Capítulo 4

Llegué a la oficina antes de las ocho, como siempre. El edificio era imponente, de esos que parecen gritar poder desde que entras al lobby. Mi tarjeta de acceso hizo un pitido cuando pasé el torniquete y el ascensor me llevó directo al piso ejecutivo. Todos vestían como si la vida dependiera de ello.

Lo que nadie sabía, ni siquiera Fabián, era que de la nada mis padres estaban casi en bancarrota. Aunque ambos seguían luchando para que la empresa no quebrara, ya nada era igual. La mansión, el servicio, las fiestas… todo empezaba a desmoronarse.

Mis padres habían sacado casi a todos del personal doméstico. “Solo por un tiempo”, decían, pero yo sabía que no era así. La realidad se estaba haciendo más dura y yo necesitaba ese trabajo para mantener la casa de Frunder, para que al menos pudiera comer bien y seguir adelante.

Quise ganarme lo mío, demostrar que no todo me lo habían dado, quería demostrar que yo podría salir adelante.

Por eso me presenté a esa vacante hace seis meses, cuando necesitaban una nueva asistente administrativa para el área de presidencia.

Y justo cuando llegué a la entrevista, fue que lo vi. Fabián Ariztizábal. El mismo que unos días antes me había invitado a salir y me había besado contra el ascensor de un hotel, el mismo que me quitó la virginidad, y con cada tacto decía que no podría ser de nadie más, el mismo que desnudó con los ojos antes de hacerlo con las manos.

No dijo nada. Solo me miró y sonrió, como si todo eso no hubiera pasado. Me ofreció la mano como a cualquier otra postulante.

Pero cuando salí del salón de entrevistas y él pidió hablar conmigo a solas, su tono cambió por completo.

—¿La consentida Gutiérrez buscando trabajo? —dijo con una sonrisa burlona, cruzando los brazos frente al pecho—. ¿Y con qué sentido, ah? ¿Querías jugar a ser independiente o fue solo una excusa de niña rica para engancharte a mí?

Sus palabras me cortaron como cuchillas.

—Esto no tiene nada que ver contigo —le respondí, intentando mantenerme firme, aunque por dentro temblaba.

Él dio un paso hacia mí, más serio, más frío.

—En esta oficina no somos amantes. No me mires, no me hables, no me busques —dijo, con los dientes apretados—. Aquí soy tu jefe. Y tú eres una asistente más. ¿Quedó claro?

No tuve opción. Solo asentí.

Y así lo hacía. En la oficina, Fabián me ignoraba con maestría. Nada en su voz, en su mirada o en sus gestos revelaba lo que pasaba entre nosotros después del horario laboral.

Para todos, aún después de seis meses que había pasado todo eso, yo era solo “la nueva”, la que organizaba documentos, la que tomaba notas, la que traía el café cuando él lo pedía. Invisible.

Salí del ascensor y caminé con paso firme por el pasillo, sosteniendo mi carpeta contra el pecho. Estaba por entrar a la sala de juntas cuando la vi.

Alta, rubia, perfectamente maquillada. Llevaba un vestido que sabía lo que hacía con cada curva. Hablaba por teléfono mientras se aplicaba brillo en los labios, y en cuanto me vio, me sonrió… de forma amable, pero cargada de ese veneno sutil que solo las mujeres reconocemos.

—¿Tú también vienes por “el jefe”? —me preguntó, con tono ligero, como quien lanza una bomba y se va silbando.

Sentí el estómago apretarse.

No respondí. Solo sonreí como una idiota y seguí caminando.

No hacía falta preguntar más. En sus ojos, en su voz, en su seguridad, ya tenía la respuesta.

Tal vez no era la única que tenía noches con Fabián.

Tal vez… nunca lo fui.

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