La noche terminó sin respuestas, solo con preguntas que pesaban como piedras en el pecho de Valentina. Condujo por la ciudad bajo la lluvia, sin rumbo fijo, dejando que los limpiaparabrisas arrastraran el eco de la última frase de Sebastián:
“Algo que podría costarte más que tu carrera.” Detuvo el auto frente a su apartamento y se quedó sentada un rato en silencio. Por primera vez en mucho tiempo, el control que tanto defendía se le escapaba entre los dedos. Cuando llegó a su cama, no durmió. La mente no dejaba de preguntarse: ¿por qué Tomás había terminado trabajando con Reyes? ¿Y por qué Sebastián no la había detenido, ni la había destruido, cuando tuvo la oportunidad? A la mañana siguiente, Valentina tomó una decisión: Alejarse. Al menos hasta aclarar sus ideas. Alejarse de Sebastián Reyes... y tal vez también de sí misma. En la firma, el ambiente estaba más tenso de lo habitual. La noticia de una investigación federal sobre Reyes Industries comenzaba a circular entre susurros. Aunque todavía no había una acusación formal, los rumores eran suficientes para sembrar el caos. Cuando Sebastián apareció por el pasillo principal, todos los empleados desviaron la mirada. Todos excepto ella. —Doctora Duarte —saludó él, con ese tono educado que usaba cuando estaba midiendo el terreno. Valentina lo miró, fría como el mármol. —Señor Reyes. Su tono fue cortante, profesional. Como si los bailes, las miradas y los roces de piel no hubieran existido jamás. Sebastián ladeó la cabeza, divertido ante el intento. —¿Así será ahora? ¿De vuelta a la formalidad? Ella cerró su carpeta sin levantar la vista. —Nunca debimos salir de ella. Él dio un paso hacia su escritorio. —Tienes derecho a estar molesta. Pero no a ser hipócrita. Sabías desde el principio que yo no era un santo. —Una cosa es no ser un santo —replicó ella, levantando la mirada con fuego en los ojos—. Y otra, estar involucrado en la desaparición de mi hermano. Por primera vez, Sebastián no sonrió. La máscara resbaló apenas un segundo. —Yo no hice desaparecer a Tomás. Él tomó sus propias decisiones. Valentina sintió la rabia en lo más profundo de su estómago. —¿Y tú cómo lo ayudaste? —Yo intenté salvarlo. Aunque no me creas. El silencio fue espeso, insoportable. Ella tomó su bolso, decidida. —Voy a solicitar que me retiren del caso Reyes Industries. A partir de hoy, no tengo nada más que ver contigo. Pasó junto a él sin mirarlo. Su perfume, su cercanía, seguía quemándole la piel, pero se obligó a no girarse. Cuando llegó a la puerta, escuchó su voz, más baja, casi vulnerable. —¿Y si te digo que te necesito? Valentina se detuvo por un segundo. Solo uno. Y después, sin girarse, respondió: —No me necesitas. Solo odias perder. Y salió, sin decir más. ------------------------------------------ Esa tarde, el teléfono de Valentina no dejó de sonar. Correos, llamadas, mensajes. Reyes Industries comenzaba a tambalearse. Pero ella no respondió a ninguno. Decidió centrarse en buscar a Tomás. Si pudiera salvarlo, al menos salvaría una parte de sí misma. En la noche, sola en su apartamento, abrió la carpeta con las últimas transacciones financieras. Y allí estaba. Una cuenta bancaria a nombre de su madre... cerrada hacía más de diez años. Alguien la había reactivado. Alguien que estaba usando el pasado de su familia para mover dinero sucio. Valentina cerró los ojos. Esto no era solo sobre Reyes Industries. Esto era personal. Muy personal. Y aunque su corazón se quebraba por dentro, decidió lo que tenía que hacer. Sebastián Reyes ya no era su debilidad. Era su enemigo. O al menos, eso quería creer.