La sala estaba cargada de un silencio denso, roto únicamente por el sonido suave de las hojas que el juez hojeaba con meticulosa parsimonia. Isabel permanecía erguida, con la barbilla ligeramente levantada y una media sonrisa que parecía decir *"lo tengo ganado"*. Su abogado cruzaba las manos sobre la mesa, confiado.
—No habiendo más pruebas que presentar —dijo él, con un tono de seguridad estudiado—, solicitamos que se desestimen las acusaciones por falta de sustento.
El juez levantó la vista, asintiendo levemente mientras hacía una anotación. Isabel exhaló con calma, como si por fin pudiera respirar sin miedo.
Y entonces… se escucharon pasos rápidos resonando en el pasillo. Un golpe seco contra la puerta. Todos giraron la cabeza justo cuando esta se abrió de golpe.
Una mujer irrumpió, el cabello ligeramente revuelto, respirando con agitación. En una mano sostenía una carpeta abultada, en la otra, una memoria USB. Su voz resonó con firmeza:
—¡Señoría, pido que me escuche!
El murmullo