y lo peor es que ni siquiera me pagan… Me estoy regalando a alguien que solo me quiere cuando el sol se esconde.*

Sentí el ardor de la vergüenza recorrerme entera. Y no por lo que había hecho, sino por lo que había permitido que me hicieran.

*Esto se acabó*.

Abrí el chat de Diana, sin pensarlo demasiado.

—¿Tienes planes hoy? —le escribí.

No habían pasado ni tres segundos cuando su respuesta apareció:

—Obvio no. ¿Por?

—Necesito salir. Necesito beber. Y necesito hablar. Urgente.

Diana no preguntó más.

—Perfecto. Paso por ti a las 7. Ponte linda. Hoy no lloramos, hoy nos emborrachamos.

Solté una risa suave, esa que nace más del alivio que de la alegría. Cerré el computador de golpe, antes de que me arrepintiera. No iba a quedarme una hora más en ese lugar. No iba a seguir fingiendo que no me afectaba.

Ese día, por primera vez desde que entré a la empresa de Fabián Ariztizábal, no terminé mis tareas. Me levanté, tomé mi bolso y me fui sin decir nada. A nadie.

Porque si él podía tomarse la tarde libre con sus *diligencias*, yo también podía tomarme una noche para mí, aparte solo salí una hora antes del horario laboral.

Una noche sin culpas. Sin llantos. Sin mansiones. Sin camas compartidas a oscuras.

Solo una amiga, unos tragos y quizás... un poco de dignidad recuperada.

Salí de la oficina con la cabeza llena de pensamientos que no quería enfrentar. Tomé un bus camino a casa, sentada junto a la ventana, viendo pasar la ciudad sin realmente verla. La mezcla de frustración, celos y confusión me pesaba en el pecho, pero sabía que debía encontrar una manera de sacudirme todo eso.

Al llegar, me metí directo a la ducha. El agua caliente fue como un reinicio, lavando más que solo el sudor del día. Me quedé ahí un rato, dejando que el vapor me envolviera, intentando encontrar esa fuerza que había perdido. Hoy, más que nunca, necesitaba sentirme bien conmigo misma.

Trate de buscar con cuidado que ponerme, escogiendo un vestido que hacía tiempo no usaba. No era solo ropa; era un acto de rebeldía silenciosa contra todo lo que me estaba desgastando. Quería verme linda, atractiva, poderosa. Quería ser yo misma otra vez, la Ana que no se deja llevar por dudas ni heridas.

Mirándome en el espejo, respiré profundo y sonreí ligeramente. Esta noche no sería una más. Esta noche, iba a recordarme quién soy y lo que merezco.

Volver a ser ella, sin miedo ni ataduras.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP