Volví a mi escritorio con pasos lentos, como si llevara una tonelada encima. El cuerpo me dolía y la cabeza me daba vueltas. Pero no era una migraña cualquiera… era ese tipo de cansancio emocional que no se cura con pastillas ni con dormir una noche entera.
Abrí el computador, pero no podía concentrarme. Leí dos veces el mismo correo sin entender una sola palabra, ya había pasado más de dos horas.
Y fue ahí, en medio de esa pantalla borrosa, que me dije algo que nunca pensé aceptar:
*Esto no puede seguir así.*
Me quedé en silencio unos segundos, respirando hondo, sintiendo cómo el pecho se me apretaba. Y no era por celos. No era por Verónica. No era por lo que sospechaba que había pasado tras esa puerta cerrada.
Era por mí.
Porque estaba perdiéndome. Porque no me reconocía. Porque me estaba convirtiendo en algo que no era.
Me sentía… sucia.
No por el sexo. No. Era por dejar que él me tuviera solo cuando quería. Por permitirle que jugara conmigo como si fuera un cuerpo más, un