Capítulo 2

Mi nueva vida en Frunder fue un giro completo. libertad total. Salía con amigos, iba de fiesta, conocí parques de diversiones, y por primera vez me sentí como una persona normal. Fue entonces cuando conocí a Diana, mi mejor amiga. Ella era todo lo opuesto a mí: segura, libre, sin miedo a nada. Y también era lesbiana, lo cual jamás fue un problema, al contrario, me abrió los ojos a un mundo completamente nuevo.

Me enseñó sobre la vida sin reglas, sin miedo

Viví, como nunca antes, lo que siempre había querido vivir.

Una noche entramos a un bar exclusivo. La música vibraba en el pecho y las luces nos acariciaban como si fuéramos estrellas.

—¡Vamos Ana, baila! ¡DIVIÉRTETE! —gritaba Diana entre risas, pasándome un trago.

Bailábamos juntas, sensuales, seguras. Todas las miradas estaban sobre nosotras. Yo, una morena de cuerpo esbelto, cintura diminuta y curvas que sabía usar. Diana, rubia, de ojos claros, cuerpo perfecto y energía electrizante.

—Señorita, le envían esta botella de champagne desde el privado de arriba —dijo un mesero, dejándola en nuestra mesa.

Miré a Diana con picardía y bailé aún más provocativa. Para mí todo era un juego. A pesar de mis actitudes atrevidas, seguía siendo virgen. Me gustaba tentar a los hombres... solo eso.

Alcé la vista... y entonces lo vi.

Una mirada. Penetrante. Hipnotizante.

—Vamos, nena. Hay que agradecer —dijo Diana, sirviendo dos copas.

—¡Salud! —gritó hacia el privado, alzando su copa.

Yo solo sonreí y asentí. Estaba disfrutando del momento, cuando ella se inclinó hacia mí.

—Nena, voy al baño —dijo antes de desaparecer entre la multitud.

Me quedé bailando sola, completamente entregada al ritmo. Era libre. Era feliz.

Hasta que sentí unas manos en mi cintura. Firmes. Seguras. Perfectamente alineadas a mis movimientos.

Me giré, algo sorprendida. Era él. El hombre de la mirada hipnotizante. Alto, imponente, peligrosamente guapo.

—Ana, la consentida de los Gutiérrez. Ya te había visto antes, en vacaciones, pero nunca me detuve a detallarte —su voz era suave, pero con un matiz firme. Sonreía con esa picardía que derrite.

—No creo que tus padres sepan que estás aquí. Qué niña tan rebelde —añadió, rozando mi nariz con su dedo.

Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo. Algo en él me hechizaba.

—Sí, soy Ana. Y no tengo que darle explicaciones a nadie. Vivo sola —respondí, encogiéndome de hombros con desinterés fingido.

—Tú sabes mi nombre... pero, ¿yo el tuyo?

—Fabián —dijo, mirándome con intensidad.

No lo recordaba. En vacaciones, mis padres apenas me dejaban salir de la piscina o mi habitación. Pero ese hombre… no se me iba a olvidar jamás.

Pasamos la noche charlando, entre risas y tragos. Se ofreció a llevarme a casa.

—Espera, tengo que buscar a Diana —le dije, llamándola con la mano.

—¿Dime, nena? —dijo ella, con una chica preciosa abrazada a la cintura.

—Quiero irme ya. ¿Vamos?

—Vamos, ella vendrá conmigo —respondió, acariciando la mejilla de su acompañante.

Mientras salíamos, noté algo extraño. Tres camionetas negras nos esperaban. Fabián me abrió la puerta de la del medio.

—Sube, Ana.

Durante el camino, la conversación fluyó como si nos conociéramos de toda la vida. Yo apenas tenía veinticuatro, pero él…. él era todo un hombre. Musculoso, alto, era mayor que yo mucho mayor que yo, con ese aroma a madera que me enloquecía.

Al llegar a casa, me pidió mi número. Dijo que quería volver a verme. Acepté. Y esa noche me acosté pensando en él.

Diana se quedó en mi casa casi toda la semana. Su casa era justo al lado, así que vivíamos juntas, casi como hermanas.

—Nena, mañana nos vemos. Hoy me quedo a dormir con Sofi —me dijo al despedirse.

Asentí. A pesar de todo, la casa se sentía demasiado grande cuando estaba sola.

A la mañana siguiente, desperté con dos mensajes de Fabián:

“Vístete elegante. Te recojo a las 2 de la tarde.”

Sonreí como una tonta. La química era innegable.

Me probé mil vestidos, mil zapatos... hasta que encontré el indicado: un vestido rojo largo, con una abertura lateral que dejaba ver mi pierna. Zapatillas a juego. Quería verme espectacular.

A las dos en punto, Rosita, mi asistente doméstica, subió a avisarme:

—Señorita Ana, el señor Fabián la espera en la planta baja.

Bajé casi corriendo. Desde atrás, Fabián ya imponía presencia. Elegante. Magnético.

Se giró... y su expresión lo dijo todo: se quedó sin palabras. Me ofreció la mano con una sonrisa cargada de intención.

Y ahí comenzó todo lo que aún estaba por descubrir.

*ACTUAL**

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