A la mañana siguiente, la ciudad seguía igual de despiadada. Valentina ajustó su chaqueta negra mientras entraba al edificio de la firma. Su andar era elegante, firme, pero en su mente, el nombre de Sebastián Reyes martillaba como una advertencia constante.Revisó el itinerario del día. Primera reunión: revisión del nuevo contrato con Reyes Industries.Perfecto. No podía ser peor.Al entrar a la sala de juntas, el ambiente ya estaba cargado de tensión. Sebastián estaba de pie junto a la ventana, mirando el horizonte con las manos en los bolsillos. La luz de la mañana lo perfilaba como una estatua griega moderna: imponente, impecable, inalcanzable.—Llegas puntual, doctora Duarte. Me agrada la gente que no pierde el tiempo —dijo sin mirarla, su voz baja y controlada.—Yo no tengo tiempo que perder, Reyes. Algunos trabajamos de verdad —contestó, dejando caer su carpeta sobre la mesa con fuerza medida.Él giró lentamente, esbozando una sonrisa tan peligrosa como encantadora.—¿Siempre ta
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