El lunes amaneció gris, como si la ciudad supiera que algo estaba por romperse. Valentina caminaba por los pasillos del juzgado con paso firme, pero por dentro no podía quitarse de la cabeza el roce de los labios de Sebastián sobre los suyos. Cada vez que cerraba los ojos, revivía el calor de su cercanía. Y eso la enfurecía.
No podía perder el enfoque. No ahora que había encontrado una pista clave. La transferencia que descubrió la noche anterior vinculaba a Reyes Industries con una empresa fachada utilizada para lavar dinero. Pero lo que realmente la heló fue el receptor final de los fondos: Tomás Duarte. Su hermano desaparecido hacía más de cinco años. Tomás había sido un joven brillante, rebelde, que terminó involucrado con las personas equivocadas. Cuando desapareció, Valentina lo buscó hasta en los rincones más oscuros de la ciudad. Su ausencia fue la herida que la llevó a convertirse en la mujer que era ahora: dura, despiadada, inquebrantable. ¿Estaba vivo todo este tiempo? ¿O alguien estaba usando su nombre? El eco de sus tacones resonó mientras entraba a la oficina del fiscal Garrido, un hombre gris y burocrático que siempre parecía más interesado en no meterse en problemas que en resolverlos. —Doctora Duarte —dijo Garrido, sin levantar la vista de sus papeles—. El caso Reyes no es prioridad en este momento. Valentina apoyó las dos manos sobre el escritorio, inclinándose hacia él. —Lo será cuando descubra que detrás de su empresa hay lavado de activos, tráfico de influencias y posible financiamiento a redes criminales. ¿Quiere que lo publique en todos los medios o prefiere adelantarse al escándalo? Garrido suspiró, derrotado. —¿Qué necesitas? —Una orden para investigar las cuentas vinculadas a Tomás Duarte. Apareció en las transferencias de Reyes Industries. El fiscal levantó la mirada, sorprendido. —¿Tu hermano? Pero… ¿no estaba desaparecido? Valentina apretó los puños. —Eso creía. ----------------------------------------- Horas más tarde, mientras revisaba los registros bancarios en su oficina, un correo anónimo llegó a su bandeja de entrada. Solo una línea: “¿Estás lista para saber la verdad, hermana?” Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Era su forma de escribir. Su tono. Su sarcasmo. Tomás siempre fue un maldito bromista hasta en los peores momentos. Marcó el número que había usado el remitente, pero estaba desconectado. Decidió no esperar más. Tomó su abrigo y condujo hasta el Barrio Bajo, el lugar donde Tomás había desaparecido por última vez. Un nido de drogas, armas y secretos que la ciudad prefería ignorar. Al llegar a un bar ruinoso llamado "El Infierno", empujó la puerta con determinación. El humo del cigarro y la música rasposa del lugar la golpearon de frente. Y entonces lo vio. En el rincón más oscuro del bar, con una copa en la mano y una sonrisa torcida, estaba él. Tomás Duarte. Más delgado, con una barba descuidada y ojos que ya no eran los del joven que recordaba. Eran ojos de alguien que había visto cosas que no debía. O que había hecho cosas que no podía deshacer. —Vaya, hermanita. Al final me encontraste —dijo con voz grave, levantando su copa como brindis. Ella se quedó inmóvil, el corazón latiendo como un tambor desbocado. —¿Dónde has estado? ¿Por qué desapareciste? Él sonrió, con una mezcla de tristeza y sarcasmo. —El infierno tiene muchas puertas, Val. Yo solo abrí la equivocada. Un silencio denso los envolvió. Finalmente, ella preguntó lo que más temía. —¿Estás trabajando con Reyes? Tomás bajó la mirada. Jugó con el borde de su copa. —Hay cosas que es mejor no saber, Valentina. Pero ella no iba a aceptar medias verdades. No después de todo lo que había sufrido. —Entonces te lo sacaré por las malas, hermano. ------------------------------------------- La noche se cerró sobre ellos, mientras afuera la tormenta comenzaba a caer. El pasado acababa de regresar… y no estaba solo.