Capítulo 6

Estaba frente al computador, con la pantalla abierta en un documento cualquiera, y no tenía ni idea de qué estaba escribiendo. Mis dedos se movían por inercia, igual que mi cabeza, pero el pensamiento estaba… allá adentro. Con ellos.

La reunión seguía. Llevaban horas. Literalmente, horas.

Intentaba mantenerme ocupada, revisar correos, responder informes, revisar las agendas, pero todo me sabía a nada. El zumbido de la impresora me parecía irritante. El tic-tac del reloj me desesperaba. Y el silencio… ese maldito silencio tras la puerta cerrada de la sala de juntas, era peor que cualquier sonido.

—¿Ana? —la voz de Juliana una chica con la que había llegado hacer muy buena amistad, me sacó de mi burbuja. Me giré y la vi mirándome con una ceja alzada, en esa postura que solo alguien que te conoce puede adoptar—. ¿Estás bien? Pareces… ida. ¿Qué te pasa?

—Nada —mentí, con una sonrisa que me dolió en la cara—. Solo estoy... un poco cansada.

—Ajá —dijo, como si no creyera ni una palabra—. Seguro tiene que ver con la “reunión importante”, ¿cierto?

Abrí los ojos, sorprendida. Ella alzó las cejas con intención, como diciendo *vamos, Ana, no soy tonta*.

—No sé de qué hablas —me defendí rápido, pero mi tono me traicionó.

Juliana se encogió de hombros, pero me lanzó una mirada cargada de comprensión.

Volví la vista hacia la puerta del fondo del pasillo. La dichosa sala de reuniones. La única que tenía vidrio polarizado. No se podía ver nada desde afuera. Ni un solo movimiento. Ni una sombra.

Maldita privacidad ejecutiva.

Me levanté con una excusa tonta —agua, un documento, lo que fuera— y caminé con pasos suaves hasta el final del corredor. Pasé frente a la puerta con la falsa naturalidad de quien pretende no espiar… y espiaba. Apoyé la espalda un segundo contra la pared, sin atreverme a pegar el oído, pero deseando tener rayos X.

¿Qué hacían ahí adentro? ¿Seguían hablando? ¿De negocios? ¿De recuerdos? ¿De lo que alguna vez fueron?

¿O se estaban tocando? ¿Besando? ¿Reviviendo lo que quizás nunca se acabó?

Los celos me ardían por dentro. Me sentía ridícula, lo sabía. Pero también sentía un nudo, uno duro, en el centro del pecho. Y justo cuando empezaba a perderme en esos pensamientos que duelen más que una bofetada…

Se abrió la puerta.

Me giré de inmediato, disimulando. Fingí estar viendo mi celular o revisando un documento cualquiera. Pero, por el rabillo del ojo, la vi.

Verónica.

Caminaba tranquila, con esa elegancia natural que me sacaba de quicio. Y justo antes de cruzar el pasillo, se detuvo un segundo, se acomodó el vestido —con esos movimientos tan sutiles y femeninos, como quien se recompone después de algo—, se pasó una mano por el cabello y sonrió para sí misma. No me miró. No necesitaba hacerlo.

Su actitud decía más que cualquier palabra.

Y fue ahí, justo ahí, cuando lo supe: esa reunión no había sido solo de trabajo.

Y yo, otra vez, era la que esperaba afuera.

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