En una ciudad donde el poder corrompe y el amor está prohibido, Valentina Duarte, una abogada implacable, vive según sus propias reglas. Fría, calculadora y con una lengua afilada, nunca mezcla placer con trabajo... hasta que aparece Sebastián Reyes, el hombre que arruinará todas sus normas. Sebastián es el nuevo CEO de la empresa que Valentina representa legalmente. Un hombre enigmático, encantador, con un pasado lleno de sombras y un doble juego peligroso: mientras lidera su imperio empresarial de día, por las noches está vinculado a un submundo criminal que Valentina juró destruir. Ambos ocultan secretos oscuros que podrían destruirlos. Ella también tiene un pasado que no quiere que salga a la luz: su hermano desaparecido, una traición familiar y un crimen sin resolver. Atrapados entre el deseo y la mentira, entre el peligro y la atracción salvaje, deberán decidir si confían el uno en el otro... o si terminarán destruyéndose mutuamente. Entre escenas de pasión ardiente, diálogos cargados de sarcasmo y una investigación criminal que amenaza sus vidas, el amor prohibido será su Pecado Capital.
Leer másLa ciudad no dormía. Ni siquiera pestañeaba. A través del ventanal del piso 35, Valentina Duarte observaba las luces de los edificios parpadeando como si fueran testigos mudos del caos financiero que estaba a punto de estallar. Cerró su laptop con un chasquido seco, su paciencia agotada tras horas de revisar contratos turbios, evasiones fiscales y movimientos de dinero más sucios que el río que atravesaba la ciudad.
Suspiró, se alisó la blusa blanca y se preparó mentalmente para la reunión que venía. Nueva junta directiva. Nuevos tiburones con corbata. Más de lo mismo. —Otra manada de inútiles intentando jugar a ser dioses —murmuró para sí misma, justo cuando la puerta de la sala de juntas se abrió con un golpe preciso. Y ahí estaba. Como si el infierno le hubiera enviado su propio emisario. Sebastián Reyes. Alto, impecablemente vestido con un traje azul oscuro que parecía hecho a medida de su pecado. Su presencia llenó el salón antes de que su voz lo hiciera. Todos los asistentes se pusieron tensos, como si el aire se hubiese vuelto más denso de repente. —Lamento el retraso, señores —dijo, dejando caer su maletín de cuero sobre la mesa con un golpe sutil, pero dominante—. Estaba ocupado salvando esta empresa del agujero financiero en el que ustedes la metieron. Su tono era elegante, pero afilado como una hoja. Algunos directivos tragaron saliva, otros bajaron la mirada. Valentina, en cambio, sostuvo su copa de sarcasmo hasta el fondo. —Tranquilo, Reyes, el ego también necesita su tiempo para maquillarse frente al espejo —disparó, cruzando lentamente las piernas mientras lo miraba sin miedo. Un silencio incómodo se instaló como un fantasma en la sala. Él ladeó la cabeza, intrigado por la osadía de aquella mujer que no solo no temía enfrentarlo, sino que parecía disfrutarlo. —Tú debes ser la abogada que tanto molesta a los peces gordos —dijo con una media sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Me advirtieron que eras… problemática. —No me pagan por ser simpática, Reyes. Me pagan por proteger esta empresa. Incluso de ti. Ahí estaba. La chispa. Ese instante en que dos depredadores se reconocen. No amigos. No aliados. Pero sí iguales. Y eso, en cierto modo, era aún más peligroso. Él se acercó un poco más, desafiando la distancia profesional que dictaba el protocolo. —Entonces, veremos quién muerde primero, doctora Duarte. El calor bajo su piel fue inmediato, incómodo y adictivo. Valentina sostuvo su mirada sin pestañear, aunque por dentro una alarma silenciosa se disparó. Él era peligroso. No solo como empresario, sino como hombre. Y lo peor de todo es que una parte de ella... lo disfrutaba. Horas más tarde, sola en su oficina, Valentina repasó los informes financieros. Movimientos de dinero inexplicables, cuentas en paraísos fiscales, empresas fantasma. Y allí, como una daga, apareció su nombre. Sebastián Reyes. —Perfecto —susurró, irónica, mientras se servía un whisky—. El enemigo duerme bajo el mismo techo. Lo que no sabía aún… era que el techo estaba a punto de caerse sobre ambos.La habitación estaba en silencio.Tomás revisaba los últimos archivos.Valentina, con el cabello recogido y la mirada fija, escribía la carta que acompañaría la filtración.No firmó con su nombre.No necesitaba hacerlo.Ese fuego tenía firma propia.---Desde una red privada y sin rastreo, accedió a la plataforma segura del consorcio de periodistas independientes que había expuesto los Panama Papers años atrás.Subió los documentos uno por uno.Las transferencias.Las cuentas cifradas.Los alias.Los nombres reales.Las rutas.Las fechas.Y un video donde una cámara oculta captaba a Isabel Duarte, bajo el nombre A. Arkanéa, autorizando pagos a través de una ONG llamada Lilium Vitae.El mensaje que lo acompañó fue corto, brutal:> “La Rosa Negra no es un mito.> Es un imperio.> Y su reina vive.> Estas son las pruebas.> Háganlas volar.”Presionó enviar.Tomás exhaló.Valentina cerró la laptop.—Ya está hecho.—¿Tienes miedo?Ella lo pensó unos segundos.—Sí.Pero eso no me va a deten
Viena amanecía gris cuando Valentina volvió.Tomás la esperaba en un café escondido, con ojeras marcadas y una mirada que mezclaba preocupación y orgullo.—¿La viste? —preguntó apenas la tuvo frente a él.Valentina asintió.Se sentó, le tomó la mano con fuerza.—No solo la vi, Tomás…la sentí mirándome.Como si todo esto fuera parte de su plan.—¿Y ahora?—Ahora la vamos a romper.---Esa misma tarde, en el departamento seguro, desplegaron todo sobre la mesa:fotos, documentos, trazas bancarias, nombres.Valentina habló sin reservas.Le contó lo del evento en Zúrich, la sonrisa de Isabel, la otra joven a su lado.Tomás escuchó sin interrumpir.Solo preguntó al final:—¿Te tembló algo?—Sí —respondió Valentina—.Pero no de miedo.De rabia.---Valentina abrió su laptop.Tomás conectó una caja negra: un dispositivo encriptado que su contacto en Alemania les había enviado.Accedieron a una red oculta, donde las ONGs más limpias ocultaban su suciedad.Ahí estaba:Lilium Vitae.Una fundaci
El reloj marcaba las 20:46 cuando Valentina cruzó las puertas del Palais Thalberg, en el centro de Zúrich.Un edificio antiguo, convertido esa noche en el escenario de una gala de arte y diplomacia.Todo era luces suaves, música de cuerdas, y una élite que reía con copas de cristal en la mano.Valentina caminó con elegancia entre ellos.Vestía un vestido rojo carmesí, escote en la espalda, labios oscuros.Era hermosa. Letal.Y no era Valentina Duarte.Esa noche… era Catalina Vera, coleccionista chilena, sobrina de un diplomático ficticio.Tenía acceso, pase de seguridad…y una misión:verla.---La sala principal era circular, con columnas de mármol y una cúpula pintada a mano.En el centro, una subasta silenciosa de piezas de arte contemporáneo.Pero el verdadero espectáculo no era el arte.Era la gente que lo miraba.Políticos.Juezas.Banqueras.Mujeres con más poder del que cualquier tribunal podría imaginar.Y todas parecían girar en torno a una ausencia.Una figura que aún no ll
El contacto llegó puntual.Cabello blanco, abrigo largo, una carpeta sellada bajo el brazo.Valentina lo recibió en un café oscuro, lejos del bullicio.Sin cámaras. Sin nombres.—¿Qué sabes? —preguntó ella.—Tu madre no se esconde —respondió el hombre, sin rodeos—.Gobierna.Deslizó la carpeta hacia ella.Valentina la abrió lentamente.Dentro, documentos con sellos de inteligencia, recortes de prensa censurados, fotografías tomadas desde techos, ventanas, drones.En todas, una mujer de mirada indescifrable: Isabel Duarte.—La llamamos “La Rosa Negra”.Pero su nombre real… solo lo conocen siete mujeres en el mundo.Siete.Como un consejo.Como una corona.Valentina hojeó sin pestañear.—¿Y qué hacen?—Lo que los hombres nunca imaginaron:justicia desde adentro.Corrupción disfrazada de ayuda humanitaria.Desapariciones legales.Fondos movidos por fundaciones femeninas.Todas intocables.—¿Dónde están?—Se mueven por Europa y Asia.Usan ciudades como Viena, Estambul, Zúrich.Pero su bas
El sonido de las maletas deslizándose sobre el mármol del aeropuerto era casi hipnótico.Valentina caminaba al lado de Sebastián, sonriente, relajada.Vestía de negro, gafas oscuras, labios rojos.Parecía una mujer enamorada a punto de vivir un sueño en París.—¿Estás segura de esto? —preguntó él, apretando suavemente su mano.—Más que nunca —respondió ella con voz serena.Sebastián había planeado cada detalle.El hotel con vista al Sena.La cena en Montmartre.Incluso una nota manuscrita con la reserva: "Una promesa: que esta vez, no huyas."Valentina sonrió al leerla.Y no por ternura.Sino porque ya había decidido huir… desde el principio.---En la noche, en la suite del hotel de conexión en Madrid, compartieron una cena íntima.Champaña.Velas.Ropa deslizándose sobre el suelo.Piel sobre piel.Sebastián, convencido de que por fin la tenía solo para él.Ella lo besó con dulzura.Le susurró palabras que sonaban a verdad.Y antes de dormir, le dejó en la almohada una tarjeta escrit
Valentina entró al despacho de Duarte como si todo estuviera bajo control.Vestía sobria, impecable, sin rastro del filo que llevaba por dentro.Llevaba un portafolio de cuero y una expresión seria, casi preocupada.—Tenemos un problema —dijo sin rodeos, colocando los papeles sobre el escritorio—. Y es más grande de lo que crees.Duarte la observó desde su sillón de cuero.No dijo nada.Solo encendió un cigarro, como si ya supiera que el veneno venía disfrazado de preocupación.—¿Qué clase de problema?—Intercepté información que no debía llegar a mí.Contactos en Panamá, cuentas en Letonia, transferencias desde Malta.Todo bajo vigilancia.Y lo peor: nombres que no reconozco.Agentes internacionales que están detrás del dinero. De nosotros.Duarte tomó los papeles.Revisó las hojas con rapidez.Todo parecía legítimo: fechas, sellos, cuentas, alertas rojas.—¿Cómo conseguiste esto?—No importa.Importa que nos están cercando.Y si no actuamos como una unidad…no salimos vivos.Duarte
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