Mundo ficciónIniciar sesiónDos extraños pasan una noche de sueños juntos, hasta que uno de ellos se va sin previo aviso a la mañana siguiente, confundidos por la conexión tan mágica que habían tenido. Ambos amantes de la moda, de embellecer su realidad con telas e hilos; Aina es una mujer apasionada y talentosa, que lleva su propio atelier; Dumas Laurent, el hombre que hizo soñar a Aina por una noche pero se reencontraran, despertando sentimientos entre ambos. Aina con su corazón remendado, no sabe si arriesgarse a confiar de nuevo, no solo en un hombre, sino en la posibilidad de un futuro que pensaba que ya no existía. ¿Podrán construir una base sólida para su relación, o las heridas del pasado y los problemas del presente los condenarán a ambos?
Leer másLos días se me pasan uno a uno en la monotonía de mi taller, unos más lentos, otras un poco más rápidos por todo el trabajo que hay que hacer, sin embargo, hoy es un día lento, tan aburrido como cualquier otro, el reloj de pared marcada la hora como una sentencia de no estar haciendo lo suficiente, siempre está adelantado unos minutos adelantado, marcaba la una en punto, ni un segundo más y ni un segundo menos. El taller estaba iluminado por los rayos del sol que parecían llegar a todos los rincones, le daba un toque de diversión a mi día. Ya era la hora de la comida, un respiro en la jornada de trabajo alrededor y apenas me había dado cuenta del hambre que tenía.
La máquina de coser, mi fiel compañera, dejó escapar un último zumbido mientras le daba los últimos toques a la última manga de un vestido de fiesta color crema. Me dolían la espalda y los dedos, un dolor familiar el cual me recordaba todo lo que había que hacer para mantener mi sueño en la realidad y no en mi cabeza. Me estiré, desperezandome con un profundo suspiro, apreciando mi creación. Es un vestido sencillo, elegante, con detalles en encaje que yo misma había bordado, iba todo bien, si todo salía como tengo planeado, entregaría este trabajo lo antes posible.
—Aina—La voz de Layla llamándome fue lo que me sacó de mi ensoñación, Layla es mi mejor amiga, una chica pragmática, con una energía como la de un colibrí, ella hacia mis días más llevables. Su cabello rizado y castaño estaba recogido en una coleta alta, sus ojos vivaces y una sonrisa que raramente se desvanecía se dirigían hacia mí. Ella era mi polo opuesto: extrovertida, llena de vida, y una creyente empedernida del amor.
—Ay Layla, perdón, me olvidé por completo que tenemos que almorzar, ven, vamos a ver que ordenamos— le respondí, sin levantar la vista del vestido. —La cliente de la semana que viene pagará algunas facturas y me tiene la cabeza en otro lado.
—Deberías salir, Aina. Respirar otros aires, descansar tu mente y tu cuerpo. No puedes estar siempre aquí, ahogada entre todas estas telas y pinchandome con las agujas. -- Layla se acercó, apoyando su mano tibia en mi hombro, la miré a los ojos y esbocé una sonrisa cansada.
—Lo sé, tienes razón pero sabes que después de todo lo que hemos pasado, pretendo sacar este negocio de que quede en ruinas—tome su mano y la apreté un poco.
—Hay un festival de arte en la plaza el sábado,— insistió Layla, batiendo sus pestañas llenas de ilusión— Podrías ir a ver. Quizás conocer a alguien.—Solte una risa corta y sin alegría.
—Me encantaría pero conocer a alguien es un inconveniente porque mi mente está ocupada buscando maneras de no caer en la locura—¿Como pensar en alguien más si tenía a un hombre que no me podía sacar de la cabeza?—Quizas salga al festival, nos divertimos y despejamos la mente, tu y yo ¿qué te parece?
Me levanté de mi silla, sintiendo la necesidad de estirar las piernas. Caminé hacia los grandes ventanales, viendo el ajetreo de la calle, Layla tiene razón, tengo que salir, hacer otra cosa, siento que todos los días se me revuelve más los sesos pensando en él.
La música retumbaba en mis oídos, el calor de la gente y el olor a perfume barato y alcohol eran casi insoportables. Layla me había arrastrado a la fiesta de un amigo en común, asegurando que nada podía salir mal, si claro. Estaba parada en una esquina, con mi vaso de agua en la mano, una observadora silenciosa de la fiesta. Layla, por supuesto, ya estaba bailando, su risa se perdía en la multitud.
En ese momento, un hombre se acercó a mí, con una sonrisa fácil y una mirada coqueta que me resultaba demasiado familiar, con este tipo de hombre que te dice que tu trabajo es increíble sin realmente saber nada de lo que haces. Estaba a punto de ponerme mi escudo de sarcasmo cuando una voz grave interrumpió la escena.
—Increible fiesta ¿no?—dijo la voz. Me giré para ver a un hombre alto y apuesto, con un traje perfectamente entallado, el cabello castaño peinado hacia atrás. Su mirada era una mezcla de curiosidad y un reto silencioso.
—Super, estoy pasando el mejor momento de mi vida —le respondí, mi voz más sarcástica que de costumbre.
Una risa baja y ronca escapó de sus labios. —Somos dos. Permíteme presentarme, soy Dumas Laurent. Y quiero decir que vi el vestido que llevas puesto, me parece impresionante.
Me sorprendí, el vestido que llevaba era una de mis creaciones más recientes, un vestido de noche sencillo, su mirada no era de un hombre cualquiera, era la mirada de un experto. Sus ojos recorrieron el vestido, apreciando los detalles, el corte, la caída de la tela. Me sentí vulnerable, expuesta, pero también, por primera vez en mucho tiempo, genuinamente vista.
—Wow, gracias.
—Es un placer, vivo de la moda, no puedo dejar pasar un buen vestido cuando lo veo.
Luego de esa breve introducción, hablamos durante horas, alejados de la multitud, sobre telas, diseños, la muerte de la moda artesanal. Fue increíble, por primera vez un hombre no hablaba de cosas banales conmigo, su conversación me gustaba, se sentía cómoda y me daba un poco de curiosidad. Su pasión por la moda, su visión, era un espejo de la mía. La chispa que sentía no tenía nada que ver con lo que había sentido por otros, sobre todo mi ex, esta era más profunda, más electrizante. Era una conexión de alma a alma, de artista a artista.
Al final de la noche, nos encontramos en el balcón, la música y el bullicio de la fiesta se convirtieron en un murmullo lejano. Sus ojos me estudiaron, una mezcla de admiración y un anhelo que no supe descifrar. Sentí como sus manos se acercaban a mi cintura y respiraba lentamente cerca de mi cara.
—No me has dicho tu nombre— murmuró, su voz un susurro que me hizo temblar.
—Aina.
—Aina—dijo mi nombre como si fuese un hechizo porque lo siguiente que recuerdo, son mis brazos en sus hombros y fundiendome en un beso apasionado con él.
Y en ese momento, el mundo entero se desvaneció. No hubo palabras, solo una atracción irresistible que nos unió. Un beso apasionado y un encuentro fogoso que fue más allá de un simple encuentro, fue una conexión de almas que estaban sedientas. Fue una noche de pura magia, una noche donde olvidé todo el dolor, toda la soledad, toda la amargura. Por un breve instante, fui feliz de nuevo. Pero la mañana siguiente, la luz de la mañana me trajo de vuelta a la cruda realidad. El pánico se apoderó de mí, estaba en la cama de otro hombre. Todo volvió a mi mente, y me di cuenta de que había ido muy lejos. El miedo me invadió y me vestí, tomé mis cosas y salí del apartamento sin decir una palabra, dejando a Dumas en la cama, sin una nota, sin una explicación. Así era mejor, seguramente se olvidaría de mí y yo de él. O eso creía.
Nunca me olvidé de esa noche, de sus manos y como sentía que por fin tenía con quien hablar de todo, lo desperdicie por miedosa pero nunca quise reencontrarme con él, no era justo haberlo dejado allí sin ninguna explicación y hablarle sin más.
En ese momento, un sonido ajeno a mi rutina rompió la tranquilidad y la paz. La pequeña campana de la puerta del taller, esa que había ignorado durante semanas, sonó de manera inesperada. No era un cliente habitual, tampoco era una entrega. Era un sonido nuevo. Me giré, sintiendo un nudo en el estómago, teniendo un presentimiento que algo iba a pasar. La puerta, que casi nunca estaba abierta en la hora de la comida, se había abierto, y una figura desconocida se detuvo en el umbral, dejando la silueta bañada en la luz de la tarde, se veía extrañamente familiar.
El sonido del mar me despertó, un murmullo suave y rítmico que se sentía como una caricia en el alma. No estaba en mi apartamento, ni en la casa de mis padres, ni en el apartamento de Dumas. Estaba en una playa, en una casa de playa. Hacia unos días Dumas me habia invitado a viajar unos días a una casa de playa, sin embargo, no me dijo si era de él, si era de sus padres, si la había alquilado, sólo viene con la promesa de estar unos días con la maravillosa vista del mar, un momento a solas, lejos de la empresa y mi taller. Abrí los ojos lentamente, y el olor a sal y al mar me llenó los pulmones. Estaba en la cama con una vista espectacular a la playa y al mar. El sonido del mar, que había sido una melodía en mi mente, ahora era una realidad.Me levanté, el sol que se filtraba por las cortinas era un hilo dorado que me hizo sonreír. Me di un baño, me puse un vestido que Dumas me había regalado, uno que se sentía como una segunda piel, y me dirigí a la cocina. Dumas estaba allí, con un
El aroma a lavanda de las velas que Dumas había encendido llenaba el apartamento. Estaba sentada en el sofá que pintamos de gris azulado, con la manta de lana cubriéndome hasta la cintura, y el sentimiento que me embargaba no era el de una noche cualquiera de viernes, sino el de una certeza profunda y reconfortante. Habían pasado ya unas semanas desde el dramático final con Fabiana, y la vida, de repente, se había asentado en una rutina que se sentía milagrosamente normal y plena. Era la cosecha después de la tormenta. La rutina se había convertido en un santuario; ya no era solo una vida sin el miedo constante a la represalia o el juicio, sino una existencia construida sobre pilares de confianza, comunicación y la deliciosa previsibilidad de un amor maduro. Había dejado de esperar el próximo desastre para empezar a planificar, con Dumas a mi lado, el próximo viaje o el próximo diseño de temporada. La certeza era, irónicamente, el lujo más grande que el fin de la tormenta nos había re
El silencio en el apartamento era tan espeso que casi podías cortarlo con el cuchillo de mantequilla. Estábamos los tres en la cocina: Dumas, inexpresivo, con la taza de café a medio camino de sus labios, su incredulidad física, palpable, proyectando años de frustración contenida; Fabiana, encogida en su asiento, con el rostro pálido y la postura de una persona que ha soltado una carga demasiado pesada; y yo, secando un plato, tratando de mantener la compostura de una anfitriona amable en medio de una crisis matrimonial ajena.La declaración de Fabiana, "Quiero firmar el divorcio," resonó con una finalidad que nos paralizó a todos. Dumas fue el primero en reaccionar, dejando la taza sobre la barra con un ligero clac que sonó como el cierre de un ciclo.—¿Ahora? —preguntó Dumas, y había una incredulidad fría, casi acerada, en su voz, mezclada con el resentimiento silencioso—. ¿Después de tanto tiempo, después de arrastrar esto, de sabotear mi vida y la tuya con esta farsa, de repente q
El tiempo, que antes se había arrastrado con la lentitud agobiante de mi encarcelamiento emocional, ahora se escurría de mis manos como el agua. Habían pasado unas semanas desde la sorprendente noticia de Lucas y el cierre de ese evento trágico, semanas llenas de una paz productiva. Era una época de construcción, no de reacción.El taller estaba vibrante. Layla, Fiorella, Gabriel y yo habíamos entrado en una sincronía perfecta. Fiorella resultaba ser una costurera excepcional y silenciosa, con una habilidad casi mágica para los acabados, mientras que Gabriel aportaba una energía creativa fresca y una ética de trabajo metódica, absorbiendo cada lección de patronaje y costura como una esponja. Gracias a su ayuda, casi todos los pedidos pendientes habían sido entregados, aunque la demanda de nuestro trabajo seguía siendo alta. Las risas de Layla, las preguntas inquisitivas de Gabriel y el murmullo constante de las máquinas de coser formaban una banda sonora de alegría que me hacía sentir
El martes por la mañana, me encontraba en la oficina de Dumas. Él me había pedido que lo esperara allí mientras terminaba algunas reuniones importantes; el plan era ir juntos a una tienda especializada a elegir muebles y elementos de diseño que incorporaríamos a nuestro apartamento, detalles que él insistía en comprar conmigo.Estaba sentada en uno de los suaves sofás de cuero de su oficina, leyendo un volumen de filosofía que Dumas tenía en una estantería, un texto sobre el existencialismo que me obligaba a concentrarme y me mantenía alejada de los pensamientos que el fin de semana había traído. El silencio era casi total, roto solo por el suave murmullo del tráfico lejano.De repente, la puerta se abrió sin un golpe previo, y me levanté instintivamente. En el umbral no estaba Dumas, sino los padres de Lucas.Se veían demacrados, consumidos por una tristeza que iba más allá del cansancio. El señor, que siempre había sido un hombre rígido y con una postura altiva, parecía encorvado; l
El hombre parado en la puerta no era un mensajero, ni un vecino, ni siquiera un repartidor. Era Theo. Su presencia, en un día tan familiar y relajado, inmediatamente tensó el aire. Theo no se movía sin un propósito, y la seriedad en sus ojos me indicó que el motivo no era una simple visita. Sostenía el teléfono de Dumas en su mano, casi como una ofrenda o una evidencia.—Aina, hola —dijo Theo, con una voz que era inusualmente grave, desprovista de su habitual ligereza—. ¿Está Dumas? Lo siento, atendí una llamada importante en su móvil. Lo había dejado en el coche y el timbre sonaba con insistencia.—Sí, está cocinando —respondí, dándole paso, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Había algo en la rigidez de su postura que me preparaba para un golpe.Dumas salió de la cocina, con el cucharón en la mano, y su sonrisa se borró al ver a su hermano.—Theo, ¿qué pasa? ¿Y mi móvil? —preguntó Dumas, acercándose.Theo le entregó el teléfono, pero mantuvo su mirada fija en los ojos de Du
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